Los ciegos en la historia: del infanticidio a la educabilidad

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ciegos en la historia
Un mendigo ciego (1878) de Leopold Muller. (Wikicommons)

La historia nos hace asistir al espectáculo de unas personas que viven privadas de las más elementales condiciones humanas. Nuestra sensibilidad protesta cada vez que nos imaginamos a los esclavos o a los parias. Pues bien, la vida de los ciegos, durante siglos, ha sido tan menospreciada como la de los parias y tan dura como la de los esclavos.

En algunas sociedades se les eliminaba por inútiles; en otras se les temía como a endemoniados y, desde siempre, casi hasta nuestros días, su único recurso para subsistir era la mendicidad.

La supresión del ciego en las sociedades primitivas

Desde mis estudios del colegio, me llamó profundamente la atención que en gran parte de las sociedades primitivas no había —o apenas había— ciegos. Sin embargo, las difíciles condiciones de vida, la falta de higiene y de defensa contra las enfermedades eran campo especialmente propicio para la ceguera.

¿Por qué entonces no existen referencias sobre los ciegos? Simple y sencillamente: se les eliminaba. La dureza de la vida no permitía alimentar bocas inútiles. Los enfermos y los tarados eran suprimidos. Debo decir, que cuando utilizo estos términos, no pretendo ofender a personas ciegas como yo, sino tratar de trasladarme y trasladar al lector a conceptos y pensamientos de épocas antiguas y que hasta hoy siguen presentes en gran parte de nuestra sociedad.

El infanticidio en los ciegos de nacimiento y el abandono en los que perdieron la vista en edad adulta eran los procedimientos más usuales.

Sin embargo, la eliminación de los ciegos —y de los inválidos en general— no se realizaba exclusivamente por razón de la aspereza de la vida y costumbres. Había en los pueblos primitivos una justificación y hasta una exigencia de carácter religioso.

Ya en épocas de civilizaciones desarrolladas encontramos la costumbre del infanticidio, incluso sancionada por ley. El Código de Manú, en la India, regula con toda exactitud los casos en que el infanticidio está permitido y aquellos en que es obligatorio: la ceguera, con otras enfermedades graves, el nacimiento fuera del matrimonio e incluso la pobreza de los padres.

La legislación griega —excepto en Tebas, donde se castigaba el abandono de los niños con la muerte— admitía la exposición de recién nacidos, aunque esta práctica era condenada en general por la opinión pública. Sin embargo, Platón y Aristóteles hicieron una apología del infanticidio. En Atenas se colocaba a los recién nacidos con algún defecto en una vasija de arcilla y se les abandonaba. En Esparta el niño pertenecía al Estado desde su nacimiento. El padre tenía el deber de presentarlo ante los magistrados en la plaza pública. Si el niño tenía algún defecto o no servía para la guerra, se le arrojaba desde la cumbre del Taigeto, en nombre del bien común.

La Ley de las Doce Tablas admitía en Roma el derecho del paterfamilias a exponer a los recién nacidos bajo su tutela. Pero Roma, que necesitaba siempre de soldados para sus campañas expansionistas, condenaba el infanticidio más severamente que Grecia. Al menos, la Roma austera de los primeros tiempos.

Incluso el poder otorgado por la Ley de las Doce Tablas al paterfamilias a este respecto se vio limitado progresivamente por una corriente moral que, formándose al margen de la ley, fue preparando una nueva etapa legislativa. Sin embargo, en lo que se refiere a los «tarados», a los enfermos, a los débiles y, por supuesto, a los ciegos, el infanticidio siguió siendo legal y practicado habitualmente.

El ciego y la religión

En las sociedades antiguas se creía que el ciego estaba poseído por un espíritu maligno. Se le temía, por tanto, como se temía al espíritu que lo posee. Estar en relación con el ciego era entrar en relación con el mal espíritu. El ciego entonces —en los casos en que, por mejores condiciones de vida o por otras causas, se le dejaba vivir— se transformaba en objeto de temor religioso.

Algunas tribus cuidaban a sus enfermos, y en particular a los ciegos. Quizá a causa de la frecuencia del tracoma, que hacía de la ceguera un hecho habitual, quitándole su aspecto atemorizador, el ciego era tratado con respeto.

Pero, aun en estos casos, no desaparecía la inquietud religiosa que producía la ceguera. El respeto que se concedía a los ciegos tenía su origen más bien en el temor que en la piedad. Se pensaba que, estando en relación con las potencias invisibles, podrían vengarse fácilmente de quienes les hiciesen algún daño.

Tiresias, el célebre ciego adivino, aparece ante Ulises. (Wikicommons)

En otros casos la ceguera era considerada como el castigo infligido por los dioses. El ciego llevaba en sí el signo, el estigma del pecado cometido por él, por sus padres, por sus abuelos, por un miembro de la tribu. Entre los judíos, la responsabilidad por la falta se extendía a la familia de generación en generación, como una terrible e inexorable herencia. Es así que la propia ley de Moisés prohibía al ciego y a otros discapacitados ejercer el sacerdocio.

Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a Aarón y dile: Ninguno de tus descendientes por sus generaciones, que tenga algún defecto, se acercará para ofrecer el pan de su Dios. Porque ningún varón en el cual haya defecto se acercará; varón ciego, o cojo, o mutilado, o sobrado, o varón que tenga quebradura de pie o rotura de mano, o jorobado, o enano, o que tenga nube en el ojo, o que tenga sarna, o empeine, o testículo magullado. Ningún varón de la descendencia del sacerdote Aarón, en el cual haya defecto, se acercará para ofrecer las ofrendas encendidas para Jehová. Hay defecto en él; no se acercará a ofrecer el pan de su Dios. Del pan de su Dios, de lo muy santo y de las cosas santificadas, podrá comer. Pero no se acercará tras el velo, ni se acercará al altar, por cuanto hay defecto en él; para que no profane mi santuario, porque yo Jehová soy el que los santifico”. (Levítico 21:16-23).

Pero el temor a los dioses dio lugar al amor a los dioses. El ciego entonces, de objeto de temor, se convirtió en objeto de amor. Siguió considerándosele en relación con las potencias superiores, pero esta comunicación, esta posesión, era ahora de carácter benéfico, positivo. Se les creyó entonces —sobre todo a los ciegos de nacimiento— protegidos de los dioses, portadores de virtudes especiales. Se les consultaba como adivinos. Carecían de la vista material, pero gozaban, en cambio, de la vista supramaterial: una iluminación interior que les ponía en relación directa con el mundo invisible.

En China, por ejemplo, los ciegos se dedicaban tradicionalmente a un curioso menester: como en España las gitanas, en China los ciegos decían la buena ventura.

En algunos lugares del sur de la China y en Tonkín había también ciegos hechiceros y exorcistas.

Sin embargo, en las zonas más civilizadas de Oriente, los ciegos eran únicamente adivinos. Los podemos ubicar también en Madagascar y Corea, e incluso en la Grecia mítica, como Tiresias, el ciego adivino de las tremendas desgracias de Tebas, en las tragedias de Esquilo.

Desdén, temor sagrado, respeto, amor, veneración religiosa: ya en plena época moderna, incluso en nuestros días, en los estratos menos cultivados de nuestro propio mundo occidental como los países latinoamericanos, seguimos encontrando estos conceptos supersticiosos sobre el ciego y la ceguera.

El ciego cantor

El ciego músico de Ramón Bayeu. (Wikicommons)

Otra figura apareció con frecuencia en muchos lugares de Oriente y Occidente: el ciego cantor o narrador de historias y leyendas. Desde Homero hasta los ciegos armenios, revestidos de dignidad, que hablan en diferentes manuscritos de los misterios de la vida y de la muerte, del sentido de la vida, de Dios… se extendió toda una serie larga y variada, donde no puedo dejar de incluir a cantores de «romances de ciego» tan característicos en la vida española durante siglos.

De estas épocas es que viene el pensamiento de que todo ciego tiene un don para la música o la escritura de historias.

El ciego paria

El infanticidio fue desapareciendo muy lentamente a medida que avanzaba la civilización. Pero se registraba en muchos casos, como supervivencia de un pasado remoto, el prejuicio social que hacía del ciego un paria, que le reducía a las más ínfimas condiciones de vida, que le excluía de los derechos otorgados a los demás hombres.

La más antigua legislación conocida, el Código de Manú, consideraba al ciego como «un ser impuro que debía ser excluido de las ceremonias sagradas a los dioses y a los manes». El ciego es impuro en su cuerpo como el malvado es impuro en su alma. Como los derechos civiles provienen de los dioses, el ciego no tenía entonces ningún derecho, hasta el punto de que ni siquiera podía heredar. Sin embargo, el Código de Manú supone un notable progreso para la época al menos en relación con las demás legislaciones, ya que imponía el deber de socorrer a los menesterosos, entre ellos los ciegos.

En la corte de Persia, cuando un usurpador quería apoderarse del trono, se valía tradicionalmente de dos medios para desembarazarse de los legítimos herederos: los hacía asesinar o los cegaba, con lo que quedaban incapacitados por ley para subir al trono. Esta práctica brutal se hizo tan corriente que la ceguera llegó a ser en la corte persa un signo de nobleza de cuna.

También entre los califas abbasidas era habitual esta costumbre. Y aunque existían frecuentemente entre los árabes ciegos instruidos, no les estaba permitido ser magistrados.

Entre los antiguos judíos, el ciego no podía ser sacerdote ni formar parte del Sanedrín. El Talmud ordena, cuando se ve a un ciego, pronunciar la oración que se reza en la muerte de un pariente próximo.

La ceguera como castigo

En épocas pasadas y entre algunos pueblos se imponía la ceguera como castigo. Basilio II, emperador de Constantinopla, vencedor de los búlgaros en Belasitza, en el siglo II ordenó sacar los ojos a sus 15 mil prisioneros y los hizo regresar ciegos a su patria. Un solo hombre de cada 100 debía conservar un ojo para servir de guía a los otros 99.

En Oriente era usual esta práctica, que aparece también en África, entre los habitantes del Chad.

Era asimismo frecuente en la Edad Media, en las cortes de Europa Central. Carlos el Calvo mandó cegar a su propio hijo Carlomán.

La Iglesia intentaba oponerse a esta barbarie y en el Concilio de Francfort, en 794, se establece la prohibición expresa.

Se trataba en todos estos casos de actos de venganza. Pero la ceguera se presentaba también con un carácter de pena judicial, que estaba regulada por la ley o por la costumbre.

Aparecía principalmente como castigo de dos clases de crímenes en los que los ojos habían tenido participación: crímenes contra la divinidad y faltas graves a las leyes del matrimonio (adulterio o violación).

De los antiguos griegos a los bantús se practicaba este castigo. Edipo, personaje clásico de la literatura, lo ejerció sobre sí mismo al descubrirse culpable de incesto.

El Cristianismo

Pero viene el Cristianismo y cambia la suerte de los ciegos. La persona humana se elevó a la categoría de valor absoluto. Todos los hombres son hijos de Dios, sin excepción. La vida es un don sagrado y nadie tiene derecho a disponer de ella.

Y Jesús mostraba una especial predilección por los débiles, por los menesterosos, por los niños, por los enfermos y por los ciegos. Según la Biblia abrió los ojos a dos ciegos que tenían fe en él (San Mateo 9:27-31) y dio la vista a un ciego de nacimiento, diciendo a sus discípulos, que creían que la ceguera es castigo de algún pecado: «Ni pecó éste ni sus padres, sino que se habían de manifestar en él las obras de Dios» (Juan 9:3).

Los primeros Padres de la Iglesia condenaron el infanticidio, que aún se practicaba usualmente durante el Imperio.

El budismo y la religión islámica proclamaban también el carácter sagrado de la vida de los niños.

El Evangelio dignificó a los ciegos. La ceguera dejó de ser una tara, un estigma de culpabilidad, de indignidad. A partir de Cristo, la ceguera era un medio de ganar el cielo: para el propio ciego, y para el hombre que tenía piedad de él. Para Dios, una ocasión de manifestar su gloria.

La curación del ciego de El Greco. (Wikicommons)

Los cristianos empezaron a cuidar a los ciegos. En el siglo IV había algunos en el hospital fundado por San Basilio en Cesárea.

Pronto los refugios para ellos se multiplicaron en Siria, en Jerusalén, en Pontlieue (Francia). Guillermo el Conquistador, para hacerse perdonar sus pecados, fundó cuatro hospitales para ciegos en Cherburgo, Caen, Bayeux y Rouen.

San Luis (Luis IX de Francia) fundó en París, en 1260, la institución más importante de la Edad Media destinada exclusivamente a ciegos: el hospicio de los Quinze-Vingts. Los acogidos a él gozaban de privilegios especiales concedidos por los reyes y los papas. La opinión pública veía en ellos una especie de abogados todopoderosos cerca del Cielo. Sin embargo, los ciegos seguían siendo mendigos; mendigos privilegiados, pero mendigos al fin. Y lo mismo en el resto de Europa.

Así, pues, los ciegos han vivido durante muchos siglos en la miseria, en la ignorancia y, con raras excepciones, en el abandono más absoluto.

Esta estampa ofrecida por la historia presenta, además, una característica distintiva que la hace destacarse a nuestros ojos: mientras todos los grupos humanos han ido superando sus problemas de manera progresiva, mientras cada lacra social iba atenuando sus colores, los ciegos permanecían en situación inalterable en casi todas las épocas y civilizaciones.

Los ciegos y la educabilidad, el paso de la prehistoria a la historia

En los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, en el período que media entre 1771 y 1829, dos marcaron una nueva era en la historia de los ciegos. Dos franceses, Valentín Haüy y Louis Braille, son los protagonistas de este hecho: los inventores del primer alfabeto que hace posible la lectura a los ciegos y el sistema utilizado todavía hoy por nosotros.

El paso de la prehistoria a la historia se dio cuando la humanidad inventó la escritura. Los ciegos, sin embargo, hasta Valentín Haüy vivíamos en prehistoria, larga y triste, pues los videntes hacía muchos años que habían traspasado dicho umbral histórico.

Valentín Haüy nació, cerca de París, en 1745. Conocedor de varios idiomas, trabajó en el ministerio de Asuntos Exteriores, traduciendo la correspondencia para el ministro. Fue por entonces cuando Valentín entró en un café y presenció la farsa ignominiosa que él mismo describe más tarde:

«En septiembre de 1771, un café de la feria de San Ovidio presentó una orquesta de diez ciegos, escogidos entre los que sólo tenían el triste y humillante recurso de mendigar su pan en la vía pública con ayuda de algún instrumento musical.

¡Cuántas veces los oyentes se apresuraban a ofrecer una limosna a esos desventurados, lamentando no poder hacerlo por admiración, sino por el deseo que cesara su pésima música! Habían sido disfrazados grotescamente, con túnicas y largos gorros puntiagudos. Les habían puesto sobre la nariz ridículos anteojos de cartón sin cristales.

Y, colocados ante un pupitre, con partituras y luces inútiles, ejecutaban un canto monótono: el cantante, los violines y el bajo repetían todos la misma melodía.

Sin duda, merced a esta última circunstancia, se pretendía justificar el insulto inferido a esos desdichados, rodeándoles de los emblemas de la más necia ignorancia, colocando detrás de su director una cola desplegada de pavo real y, sobre la cabeza, el tocado de Midas (…). El cuadro producido ante mis ojos, llevando una aflicción profunda a mi corazón, enardeció mi ingenio. Sí -me dije, arrebatado por un noble entusiasmo-, convertiré en realidad esta farsa ridícula; haré leer a los ciegos, pondré en sus manos libros impresos por ellos mismos. Trazarán los caracteres y leerán su propia escritura. Por último, les haré ejecutar conciertos armoniosos”. (Les aveugles par un aveugle de Maurice La Sizeranne. París, Hachette 1912).

Éste fue el programa y el gran logro de Valentín Haüy: educar a los ciegos y, sobre todo, demostrar su educabilidad.

Empezó enseñando a leer por medio de letras grabadas en trozos de madera fina, en caracteres normales. El método era lento y dificultoso, pues para cada página había que volver a grabar el trozo de madera. Después pasaron a grabarlo en papel grueso. El sistema de Valentín Haüy tenía un defecto, sin embargo, que subsanó unos años después su discípulo Louis Braille. Las letras de Valentín eran agradables a la vista, pero carecían de claridad y fácil tangibilidad. Vino a caer en el error de todos los videntes: querer sustituir por medio del tacto y de los demás sentidos el sentido de la vista. Como acertadamente criticó Pierre Villey:

«Se hablaba con los dedos el lenguaje del ojo, cometiendo un error psicológico fundamental. El dedo es diferente del ojo; los medios más rápidos para llegar a la inteligencia con el tacto no son los mismos que permiten alcanzarla a través del ojo. El alfabeto vulgar es un sistema imaginado y creado por la vista, para uso de los videntes; ¿por qué no crear entonces un sistema para los dedos de acuerdo con las condiciones psicológicas del tacto…» (Le Monde des Aveugles. Essai de Psychologie de Pierre Villey. París. José Corti, Ed.; 1954).

Valentín Haüy quiso que los ciegos usasen el mismo método de lectura y escritura que los videntes, teoría luego muy discutida.

Lo importante era lograr el fácil acceso de los ciegos a la cultura, mediante lo cual, la aproximación a los videntes será un hecho. Es indiferente que los medios de adquirirla sean análogos o diversos.

Pero el camino estaba iniciado. La impresión de libros para ciegos y la primera biblioteca estaban próximos.

En 1784 se fundó el primer colegio para ciegos y Valentín hizo una demostración con sus alumnos ante la Academia de Ciencias de París, de que los ciegos podían leer y escribir. La Academia declaró a Valentín Haüy verdadero creador del sistema de escritura en relieve.

Las principales actividades del colegio eran las académicas, la música y los trabajos manuales.

A la vez se hacían impresiones en relieve, figurando, entre las primeras, libros religiosos, pues Valentín Haüy dio gran importancia a la educación religiosa en aquellos años de escepticismo. Por la buena formación musical que se daba en el colegio, el arzobispo de París concedió facultad especial para que los ciegos cantaran los oficios en las iglesias. El violinista Paganini dijo que no había oído el tono musical perfecto hasta que oyó cantar a los jóvenes ciegos de la Fundación Valentín Haüy.

Louis Braille

El segundo paso en el camino de la incorporación de los ciegos al mundo de la cultura había de darlo un joven ciego, alumno de la institución fundada por Haüy.

Como hemos dicho, el método de lectura inventado por aquél consistía en la grabación de los caracteres usuales de imprenta en alto relieve y con trazo continuo. Louis Braille se percató de las dificultades e inconvenientes del sistema de Valentín Haüy y se propuso elaborar otro que se adaptase mejor a las necesidades específicas del tacto.

Para ello tomó como base la llamada signografía Barbier, que no era sino una signografía fonética y que presentaba los inconvenientes de no tener en cuenta la ortografía ni los signos de puntuación, y servir exclusivamente para el francés.

El «generador Barbier» constaba de 12 puntos, de cuyas diversas combinaciones nacían los signos fonéticos, base de su escritura. Louis Braille lo redujo a 6 puntos, con lo que las dimensiones de las letras quedaban adaptadas a las exigencias del tacto. De la combinación de estos seis puntos, dispuestos en dos filas verticales de tres puntos cada una, Braille obtuvo, no solo un alfabeto, sino también unos signos de puntuación, una musicografía y una notación matemática.

Revista en Braille. (Wikicommons)

El sistema Braille tardó en imponerse, a pesar de que los ciegos se daban perfecta cuenta de que era el método más asequible de los utilizados hasta entonces. Los educadores videntes se resistían a aceptarlo porque «dado su convencionalismo», decían, «aparta a los ciegos del mundo de los videntes».

Los que afirmaban esto no tenían en cuenta las ventajas que para los ciegos presenta el punto sobre el trazo continuo. El punto, como elemento simple, ofrece una mayor adecuación al tacto que los caracteres corrientes, mucho más complejos, y compuestos de un entrelazado de líneas rectas y curvas. Estos últimos, en cambio, se adaptan perfectamente a la vista, sentido sintético, mientras que el tacto, procediendo por análisis, encuentra en el punto el elemento de captación ideal. El sistema discontinuo de puntos inventado por Louis Braille coincide con las características fisiológicas del tacto, ya que las papilas sensoriales están también distribuidas de manera discontinua en la yema de los dedos.

Por fin, y después de una gran oposición, en 1854 se adoptó el sistema Braille como sistema oficial de enseñanza en la Institución de Jóvenes Ciegos de París, y en un Congreso Internacional, celebrado en esa misma ciudad en 1878, se adoptó el Braille como sistema universal para la enseñanza de los ciegos.

Con la invención de la lectura y la escritura en relieve, se produce un cambio que afecta en lo más profundo al ser de los ciegos como tales. No se trata, en realidad, de que hasta entonces los ciegos no pudiesen leer y desde entonces sí, pues es evidente que, a pesar de todo, la mayoría de ellos continúa aún en el analfabetismo.

La diferencia es mucho más radical: se trata de que hasta entonces los ciegos no podían aprender a leer y desde entonces sí. El cambio afecta, pues, al concepto mismo del ciego, añadiendo a sus características esenciales la de la educabilidad.

Bibliografía

  • NORDEN MARTÍN, F. (1998): El cine del aislamiento: El discapacitado en la historia del cine, Escuela libre Editorial/Fundación ONCE, Madrid, 643 páginas.
  • REYERO, C. (2005): La Belleza imperfecta: discapacitados en la vigilia del arte moderno, Ediciones Siruela, Barcelona, 152 páginas.
  • BORNSTEIN, D. (2005): Cómo cambiar el mundo, Editorial Debate, Barcelona, 448 páginas.

 

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Columnista de Ciencia del Sur de humanidades, inclusión social y comunicación. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción. Joven investigador de la Universidad Nacional de Asunción (2013 y 2014).
Joven sobresaliente distinguido por la Municipalidad de Asunción (2014).
Community Manager y redactor digital independiente.

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5 COMENTARIOS

  1. El artículo me pareció muy interesante, muy concreto, toda una realidad. Gracias.
    Soy educadora especial de discapacitados visuales desde hace 46 años. Vivo feliz con mi profesión… amo mi profesión y me gusta servir a través de ella. Gracias.

  2. Vale decir que de todas formas, el alfabeto comvencional todavía puede ser útil para el ciego. Yo fui educado en una escuela que sigue las metodologías norteamericana, alemana y olandesa para para ciegos, ellos me enseñaron la escritura trimodal en Braille, por computadora y a través del alfabeto comvencional.

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