Del estigma a la ciencia: la psiquiatría del uso del piercing

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Recientemente, el Ministro de Trabajo de la República del Paraguay, Guillermo Sosa, afirmó que la utilización de piercings corporales representaba una enfermedad mental moderna. (Wikicommons)
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Dr. Julio Torales y Dr. Osvaldo Meza

La historia de las disciplinas científicas es un continuo que busca legitimarse permanentemente, en todos los ámbitos, desde sus bases filosóficas hasta lo tangible; pasa eso con las ciencias básicas, lo mismo con las que se desprenden de ella, desde la física hasta las ciencias humanas, entre las cuales se encuentra cómodamente, bien en el centro, la medicina.

Entre sus múltiples ramas, la psiquiatría, en muchos aspectos aún en ciernes, ha venido librándose de explicaciones pseudocientíficas y de la charlatanería. Esta especialidad médica ha evolucionado de forma notable en las últimas décadas, desde luego, ayudada por la tecnología y sus aplicaciones en el campo de las neurociencias.

Lo que antes eran especulaciones bastante razonadas van confirmándose a medida que somos capaces de conocer con más detalle la neuroquímica cerebral y entender el paso del gen al comportamiento. Pero el campo de la psiquiatría tiene algo de particular: desde que el comportamiento humano forma parte fundamental de su semiología y este choca con la interacción social porque en gran medida se desarrolla dentro de una comunidad que no puede escapar de sus elementos culturales, sociales, políticos e históricos.

La psiquiatría es una de las ramas que más ha tardado en despegarse del elemento mítico-religioso de las sociedades que albergan a pacientes con trastornos mentales. Si desde sus inicios se consideraba a las personas con comportamientos extraños para su entorno como poseídas por alguna entidad inmaterial caracterizada por su misma imprecisión, posteriormente se pasó a catalogarlas como consecuencia de desórdenes anatómicos (recuérdese la pseudociencia llamada frenología, de Franz Joseph Gall).

Luego se continuó con la investigación de causas funcionales y en los últimos años se está trabajando para descubrir las causas de todo lo anterior. Pero siempre ha habido intentos de utilizar la seriedad y el rigor científico que la medicina, en mayor o menor medida, goza para justificar prejuicios, discriminar a sectores díscolos de la sociedad y tratar de homogeneizar las conductas y actitudes de la mayoría.

De esta manera, se intentó reafirmar creencias y códigos morales fomentados por distintos tipos de ideologías, ya sea políticas o religiosas. Es así que, en el amplio abanico de ejemplos, se puede citar al intento de medir la inteligencia, promovido en sus inicios por prejuicios racistas, cuyo primer “test’’ para cuantificarla fue desarrollado por Alfred Binet en 1899, con el cual se pretendió mucho tiempo, no solo justificar la superioridad de la ‘’raza blanca’’, sino la de varones sobre las mujeres.

Otro ejemplo es el de la inclusión o exclusión de distintas entidades en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, abreviado DSM), que desde 1952 realiza una clasificación consensuada de las enfermedades mentales, haciendo los cambios pertinentes en virtud de las nuevas evidencias disponibles a través de los últimos estudios.

Uno de los casos más sonados es el tema de la homosexualidad, que en 1973 fue retirada por la Asociación Americana de Psiquiatría de su “DSM” (y en 1990 hizo lo mismo la Organización Mundial de la Salud) (Barrios & Torales, 2017), despertando el enojo de amplios sectores conservadores de la sociedad que querían seguir estigmatizando a esta minoría, tildándola de enferma.

La pseudociencia frenología nació a inicios del siglo XIX. (Flickr)

Manipulación de datos

Es así como puede observarse el intento de manipular datos y conceptos mal manejados e interpretados por el lenguaje coloquial para hacer prevalecer los gustos, preferencias y actitudes de la mayoría en nombre de la ciencia, a veces con un tono pretenciosamente moral, saliendo del marco científico y médico. Y, de esta forma, queriendo, desde esa misma plataforma, dictar códigos de conducta y éticos que invaden el terreno de la vida privada y sus decisiones libres.

Al respecto, el Dr. David Flichtentrei afirma que “Emplear a la enfermedad mental como metáfora descalificante es intolerable y una falta de respeto hacia quienes padecen esa desgracia y a sus familias. La enfermedad no es un hecho moral sino biológico y social’’. Lamentablemente, esa costumbre sigue estando tan vigente hoy día como hace siglos, esperando algún detonante mediático para aflorar con total vigor.

El ministro Guillermo Sosa y los piercings

Recientemente, el Ministro de Trabajo de la República del Paraguay, Guillermo Sosa, afirmó que la utilización de piercings corporales representaba una enfermedad mental moderna. El ministro realizó esta declaración tratando de justificar a dos policías del grupo “Lince”, quienes fueron filmados solicitando a un hombre joven que se retiré un piercing del labio.

Más allá de la extralimitación de las funciones del personal de seguridad de Paraguay, lo que preocupa es la facilidad (y falta absoluta de veracidad) con la que el ministro Sosa califica como “enfermedad mental” a una forma de expresión de la personalidad, consagrada en la Constitución Nacional, y que no representa en absoluto una enfermedad mental.

Es por ello que aquí se hace necesario recordar algunos elementos que hacen a lo “normal” y lo “anormal” en psiquiatría.

Normalidad versus anormalidad en psiquiatría

-“Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca” –protestó Alicia.
-“Oh, eso no lo puedes evitar” –repuso el Gato–. “Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca”.
-“¿Cómo sabes que yo estoy loca?” –preguntó Alicia.
-“Tienes que estarlo” –afirmó el Gato–, “o no habrías venido aquí”.

 Del libro “Alicia en el País de las Maravillas”, por Lewis Carroll (1832-1898)

La forma en que se define la “anormalidad” está estrechamente relacionada con la clase de problemas que el médico psiquiatra debe afrontar. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE, 2014) de­fine la norma como la regla que se debe seguir o a la que se deben ajustar las conductas, tareas, actividades, etcétera. Lo anormal sería entonces lo que se desvía de la norma.

El problema, en principio, consiste en especificar la norma de refe­rencia para calificar una conducta como “anormal”, por lo que se han propuesto una serie de criterios (Medina, Suárez y Losantos, 2009; Torales, Barrios y Moreno, 2017): estadístico, subjetivo, social, biológico y otros.

1. Criterio estadístico

El criterio estadístico se basa en los supuestos de frecuencia y continuidad de variables en estudio. Según este criterio, lo normal es aquello que aparece con mayor frecuencia, y lo anormal es lo infrecuente, aquello que sale de los límites de distribución estadística en una población de referencia.

Este criterio asume que a veces la “supuesta anormalidad” es deseable (por ejemplo, el caso de personas con coeficiente intelectual elevado), por lo que la anomalía estadística suele ser única y corresponde a uno de los polos de la distribución (Vallejo, 2011).

Existe una continuidad entre las conductas nor­males y las anormales y su diferencia se conside­ra de naturaleza cuantitativa. Este criterio no especifica la esencia de la norma­lidad, ni los límites entre salud y enfermedad, por lo que tiene escasa utilidad y validez en el contexto científico de la psiquiatría.

2. Criterio subjetivo

Según este criterio, es el propio sujeto el que evalúa su estado y situación personal, detecta una anomalía en sí mismo (malestar, incapacidad, etcétera), la comunica e intenta determinar su origen. Si bien la introspección tiene valor psicopatológico, se debe reconocer que es un criterio bastante impreciso y limitado.

La falta de conciencia de enfermedad (insight) es muy frecuente en los trastornos psicóticos y, en el extremo opuesto, algunas personas tienen una tendencia a la sobrevaloración de dificultades de la vida cotidiana.

3. Criterio social

Tal vez este fue el criterio utilizado por el ministro Sosa, al calificar de enfermedad mental moderna la utilización de piercings. Lo anormal, según este criterio, es una desviación del conjunto de creencias y conductas aceptadas por la sociedad. El marco normativo de referencia es la adaptación al rol personal y social que lleva adscrito el ser miembro de una comunidad determinada.

Este modelo puede llegar a ser muy problemático, puesto que con demasiada frecuencia algunas normas sociales que implican juicios de valor peyorativos pueden catalogar como anormales problemas o formas de vida alternativas, simplemente porque no siguen los patrones culturales de la mayoría social.

(Por ejemplo, y en línea con lo previamente mencionado, la homosexualidad sigue considerándose una anormalidad en muchas culturales, a pesar de evidencia sólida y contraria). Se puede afirmar que el concepto de normal y anormal surge en función del contexto en el cual el acto se realiza. Lo anormal puede ser patológico e inadaptado en unos casos, pero también sano y adaptado en otros.

4. Criterio biomédico

El criterio biomédico afirma la existencia de conceptos dicotómicos: “salud” y “enfermedad”, y los basa en los hallazgos que la semiología y la historia clínica puedan encontrar, relacionándolos con datos complementarios de laboratorios, imágenes o anatomopatológicos.

Intentando explicar así, a través de estos conceptos, la naturaleza que observa y estudia, y encontrando en ellos el sustento para la estructura a través de la cual clasifica y ordena dicha naturaleza, permitiendo al médico reconocer, diagnosticar, tratar y prevenir las “enfermedades”.

Es necesario cambiar la conceptualización dicotómica del actual modelo biomédico a una perspectiva más integrativa, en la que los conceptos que lo sustentan no sean mutuamente excluyentes y estáticos, sino partes de un proceso dinámico, capaz de contemplar a la persona en sus aspectos tanto biológicos como psicológicos y sociales.

El recuperar esta perspectiva, la de un proceso dinámico, en el que “un trastorno mental” se reconoce no como generado linealmente por un proceso anatomopatológico, sino bajo los registros biológico, psicológico y social, trinomio con el que se relaciona y desde el cual emerge, permitiría a la ciencia psiquiátrica cubrir fisuras que su cuerpo teórico y práctico actualmente sigue conteniendo (Ramalho, 2009).

El trabajo de la divulgación científica

Todos y cada uno de los criterios expuestos, por sí solos, resultan insuficientes como referencia para dar cuenta y definir la normalidad y la anormalidad. Además, el que una conducta sea “anormal” no implica necesariamente que sea patológica.

Incluso existen grados dentro de cada anomalía o alteración y no todos implican una alteración psicopatológica. En psiquiatría, la naturaleza de un fenómeno o conducta definidos como patológicos no vienen dados por su anormalidad o desvío de la norma (o de lo que debe ser), sino porque bajo tal fenómeno o conducta subyacen mecanismos que comportan al sujeto una restricción de su libertad.

Desde la divulgación científica es necesario denunciar casos como el suscitado con el ministro Sosa y sus poco felices comentarios. Esto debe realizarse por respeto a la verdad, que en alguna medida se logra alcanzar con la ciencia, y por respeto a aquellas personas que expresan su individualidad sin dañar a nadie, haciendo uso de las libertades que el humanismo tanto ha pagado por conseguir en la sociedad moderna, abriéndose paso entre el oscurantismo y la ignorancia.

La psiquiatría es una de las ramas que más ha tardado en despegarse del elemento mítico-religioso de las sociedades que albergan a pacientes con trastornos mentales. (PxHere)

Referencias

  • Barrios I, Torales J. La homosexualidad desde el punto de vista científico actual. An. Fac. Cienc. Méd. (Asunción) 2017; 50(1): 85-88.
  • Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. 23ª ed. Madrid: Real Academia de la Lengua Española; 2014. Norma.
  • Medina Amor JL, Suárez Guinea R, Losantos Pascual RJ. Conceptos de enfermedad mental. En: Bravo MF, Saiz J, Bobes J, editores. Manual del Residente en Psiquiatría. Tomo I. 1ª ed. Madrid. ENE Life Publicidad, 2009: 13-19.
  • Palacio L. Sobre el concepto de anormalidad. Psicología, Psicoanálisis y Conexiones 2013; 5(7): 1-6.
  • Ramalho R. Psiquiatría y salud mental. An. Fac. Cien. Méd. (Asunción) 2009; 42(1): 55-58.
  • Torales, Barrios I, Moreno M. Modelos explicativos en psiquiatría. Revista Científica de la UCSA 2017; 4(3): 59-70.
  • Vallejo J. Introducción (II). Modelos psiquiátricos. Noción de normalidad psíquica. En: Vallejo J, editor. Introducción a la psicopatología y la psiquiatría. 7ª ed. Barcelona. Elsevier, 2011: 19-32.

 

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