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Las figuras de los denominados «divulgadores científicos» son controvertidas por el carácter de seudocientíficos que suele atribuírseles.

Los casos del cosmólogo Stephen Hawking o del español Eduardo Punset son sin duda las figuras más habituales que se nombran cuando se piensa en la figura del divulgador científico.

Dejando al margen su capacidad para vender su producto, más allá de sus cuestionables conocimientos sobre los agujeros negros, los genes, los memes o el Big Bang, no cabe duda de que tienen algún tipo de influencia a la hora de conducir al gran público al estudio de algunas ciencias.

Cosmos, la serie y el libro del astrónomo y divulgador Carl Sagan es una de las obras de divulgación científica más conocidas en los últimos 30 años.

Señala el filósofo español Gustavo Bueno en su Teoría del Cierre Categorial 2 (1992) que dentro de las ciencias hay que distinguir entre una capa básica y una capa metodológica.

La primera se refiere a las propias relaciones entre términos del campo científico, constitutivos del mismo; por el contrario, la capa metodológica se refiere a una serie de normas, principios, etc. que tampoco habría que considerar como un sobreañadido a la capa básica.

Las revoluciones científicas, consideradas por el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn en su famoso libro La estructura de las revoluciones científicas (1962) como productos de cambios de paradigmas dentro de las distintas comunidades científicas históricamente dadas, se refieren más bien a la capa metodológica de cada ciencia que a la capa básica, sin perjuicio de afectar a ambas.

Ni siquiera el teórico estadounidense logró salir de la ambigüedad del término “paradigma” utilizado en su obra Segundos pensamientos sobre paradigmas (1970): los ejemplares, las matrices disciplinares y otros numerosos conceptos dentro del muestrario de los paradigmas no realizan distinciones entre disciplinas tan diversas como las propias ciencias o la teología dogmática.

Llevando el caso al tema de la divulgación científica, diremos que las especulaciones de Hawking sobre el Big Bang, o las lecciones de Punset sobre la influencia de los genes o las moléculas en la conducta humana son parte inequívoca de la capa metodológica de las ciencias, no de la capa básica de las mismas, que muchas veces es alterada o falseada en aras de una simplificación excesiva.

Recordemos que Albert Einstein ofreció esta famosa explicación a un periodista que le pedía que en un minuto le describiese en qué consistía la teoría de la relatividad: Si yo estoy una hora delante de una señorita muy guapa, esa hora me habrá parecido un minuto; y si estoy un minuto delante una señorita muy fea, ese minuto me habrá parecido una hora».

En cualquier caso, la divulgación científica, aun con sus errores, usa un principio inherente a las ciencias: toda disciplina científica tenderá a abarcar cada vez más y más fenómenos, en competencia con otras ciencias. Competencia que señala los límites polémicos, no siempre perfectamente delineados, entre las propias disciplinas científicas, las ciencias humanas y las técnicas de nuestra vida cotidiana: es imposible que exista una sola ciencia, y asimismo es también inviable que el análisis racional de nuestra realidad sea agotado por las ciencias positivas.

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Es columnista de filosofía e historia en Ciencia del Sur. (Gijón, España 1976). Es doctor en Filosofía por la Universidad de Oviedo, España. Profesor de Filosofía de Enseñanza Secundaria.
Es autor de, entre otros libros, "El alma de los brutos en el entorno del Padre
Feijoo" (2008), "La independencia del Paraguay no fue proclamada en Mayo de 1811 (2011)" y "El Estado Islámico. Desde Mahoma hasta nuestros días (2016)".

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