Conocer el pasado, entender el presente y proyectar el futuro son tres momentos cruciales para cualquier persona que analiza la realidad y las situaciones propias y ajenas.
Para referirse a las personas con discapacidad, o mejor dicho, aquéllos percibidos y considerados diferentes por algún motivo a lo largo de la historia de la medicina, la psicología, la pedagogía, la sociología, el trabajo social, la política, las artes, la economía, etc. existen diversos términos y conceptualizaciones propios de cada contexto sociocultural y enfoque comprensivo desde el que se justifican.
Ello se debe a que los conceptos, como representaciones de la realidad que son, reflejan el pensamiento de una sociedad en un momento histórico, a la vez que los términos utilizados se relacionan con el contenido al que se refieren.
Es así que la discapacidad o las personas con discapacidad han tenido diversas denominaciones. En la Antigüedad eran tratados de locos y desgraciados.
En la Edad Media se los consideraba demonios y se los aislaba del «mundo civilizado». Tras las dos guerras mundiales, la conceptualización y la percepción variaron rápidamente, desde un modelo asistencialista hasta a uno donde se busca valorar a la persona como principal objeto de las políticas públicas.
Quizá mucho no se entienda que desde las palabras podemos contribuir a la construcción y promoción de una real inclusión social y, en un futuro no muy lejano, descartar la discriminación para lograr un mundo de todos y con todos.
Durante las últimas décadas hemos asistido a un importante cambio en la concepción de la discapacidad. Los planteamientos tradicionales, centrados en la asistencia y en la recuperación de las capacidades funcionales, fueron sustituidos por otros que destacan mucho más la necesidad de identificar y eliminar los diversos obstáculos que impiden la igualdad de oportunidades y la plena participación de las personas con discapacidad en todos los aspectos de la vida.
Se ha abierto paso el convencimiento de que si modificamos la forma en que organizamos nuestras sociedades podremos reducir considerablemente —e incluso eliminar— las dificultades y barreras que enfrentan las personas con discapacidad y muchos otros grupos para llevar una vida independiente y plena.
En la actualidad se prima la integración por encima del objetivo más limitado de la adaptación como el factor fundamental para permitir la inserción en la sociedad activa.
¿Modelo médico o social de la discapacidad? Hacia una perspectiva basada en derechos
El proceso de cambio conceptual ha surgido del conflicto o debate entre dos modelos o formas de ver y tratar la discapacidad, los denominados modelos médico y social.
Según Antonio Jiménez Lara, en el primer Tratado sobre discapacidad (2007), El modelo médico o rehabilitador enfoca la discapacidad como un problema «personal», causado directamente por una enfermedad, un traumatismo o cualquier otra alteración de la salud, que requiere asistencia médica y rehabilitadora en forma de un tratamiento individualizado, prestado por profesionales.
En este modelo el manejo de las consecuencias de la enfermedad está dirigido a facilitar la adaptación de la persona a su nueva situación. En el ámbito político, la respuesta fundamental desde este modelo es la modificación y reforma de la política de atención a la salud.
El modelo social, por su parte, enfoca la cuestión desde el punto de vista de la integración de las personas con discapacidad, considerando que la discapacidad no es un atributo de la persona, sino el resultado de un complejo conjunto de condiciones, muchas de las cuales están originadas o agravadas por el entorno social.
Por consiguiente, la sociedad tiene la responsabilidad colectiva de realizar las modificaciones necesarias en el entorno para facilitar la plena participación en todas las esferas de las personas con discapacidad. En la política esta responsabilidad se configura como una cuestión de derechos humanos.
El modelo social no niega que en la discapacidad hay un substrato médico-biológico, sino que afirma que lo realmente importante es el papel que, en la expresión de dicho substrato, juegan las características del entorno, y, de modo muy especial, las del entorno creado por el hombre (las viviendas, las escuelas, los centros de trabajo, los espacios urbanos, los medios de transporte, los medios de comunicación, etc.).
Las desventajas que experimentan las personas con discapacidad y que en la práctica definen su condición de «discapacitados» surgen de la interacción entre las características personales (déficits, limitaciones, modos de funcionamiento) y el entorno.
Como lo formuló Harlan Hahn (1993) en una frase muy citada:
«El problema radica en el fracaso de la sociedad y del entorno creado por el ser humano para ajustarse a las necesidades y aspiraciones de las personas con discapacidad y no en la incapacidad de dichas personas para adaptarse a las demandas de la sociedad».
Las propias personas con discapacidad fueron las principales impulsoras de dicho nuevo enfoque al plantear, desde organizaciones como Disabled Peoples’ International y movimientos como el de Vida Independiente, un paradigma de intervención social que se enfrentó abiertamente a la concepción tradicional de la discapacidad tal y como había sido definida por el modelo rehabilitador.
Este protagonismo de las personas con discapacidad y de sus organizaciones tiene una enorme importancia social, pues supone que, después de muchos años de predominancia de la perspectiva de los profesionales y de los familiares, adoptada por las personas con discapacidad casi sin resistencia, las personas con limitaciones funcionales han sido capaces de elaborar un discurso propio.
La evolución de la concepción de la discapacidad en el plano científico
En el plano científico, la evolución de la concepción de la discapacidad se ha traducido en la modificación tanto de las formas de análisis como de los diversos conceptos aplicados para documentos y publicaciones internacionales.
Podemos mencionar y destacar la definición de retraso mental, la cual fue adoptada y actualizada por la antigua Asociación Americana de Retrasos Mentales en 1992 (hoy se denomina Asociación Americana de Discapacidades Intelectuales y del Desarrollo, AAIDD).
Y la nueva propuesta internacional de la clasificación del funcionamiento, de la discapacidad y de la salud (CIF) adoptada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su 54ª Asamblea General supone una importante revisión y modificación de la Clasificación Internacional de Deficiencias, Discapacidades y Minusvalías (CIDDM), que fuera adoptada con carácter experimental por la misma organización en su 29ª Asamblea General.
Ambas ediciones y conceptualizaciones, se inspiran en una dialéctica entre los modelos de conceptos más difundidos en el mundo (el médico y el social).
Desde la Segunda Guerra Mundial la discapacidad ha tenido gran importancia principalmente en las sociedades de primer mundo. Se han intentado diversos modelos para contrarrestar la discapacidad y tratar por todos los medios de no aislar a personas que deben ser útiles para la construcción de una sociedad inclusiva.
Desde la convención de las Naciones Unidas los “discapacitados” son considerados personas. Y desde el 2009 son llamadas “personas con discapacidad”. Se sostuvo desde siempre que las personas con discapacidad eran personas con capacidades diferentes. Pero los mismos “discapacitados” se han decidido llamar “personas con discapacidad”.
Desde la aplicación correcta de la terminología podemos construir un mundo mejor, a la par de evidenciar la realidad y, de esta forma, promover una real inclusión social fuera de los libros.
Referencias
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Columnista de Ciencia del Sur de humanidades, inclusión social y comunicación. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción. Joven investigador de la Universidad Nacional de Asunción (2013 y 2014).
Joven sobresaliente distinguido por la Municipalidad de Asunción (2014).
Community Manager y redactor digital independiente.