26 min. de lectura

 

A mediados del siglo XIX, Charles Darwin publicó su obra más importante donde postuló que todos los organismos biológicos descienden de un antecesor común. El mecanismo de cambio propuesto se llamó selección natural. Aunque no lo explicitó, Darwin (1859) asumió que el ser humano formaba parte de aquella dinámica.

Apelar a la selección natural para explicar la conducta humana no parece un ejercicio equivocado. A fin de cuentas, la conducta del resto de organismos biológicos también se explica por dicho algoritmo; además, el ser humano, con crisis existencial y todo, es un organismo vivo como cualquier otro.

Uno de los primeros esfuerzos en perseguir ello fue la sociobiología. Tal disciplina empleó la selección natural no solo para explicar la evolución de la conducta humana en general sino especialmente para explicar conductas específicas como la territorialidad, la competencia económica o la dominación femenina.

Aunque la sociobiología logró ser rápidamente influyente, también en poco tiempo sus principales limitaciones fueron sacadas a la luz. En el ámbito de la conducta humana, tal disciplina fue criticada de abusar de la selección natural como explicación para formular hipótesis que justificaban desigualdades sociales. ¿Qué tan cierto fue ello?

Selección natural y adaptación

El nombre completo del libro escrito por Darwin es On the Origen of Species by means of Natural selection, or the preservation of favoured races in the struggle for Life. (Fuente: Wikicommons)

En su obra central, El origen de las especies (1859), Darwin se mostró a favor de la evolución de las especies. En ello, compartió opinión con varios naturalistas de la época. No obstante, a diferencia de ellos, el explorador inglés propuso un mecanismo por el cual las especies perduraban durante generaciones: la selección natural.

En aquella obra, Darwin concibió la selección natural como la “preservación de variaciones favorables y el rechazo de variaciones perjudiciales” (p. 81). Dicho mecanismo refiere a las fuerzas del entorno (depredadores, geografía o clima) que seleccionan los rasgos que le permiten a un organismo sobrevivir (Bard, 2022).

Dado que tal concepto explica cómo las especies sobreviven, Darwin (1859) afirmó que “la lucha por la existencia recae sobre la selección natural” (p. 60). El ejemplo más popular se retrató en los pinzones de Darwin, un ave hallada en las islas Galápagos cuyos picos habían sido moldeados por el tipo de alimento que había en sus entornos.

Los rasgos que permiten que el organismo sobreviva se llaman adaptaciones. Dado que resultan de la interacción del organismo con su entorno, las adaptaciones son de carácter biológico. Por su importancia para el desarrollo de los organismos, dicho término es uno de los conceptos centrales de la biología contemporánea.

La selección natural es el término general que cubre las influencias del medio ambiente en el sentido más amplio que afectan la capacidad de un organismo para reproducirse; a veces se le llama selección ecológica para distinguirla de la selección sexual o de parentesco. La selección natural ocurre cuando eventos tanto dentro como fuera de un grupo de individuos alientan a una variante en una población a dejar más descendencia reproductiva que otra. La selección natural puede ocurrir porque una variante animal tiene más posibilidades de sobrevivir contra depredadores o capturar presas que otra de la misma especie, o puede sobrevivir mejor a los cambios climáticos, o puede acceder a una nueva forma de alimento. (Bard, 2022, p. 286)

Demostrar que un rasgo es una adaptación no es tarea fácil. Generalmente se realizan experimentos que demuestren que cierto rasgo cumple una función adaptativa porque aumenta la aptitud del organismo (Bard, 2022; Futuyma & Kirkpatrick, 2017). Ello es así porque hallar adaptaciones es algo que debemos demostrar en lugar de asumir.

Que un rasgo biológico luzca complejo o parezca cumplir cierta función adaptativa no son motivo suficiente para calificarlo como una adaptación moldeada por selección natural (Bard, 2022; Futuyma & Kirkpatrick, 2017). De hecho, es muy probable que la mayor parte de rasgos biológicos funcionales al organismo no sean adaptaciones.

Pinzones de las islas Galápagos
Pinzones de Darwin o pinzones de las Galápagos. Darwin, 1845 (Imagen adaptada: Wikicommons).

Lo anterior demuestra el íntimo vínculo que, según la obra darwiniana, hay entre ambas instancias: solo la selección natural moldea adaptaciones. En otras palabras, no hay adaptaciones biológicas que no hayan sido moldeadas por selección natural, así como no hay rasgos moldeados por selección natural que no sean adaptaciones biológicas.

El propio Darwin (1859) fue consciente de ello al definir la selección natural como el “medio principal pero no exclusivo” (p. 6) de la evolución. Ello también explica por qué la literatura científica suele tratar ambos conceptos en un mismo capítulo (Charlesworth & Charlesworth, 2017; Dobzhansky, 1967; Futuyma & Kirkpatrick, 2017).

La síntesis moderna como paradigma evolucionista

Cuando Darwin (1859) publicó su obra más importante, ella no fue inmediatamente aceptada por la comunidad científica. Tal panorama ocurrió porque el creacionismo aún era una oposición fuerte y, sobre todo, porque no se conocía los mecanismos de la herencia genética, base material de la evolución biológica (Bowler, 1983).

No fue sino hasta el surgimiento de la genética mendeliana que la obra darwiniana empezó a ganar mayor crédito dentro de la comunidad científica y fuera de ella. Así, durante los años 30 del siglo pasado, la selección natural fue combinada con los principios de la genética, dando lugar a la llamada síntesis moderna.

Durante buena parte del siglo XX, la síntesis moderna fue el gran paradigma de la evolución biológica. Sus principales representantes fueron científicos como Julian Huxley (quien acuñó el término), Ronald Fisher, Theodosius Dobzhansky, Ernst Mayr, George G. Simpson, John B. S. Haldane o William Donald Hamilton.

Aunque fue un marco de trabajo diverso (donde cada científico desarrolló su propio enfoque) presente en varias disciplinas (como zoología, botánica o paleontología), se caracterizó por un principio fundamental: la selección natural es el mecanismo suficiente para explicar la evolución de todo organismo vivo (Huxley, 1944).

Reflejando tal énfasis, el biólogo Ernst Mayr (1959) afirmó que “la selección natural ha permanecido […] como el componente más importante de la teoría de la evolución y se ha convertido en la piedra angular de la teoría sintética moderna de la evolución” (p. 10). Actualmente, dicha relevancia se mantiene (Futuyma & Kirkpatrick, 2017).

El énfasis en el algoritmo darwiniano hizo que la síntesis moderna desarrolle dos características con grandes implicancias para la evolución humana: su externalismo, que empoderó la influencia de los factores ambientales, y su genocentrismo, que concibió al gen como único agente de variación y unidad de herencia (Pigliucci & Müller, 2010).

Ello hizo que otras unidades de herencia y agentes de cambio fueran subestimadas.

En aquel contexto, emergió una de las disciplinas más polémicas de la ciencia de la evolución humana.

¿Qué fue la sociobiología?

Edward Osborne Wilson, padre de la sociobiología
Edward Osborne Wilson, padre de la sociobiología (Foto: Jim Harrison/PLoS).

A mediados del siglo XX, el biólogo Edward O. Wilson fundó la sociobiología. Como tal, fue una de las primeras disciplinas que empleó la obra darwiniana para estudiar la conducta social de los organismos. En ello, utilizó conceptos como selección natural, adaptación, aptitud (fitness) o selección de parentesco.

Dicha propuesta tomó gran influencia de la síntesis moderna. De hecho, Wilson (1975a) definió la sociobiología como “el estudio sistemático de la base biológica de toda conducta social” (p. 4). Buena parte de su obra consiste en develar la presunta “base genética” de las conductas sociales.

Tal influencia no se vio únicamente en su definición sino también en sus objetivos. Así, en un claro intento de biologizarlas, el propio Wilson (1975a) afirmó que “una de las funciones de la sociobiología […] es reformular los fundamentos de las ciencias sociales de una manera que atraiga a estos temas a la síntesis moderna” (p. 4).

Desde muy temprano fue notorio su darwinismo ortodoxo.

En su clásica obra Sociobiology: The New Synthesis, Wilson (1975a) se ocupó de la conducta social animal. Apenas el último capítulo se dedicó a la conducta humana y a los rasgos adaptativos de las organizaciones sociales. Para sus críticos, lo objetable no remite a la totalidad de dicha obra sino a su empleo al ser humano (Gould, 1976).

En dicho ámbito, tomando el externalismo y genocentrismo de la síntesis moderna, la sociobiología planteó que nuestras conductas sociales fueron moldeadas por selección natural. En principio, ello no es problemático; si dicho mecanismo moldea la conducta de todas las especies, es lógico suponer que también moldee nuestra conducta.

Justamente, el enfoque sociobiológico consistió en analizar la conducta social humana como si analizáramos la conducta de cualquier otra especie o, en palabras de Wilson (1975a), “como si fuéramos zoólogos de otro planeta completando un catálogo de especies sociales en la Tierra” (p. 547).

Hasta aquí, nada que objetar.

En ese tenor, una de las preguntas clave de la sociobiología fue determinar “hasta qué punto el biograma [humano] representa una adaptación a la vida cultural moderna y hasta qué punto es un vestigio filogenético” (Wilson, 1975a, p. 548). En otras palabras, hasta qué punto nuestras conductas son producto de la cultura o la biología.

El poder de los genes

libro fundacional de la sociobiología
Libro fundacional de la sociobiología (Foto: Amazon).

Para resolver aquella duda, Wilson (1975a) comparó la conducta humana con la conducta primate. Su objetivo fue hallar los rasgos que subyacen a nuestra conducta social. Dicho ejercicio se inspiró en la etología de Konrad Lorenz, que analizó al ser humano desde una mirada zoológica.

La finalidad de tal comparación fue identificar las conductas que se mantienen constantes en el orden Primate y persisten en el género Homo (como la dominancia masculina o el cuidado materno). Para Wilson (1975a), tales conductas ofrecían “una base adecuada para la formación de hipótesis” (p. 551).

¿Y qué conductas analizó?

En su esquema, la sociobiología planteó que fenómenos sociales como la división sexual del trabajo, la dominancia masculina, las jerarquías sociales, la territorialidad, la agresión, la religión, la guerra, el genocidio o la competencia económica tenían una base genética moldeada por selección natural.

Sobre aquella base, Wilson (1975a) reconoció la importancia de la cultura al afirmar que “solo en el ser humano la cultura se ha infiltrado completamente en prácticamente todos los aspectos de la vida” (p. 559). No obstante, en lugar de concebirla como una fuerza autónoma, la concibió como un rasgo dependiente de los genes.

En ese marco, Wilson (1978a) enunció su famoso lema: “los genes sujetan la cultura con una correa” (p. 167). Ello devela que los genes mantienen cierto poder y explica también por qué la sociobiología conjeturó que las diferencias culturales entre grupos humanos podían ser producto de diferencias genéticas.

Aunque los genes han cedido la mayor parte de su soberanía, mantienen cierta influencia al menos en las cualidades conductuales que subyacen a las variaciones entre culturas. […] Volviendo finalmente a la cuestión de la evolución cultural, podemos conjeturar heurísticamente que los rasgos que se ha demostrado que son lábiles son también los que tienen más probabilidades de diferir de una sociedad humana a otra sobre la base de diferencias genéticas. (Wilson, 1975a, pp. 550-551)

Hasta ese momento, el enfoque sociobiológico parecía muy razonable: la selección natural moldea la conducta humana, hay una base genética que ejerce poder, aunque no sea determinante, y la cultura es un producto de nuestra evolución genética antes que la causa de aquel proceso. Todo luce, digamos, muy darwiniano.

¿Cuál fue, entonces, el problema?

Si recordamos el vínculo entre selección natural y adaptación, notaremos que el dilema con afirmar que nuestras conductas fueron moldeadas por selección natural yace en que ello implica que los seres humanos tenemos adaptaciones biológicas (base genética) que nos predisponen a dominar a las mujeres, liberalizar la economía o invadir países.

El propio Wilson (1975a) afirmó incluso que “una pregunta clave de la biología humana es si hay una predisposición genética para ingresar a ciertas clases y desempeñar ciertos roles” (p. 554). Sí, aquí los términos clases y roles referían a clases y roles sociales. Ello generó que la sociobiología sobreestimara el poder de la herencia genética.

La cuestión de interés ya no es si la conducta social humana está genéticamente determinada sino hasta qué punto. La evidencia acumulada de un importante componente hereditario es más detallada y convincente de lo que la mayoría de las personas, incluidos los genetistas, creen. Yo iré más allá: ya es decisivo. (Wilson, 1978a, p. 19)

Aunque el razonamiento sociobiológico fue muy darwiniano, consolidó una forma de justificar desigualdades sociales, políticas o económicas entre poblaciones humanas, ya que las veía como resultado de predisposiciones genéticas (la famosa base genética) moldeadas por selección natural.

Sin duda fue una idea peligrosa. Por ello, las críticas no demoraron en llegar. El mismo año en que Sociobiology: The New Synthesis vio la luz, diversos científicos se manifestaron en contra, señalando la que fue su limitación más importante: su carácter especulativo.

Especulaciones y cuentos

Mediante una carta, Elizabeth Allen y colegas (1975) acusaron a la sociobiología de revitalizar teorías eugenésicas y construir una nueva ola de determinismo biológico vía argumentos ad hoc, especulaciones prehistóricas y exageraciones de los parecidos entre el ser humano y los primates.

No negamos que haya componentes genéticos en la conducta humana. Pero sospechamos que los universales biológicos humanos han de ser descubiertos más en las generalidades de comer, excretar y dormir que en hábitos tan específicos y altamente variables como la guerra, la explotación sexual de las mujeres y el uso del dinero como medio de intercambio. (Allen et al., 1975, p. 44)

En su réplica, Wilson (1975b) protestó contra los “enunciados falsos y acusaciones” de dicha carta, a la que consideró un “ataque abiertamente partidista”. Para el entomólogo, los autores de la misiva malinterpretaron los argumentos de su libro, al que revisaron de manera fragmentada, descontextualizada y distorsionada.

Al año siguiente, otra crítica acusó a la sociobiología de formular hipótesis biologicistas al desatender la evidencia etnográfica, favorecer conductas presuntamente universales, exagerar las similitudes entre humanos y primates, y elaborar hipótesis incomprobables e infalsables (Sociobiology Study Group, 1976).

Nuevamente, en otra réplica, Wilson (1976) calificó las críticas de “vigilantismo académico” (o sea, de juzgar el valor de una obra por sus convicciones políticas). Como se aprecia, aunque las objeciones contenían un importante aspecto político, desde temprano se hizo habitual acusarlas de estar totalmente politizadas.

El paleontólogo Stephen Jay Gould
El paleontólogo Stephen Jay Gould (Foto: Museum of Natural History).

Ese mismo año, el paleontólogo Stephen Jay Gould (1976) destacó que la sociobiología pecó de determinismo biológico al presuponer que la selección natural moldea las conductas humanas tal como moldea la conducta de otras especies. Por ello, no brindó evidencia real sino “argumentos indirectos basados en la plausibilidad” (Gould, 1976).

Dicho carácter potencial, aunado a su empleo fundamentalista del algoritmo darwiniano, hizo que Gould (1978) bautizara la sociobiología como “el arte de narrar cuentos” (just-so stories). Y es que gran parte de su actividad consistió en inventar cuentos evolutivos que reflejaban la presunta omnipotencia de la selección natural.

Asimismo, en The mismeasure of man, Gould (1981a) criticó diversos aspectos de la sociobiología e indicó que su objetivo —la búsqueda de una base genética— es un ejemplo de determinismo biológico. De hecho, sus falencias metodológicas (como la falta de evidencia empírica y su enfoque reduccionista) invalidan su tesis central.

Muchas de las afirmaciones de Wilson son más dudosas porque se basa en gran medida en una tradición especulativa, desafortunadamente seguida ampliamente dentro de la biología evolucionista: el just-so story. Dado que supone que la selección natural es casi totipotente, resulta legítimo inventar una historia sobre su acción cuando se enfrenta a una conducta adaptativa. Pero supongamos que la conducta no es una adaptación en absoluto, que es “para” otra cosa, que no es producto de la selección natural genética. No podemos probar estas alternativas porque siempre se puede construir historias genéticas, y Wilson utiliza la posibilidad de construcción misma como criterio de validez. (Gould, 1981b, p. 288)

En tono semejante, partiendo de una idea similar, el neurobiólogo Steven Rose (1979) afirmó que “toda la estructura del método y razonamiento empleado por la sociobiología contiene una serie de fallas fundamentales” (p. 279). Para esta crítica, los cuentos sociobiológicos no son científicamente válidos porque elaboran modelos ficticios.

¿Dónde está la base genética?

El tono conjetural de la sociobiología hizo que los críticos apuntaran a una falta de evidencia empírica sobre la base genética de las conductas humanas. Ello, que forma la contracara de su naturaleza hipotética, fue otro de sus vacíos más resonantes, también develado desde muy temprano (Sociobiology Study Group, 1976).

Uno de los primeros en destacar ello fue el biólogo Richard Lewontin (1976, 1977, 1980), quien afirmó que la sociobiología constituyó un tipo de determinismo biológico (un razonamiento falaz que sobreestima el impacto de los genes) que no presentó evidencia real de cómo la selección natural moldea conductas humanas específicas.

Por aquel motivo, Lewontin (1977) calificó a la sociobiología de ser una “ciencia política” cuyos resultados podían emplearse para justificar determinado orden social. En ese tono, el crítico también acusó a la obra wilsoniana de estar compuesta de “cuentos adaptativos meramente imaginarios” (Lewontin, 1980).

No se presenta ninguna evidencia de una base genética de estas características, y los argumentos a favor de su establecimiento por selección natural no pueden ser probados, ya que tales argumentos postulan situaciones hipotéticas en la prehistoria humana que son incontrolables. (Lewontin, 1977, p. 15)

De hecho, para Lewontin (1979), la sociobiología fue un caso extremo de programa adaptacionista porque “asume sin mayores pruebas que todos los aspectos de la morfología, fisiología y conducta de los organismos son soluciones adaptativas óptimas a los problemas” (p. 6). Ello fue producto de su énfasis en la selección natural.

Para fines de los años 70, en un popular ensayo, Gould y Lewontin (1979) criticaron el paradigma adaptacionista (o panglossiano) que refirió a la omnipotencia del algoritmo darwiniano como explicación suprema y abogaron por un enfoque plural. En aquel ensayo, la sociobiología fue mencionada como ejemplo de adaptacionismo.

Años después, en unas charlas en la Universidad de Utah, Lewontin (1982) reiteró que la sociobiología atribuyó causas genéticas a conductas humanas específicas pero no brindó evidencia empírica de que tales conductas se transmitan genéticamente. Por ello, la catalogó de ser una propuesta reduccionista y determinista (biologicista).

Al mismo tiempo en que la sociobiología se aplicaba en diversos campos (Barash, 1977; Barlow & Silverberg, 1980; Chagnon & Irons, 1979; Freedman, 1979; King’s College Sociobiology Group, 1982), el vendaval de críticas la convirtió en una de las propuestas más resistidas (Caplan, 1978; Gregory et al., 1978; Holtzman, 1977; Ruse, 1976).

A modo de respuesta, Wilson (1978b) declaró estar “sorprendido, incluso asombrado” por todo el rechazo y reafirmó que muchas de las críticas se basaron en malentendidos. Para su fundador, estudiar la base genética de la conducta humana no fue un acto reduccionista sino reductivo, y la reducción es un método de la ciencia.

Pero fue en dicho campo donde la obra wilsoniana tocó fondo.

El antropólogo Marshall Sahlins (1977) fue uno de los primeros en advertir que emplear la obra wilsoniana para estudiar la conducta humana degeneraba en su ideologización. Para Sahlins (1977), dicho ejercicio produjo una forma de “sociobiología vulgar” que concebía a los fenómenos socioculturales como hechos biológicos naturales.

Subestimando el impacto de la cultura

Sumada a su carácter especulativo, otra crítica formulada mayormente por antropólogos defendió que la sociobiología ignoró el impacto de un factor clave para entender la evolución de nuestra conducta: la cultura.

Sociobiology examined de Ashley Montagu
Fuente: Amazon.

Para Sherwood Washburn (1978), la sociobiología cometió “graves errores cuando se aplica a la conducta humana” (p. 54). El más importante fue sobreestimar el poder de la selección natural e ignorar la evidencia arqueológica e histórica que demuestra cómo diversos factores culturales moldean nuestra conducta.

Justamente por desconocer el peso de tales factores y desatender sus evidencias, la sociobiología nunca presentó pruebas fácticas de la base genética de las conductas sociales humanas, repitiendo los viejos errores de la eugenesia, el darwinismo social o el racismo científico (Washburn, 1981).

Por otro lado, empleando evidencia etnográfica y elaborando modelos matemáticos, Peter Richerson y Robert Boyd (1978) señalaron que para estudiar la conducta del ser humano no solo había que considerar su genotipo y entorno sino también su “cultura-tipo”, es decir, la herencia cultural recibida de generaciones pasadas.

Dicha propuesta afirmó que muchas conductas humanas no siguen los preceptos de la evolución genética (como planteó Wilson) sino de la evolución cultural. Por ello, Richerson y Boyd (1978) afirmaron que las predicciones sociobiológicas están “sistemáticamente equivocadas para el caso humano” (p. 148).

Para la sociobiología, el individualismo occidental fue moldeado por selección natural, lo que dio pie a teorías biologicistas sobre la desigualdad económica. En cambio, para los críticos, la obra wilsoniana ignoró que gran parte de nuestra conducta se adquiere por transmisión cultural, no por herencia genética (Boyd & Richerson, 1980, 1985).

Desde tal enfoque, en respuesta a la frase wilsoniana sobre la correa genética, Richerson y Boyd (2001) contestaron que “la cultura está bien alineada [a la correa genética], pero el perro al final es grande, inteligente e independiente, no un poodle de juguete bien entrenado” (p. 166). En otras palabras, la cultura es una fuerza evolutiva autónoma.

El trabajo de Wilson es difícil de aplicar a la conducta humana justamente porque esta depende más de la cultura que de la genética. Por ello, Jerome Barkow (1978) afirmó que “la sociobiología nunca debe ser directamente aplicada a la conducta humana sin considerar el papel de la evolución cultural” (p. 15).

Con el tiempo, otros antropólogos continuaron destacando aquel problema.

Por ejemplo, Marvin Harris (1979) anunció que los antropólogos sí aceptan las hipótesis sociobiológicas generales pero afirman que ellas solo explican una pequeña parte de la conducta humana. Así, diversos fenómenos culturales no pueden resolverse mediante los “principios reduccionistas de la sociobiología” (Harris, 1979).

James Silverberg (1980) también acusó a la obra wilsoniana de poseer argumentos falaces y reduccionistas, ignorar que muchas conductas humanas se aprenden vía transmisión cultural (no por herencia genética), malinterpretar el concepto de adaptación y minimizar la variabilidad cultural de la conducta humana.

Desde un enfoque histórico, Kenneth Elliott Bock (1980) postuló que una explicación óptima de las diferencias culturales se obtiene apelando a la historia de las poblaciones, no a su biología. Para Bock (1980), gran parte del interés wilsoniano por la biología es producto de una mala comprensión de la cultura.

Por su lado, Ashley Montagu (1981) sostuvo que la aplicación de la sociobiología a la conducta humana expuso los sesgos y prejuicios de su fundador. Esta crítica también indicó que dicho programa descuidó la influencia de la cultura y el aprendizaje, y sobreestimó la importancia de factores genéticos sin brindar mayor evidencia.

El impacto de estas críticas fue tan grande que el propio Wilson emprendió un nuevo proyecto (basado en el concepto de coevolución) que buscó darle mayor relevancia a la cultura (Lumsden & Wilson, 1981). No obstante, se insistió en que ella dependía de los genes: “la correa genética vuelve a alinear la cultura” (Lumsden & Wilson, 1983, p. 65).

En el clásico libro Not in our genes, Lewontin y colegas (1984) tildaron a la sociobiología como un ejemplo de determinismo biológico caracterizado por sobreestimar la presunta influencia de los genes en la conducta humana (mediante el énfasis sobre la selección natural) y subestimar el impacto de la cultura y la historia.

Así también, en un artículo publicado en el Yearbook of Physical Anthropology, Henry Harpending y colegas (1987) destacaron que el enfoque adaptacionista de la sociobiología no fue un defecto casual sino la consecuencia de ignorar cómo ciertas formas de transmisión cultural moldean conductas humanas.

La poca atención de la sociobiología a la cultura también fue advertida por el filósofo Philip Kitcher (1985), quien afirmó en su libro Vaulting Ambition que “los sociobiólogos descuidan importantes factores culturales que muy fácilmente podrían moldear la forma de la conducta que observamos” (p. 183).

Incluso el propio Gould (1986) dio cuenta de cómo la obra wilsoniana no pudo brindar una explicación sólida de las diferencias culturales entre poblaciones pese a querer consolidarse como una gran teoría de la naturaleza humana. Por ello, Gould (1986) calificó la sociobiología como “darwinismo de cartón”.

Y es que, para tal disciplina, realmente no hay forma de reconocer la cultura como fuerza autónoma, ya que hacerlo nos aleja de ella y nos acerca a sus teorías rivales. En este punto, el mejor ejemplo que expone el descuido de la cultura y la sobreestimación de la genética se halla en el estudio de las diferencias entre hombres y mujeres.

No es sexismo, es la biología

libro Not in our genes
Fuente: Wikicommons.

En su obra central, Wilson (1975a) postuló que la división sexual del trabajo (hombres cazadores y mujeres recolectoras y criadoras) era un fenómeno prácticamente universal, visible en la mayoría de sociedades. Ello le bastó para afirmar, en un artículo posterior, que tal división “parece tener un origen genético” (Wilson, 1975c).

Aunque remita a hechos pasados, aquel biologicismo estaría detrás de las brechas de género modernas. En ese tono, Wilson (1975c) afirmó que, incluso si hombres y mujeres tuvieran una educación igualitaria, “es probable que los hombres sigan desempeñando un papel desproporcionado en la vida política, los negocios y la ciencia”.

Ojo, que tales afirmaciones no son inocentes.

Tal propuesta se dio en un contexto ideológicamente denso y donde se publicaron libros de tono biologizante como The naked ape (de Desmond Morris), The imperial animal (de Lionel Tiger y Robin Fox), The hunting hyphotesis (de Robert Ardrey) o The inevitability of patriarchy (de Steven Goldberg).

Dentro del marco darwiniano en el que se situó la obra de Wilson, si decimos que la división sexual del trabajo tiene un origen genético, estamos diciendo que las brechas de género (laboral o científica) no son fenómenos sociales sino producto de adaptaciones biológicas moldeadas por selección natural. Ello les otorga un carácter determinista.

No obstante, no pasó mucho tiempo para que la sociobiología fuera criticada de promover un determinismo biológico en el campo del género al ignorar la evidencia etnográfica que contradice la presunta universalidad de muchas conductas (Chasin, 1977) o al atribuir las diferencias de género a diferencias cerebrales (Salzman, 1977).

Entonces, aunque afirma ser científico, Wilson, al igual que otros deterministas biológicos, no hace ningún intento de abordar material que no respalde sus teorías. Esto no es ciencia: es propaganda, promocionada por los medios no por sus méritos científicos sino por sus funciones políticas. (Chasin, 1977, p. 30)

[E]n este momento no hay evidencia científica creíble de que exista una base genética para cualquier rasgo de conducta humana socialmente significativa […] o para formas sociales en nuestra sociedad –y, por supuesto, esto incluye diferencias de conducta entre hombres y mujeres y roles sexuales en nuestra sociedad. Las afirmaciones hechas a la fecha sobre bases genéticas para rasgos socialmente significativos son metodológicamente defectuosas o puramente especulativas. (Salzman, 1977, p. 31)

Lewontin (1977) afirmó que la sociobiología promovió el sexismo, una forma de determinismo biológico, por pretender explicar las diferencias de género apelando a la evolución biológica por selección natural. Las otras tres formas de determinismo biológico son el racismo, el clasismo y la doctrina de la naturaleza humana.

Durante los años 80 y 90, múltiples análisis develaron que la sociobiología pecó de determinismo biológico por enfatizar en la selección natural y descuidar la cultura y otros factores sociales (Bleier, 2001; Fetzer, 1985; Gould, 1986; Lewontin, 1991; Rose, 1982, 1997; Rose & Rose, 1986; Ruse, 1985; Segerstråle, 2000; Tang-Martinez, 1997).

El ultradarwinismo y la teorización sociobiológica, especialmente aplicada a sociedades humanas, se basaban en evidencia empírica inestable, premisas defectuosas y presuposiciones ideológicas no examinadas sobre los llamados aspectos universales de la “naturaleza humana”. Además, tales afirmaciones deterministas fueron inmediatamente movilizadas en apoyo de los movimientos políticos neofascistas y de nueva derecha en Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa continental. (Rose, 1997, p. viii)

Para fines de los años 90 e inicios del nuevo siglo, la sociobiología era prácticamente una disciplina superada. No obstante, incluso en aquel contexto, hubo quienes alzaron su voz para defender la obra wilsoniana y declarar, contra todo pronóstico, que ella siempre estuvo en lo correcto.

El ocaso de la sociobiología

Apenas entrado el siglo XXI, el ecólogo conductual John Alcock (2001) afirmó en su libro pomposamente titulado El triunfo de la sociobiología que sus críticas estuvieron basadas en múltiples errores y tergiversaciones. Aseguraba que fueron Wilson y sus colegas quienes realmente ganaron el debate contra sus críticos.

Aunque la sociobiología ya no goza de vigencia, el estudio darwiniano de la conducta humana continuó bajo otros nombres: antropología evolucionista, ecología conductual, psicología evolucionista o evolución cultural. Desde luego, son disciplinas que pueden llegar a ser muy diferentes en varios aspectos. Recomiendo no confundirlas.

Recientemente, hubo un intento de repensar las bases teóricas de la sociobiología para compatibilizarlas con mecanismos como la selección de grupo (Wilson & Wilson, 2007). No obstante, mucha agua ha corrido bajo el puente. Otros marcos han logrado avances importantes en la comprensión de la conducta humana (Morales, 2022).

Si creen que todo lo señalado es suficiente, se equivocan. Una crítica reciente exhumó evidencias que puso en entredicho la credibilidad del propio Wilson.

Dime con quién andas…

Jean-Philippe Rushton
Jean-Philippe Rushton (Foto: SPLC)

En un artículo de opinión publicado en Scientific American, Monica McLemore (2021) afirmó que Wilson tuvo un “legado complicado” por sus ideas racistas. Dicho artículo generó una fuerte polémica no solo por sus afirmaciones sino también porque se publicó poco después del fallecimiento del padre de la sociobiología.

Uno de los primeros en reaccionar fue el biólogo Jerry Coyne (2021), quien calificó el artículo de McLemore de “estúpido” y “abiertamente ignorante del trabajo de Wilson” que pudo haber sido escrito por cualquier “ideólogo de la justicia social”. Además, tildó a Scientific American de tener una filosofía woke.

Tras afirmar que podría criticar el artículo de manera sistemática (en su prosa elegante: “podría despotricar eternamente sobre la ignorancia de esta mujer”), Coyne (2021) defendió que Wilson pudo ser determinista biológico pero no racista. Ello se apoya en que el artículo de opinión no brindó evidencia.

Al poco tiempo de publicado el artículo de McLemore, el bloguero Razib Khan (2022) publicó una carta abierta donde afirmó que Wilson no fue racista. A tal misiva luego se añadieron grandes científicos como el propio Coyne, Joseph Henrich, Jonathan Losos, David Sloan Wilson, Richard Wrangham, Marlene Zuk o Mary Jane West-Eberhard.

En aquel momento, el debate por el legado de Wilson se convirtió en una guerra virtual donde diversos científicos y opinólogos podían elegir un bando y enfrentarse entre sí. Como ello fue algo nuevo, las pruebas arqueológicas todavía se hallan en la web.

No obstante, pese a las reacciones que generó el artículo de McLemore en Twitter, que acusaban a Scientific American de ser woke, anticientífica o izquierdista (o como el post del biólogo/activista Colin Wright que afirmó que dicha revista “can go fuck itself”), las reales evidencias no demoraron en llegar.

En un artículo publicado en la revista Science for the People, Stacy Farina y Matthew Gibbons (2022) presentaron evidencia del vínculo de Wilson con el racismo científico, una doctrina que afirma que las diferencias entre poblaciones humanas (o razas, como todavía las llaman algunos de sus defensores) son fundamentalmente genéticas.

A mediados del siglo XX, el psicólogo J. Philippe Rushton ganó fama por defender que la personalidad, la criminalidad, el coeficiente intelectual (IQ) o la promiscuidad sexual tenían una base biológica. Rushton también dirigió la Pioneer Fund, una institución acusada de haber apoyado la eugenesia, el supremacismo blanco y el nazismo.

La evidencia en juego fue el apoyo de Wilson a Rushton. Dicho apoyo llegó en forma de una carta dirigida a los superiores de Rushton para instarlos a no desvincularlo de la Universidad de Western Ontario, a razón de sus polémicas investigaciones sobre la base genética de la diferencia de IQ entre americanos y afroamericanos.

En su carta, Wilson dijo, casi en tono demandante, que dicha universidad ya tenía muchos problemas como para querer uno más, relativo a la amenaza de la libertad académica, y defendió que los estudios de Rushton fueron avalados por importantes genetistas de la época. Obviamente, ningún nombre fue mencionado.

El psicólogo no hizo más que agradecer tremendo gesto.

Farina y Gibbons (2022) contaron también cómo el apoyo de Wilson logró que Rushton publicara un estudio en la prestigiosa Proceedings of the National Academy of Sciences. En dicho proceso, Wilson ejerció como editor, solicitando la búsqueda de revisiones favorables y, posteriormente, aceptando su publicación.

Ante un nuevo pedido de apoyo de Rushton para patrocinar otra publicación en el Proceedings, esta vez sobre diferencias raciales, Wilson declinó, pero su justificación, debo admitir, me sacó una sonrisa:

Tengo un par de colegas aquí, Gould y Lewontin, que utilizarían cualquier excusa para volver a presentar la acusación. Así que no soy la persona adecuada para patrocinar el artículo, aunque me encantaría recomendarlo a otro miembro menos vulnerable de la Academia Nacional. (Farina & Gibbons, 2022)

Por si ello fuera poco, Wilson apoyó a Rushton contra una evaluación de su universidad que calificó su desempeño como “insatisfactorio”, su trabajo sobre la base genética de las diferencias raciales como “sustancialmente defectuoso” y su historial de publicaciones como poseedor de “graves deficiencias académicas” (Farina & Gibbons, 2022).

Para Farina y Gibbons (2022), fue el sostenido apoyo de Wilson (mediante cartas dirigidas a directivos de la universidad y asesoría en las publicaciones) lo que permitió que Rushton continuara como profesor de psicología en Western Ontario (con tenure) y ganara credibilidad en la comunidad científica.

El ensayo de McLemore (2021) y las pruebas presentadas por Farina y Gibbons (2022) generaron discusiones que analizaron si Wilson u otros académicos vinculados podrían haber defendido, quizá sin plena consciencia, formas de racismo científico (Borrello & Sepkoski, 2022; Carlson, 2022; Hölldobler, 2022).

Desde luego, todo ello no hace que Wilson sea racista, pero sí demuestra que apoyó a alguien que sí lo fue.

Palabras finales

Como puede verse, la sociobiología de Wilson adoleció de toda una serie de problemas, empezando por su carácter especulativo (la invención de cuentos evolutivos o just-so stories), su falta de evidencia empírica (¿dónde está la base genética?), su descuido por la cultura y su promoción del adaptacionismo y el determinismo biológico.

Las críticas a la obra de Wilson no fueron únicamente metodológicas o ideológicas. Las grandes limitaciones de la sociobiología, destapadas tras su empleo a la conducta humana, hizo que desde muy temprano algunas críticas cuestionaran su carácter científico (Ruse, 1976, 1985).

Ella no fue la única víctima.

La llamada síntesis extendida cuestionó a su antecesora al develar que los organismos son agentes de su propia evolución (no están simplemente programados por sus genes) y reconocer otras formas de herencia capaces de generar cambio (Laland et al., 2014). Una de ellas es la herencia cultural.

En efecto, el reconocimiento de la cultura como fuerza evolutiva forma parte de la síntesis extendida (Laland et al., 2014; Laland et al., 2015). En ello, marcos como la teoría de la construcción de nicho (Odling-Smee et al., 2003) o la teoría de la herencia dual (Richerson & Boyd, 2005) han logrado importantes avances.

El debate entre paradigmas ha generado una guerra cultural entre científicos (Buranyi, 2022).

Pese a todo lo visto, la sociobiología no ha desaparecido del imaginario público. Es probable que todo aquel que intente elaborar una explicación darwiniana de la conducta humana formule razonamientos sociobiológicos, donde la selección natural juega un rol central y la cultura, pues, tiene un papel secundario, si acaso tiene alguno.

Aquel tipo de esfuerzo cognitivo solo puede generar argumentos adaptacionistas donde cualquier conducta humana (especialmente, las que muestran grandes brechas de género) será tratada como un producto de la evolución biológica, como algo que los humanos llevamos en los genes y no nos podemos quitar.

Un ejemplo de ello lo vemos en el trabajo divulgativo de la filósofa Roxana Kreimer y la neurocientífica Marta Iglesias, quienes suelen elaborar explicaciones biologicistas y referir a propuestas sociobiológicas, como la teoría de la inversión parental de Robert Trivers.

Pero ello ya es otra historia, una que, seguramente, pronto he de contarles.


Referencias

  • Alcock, J. (2001). The triumph of sociobiology. Oxford University Press.
  • Allen, E., Beckwith, B., Beckwith, J., Chorover, S., Culver, D., Duncan, M., … Schreier, H. (1975). Against “sociobiology”. New York Review of Books, 22(18), 43-44.
  • Barash, D. (1977). Sociobiology and behavior. Elsevier.
  • Bard, J. (2022). Evolution: The origins and mechanisms of diversity. Taylor & Francis.
  • Barlow, G., & Silverberg, J. (Eds.). (1980). Sociobiology: Beyond nature/nurture? Westview Press.
  • Barkow, J. (1978). Culture and sociobiology. American Anthropologist, 80(1), 5-20.
  • Bleier, R. (2001). Sociobiology, biological determinism, and human behavior. En M. Wyer, M. Barbercheck, D. Geisman, H. Öztürk & M. Wayne (Eds.), Women, science, and technology (pp. 168-185). Routledge.
  • Bock, K. (1980). Human nature and history: A response to sociobiology. Columbia Universoity Press.
  • Borrello, M., & Sepkoski, D. (2022). Ideology as biology. New York Review of Books. https://www.nybooks.com/online/2022/02/05/ideology-as-biology/
  • Bowler, P. (1983). The eclipse of Darwinism. Johns Hopkins University Press.
  • Boyd, R., & Richerson, P. (1980). Sociobiology, culture and economic theory. Journal of Economic Behavior & Organization, 1(2), 97-121.
  • Boyd, R., & Richerson, P. (1985). Culture and the evolutionary process. University of Chicago Press.
  • Buranyi, S. (2022). Do we need a new theory of evolution? https://www.theguardian.com/science/2022/jun/28/do-we-need-a-new-theory-of-evolution
  • Caplan, A. (Ed.). (1978). The sociobiology debate. Harper & Row.
  • Carlson, J. (2022). Spread this like wildfire! https://magazine.scienceforthepeople.org/online/spread-this-like-wildfire/
  • Chagnon, N., & Irons, W. (Eds). (1979). Evolutionary biology and human social behavior. Duxbury Press.
  • Charlesworth, B., & Charlesworth, D. (2017). Evolution. Oxford University Press.
  • Chasin, B. (1977). Sociobiology: A sexist synthesis. Science for the People, 9(3), 27-31.
  • Coyne, J. (2021). Scientific American does an asinine hit job on E. O. Wilson, calling him a racist. https://whyevolutionistrue.com/2021/12/30/scientific-american-does-an-asinine-hit-job-on-e-o-wilson-calling-him-a-racist/
  • Dobzhansky, T. (1967). Evolution, genetics, and man. Wiley.
  • Farina, S., & Gibbons, M. (2022). “The last refuge of scoundrels”: New evidence of E. O. Wilson’s intimacy with scientific racism. https://magazine.scienceforthepeople.org/online/the-last-refuge-of-scoundrels/
  • Fetzer, J. (Ed.). (1985). Sociobiology and epistemology. D Reidel.
  • Freedman, D. (1979). Human sociobiology. Free Press.
  • Futuyma, D., & Kirkpatrick, M. (2017). Evolution. Sinauer Associates.
  • Gould, S.J. (1976). Biological potential vs. biological determinism. Natural History, 85(5), 12-22.
  • Gould, S.J. (1978). Sociobiology: The art of storytelling. New Scientist, 80, 530-533.
  • Gould, S.J. (1981a). The mismeasure of man. W. W. Norton & Company.
  • Gould, S.J. (1981b). Sociobiology and human nature: A postpanglossian vision. En A. Montagu (Eds.), Sociobiology examined (pp. 283-290). Oxford University Press.
  • Gould, S.J. (1986). Cardboard Darwinism. New York Review of Books, 33(14), 47-54.
  • Gould, S. J., & Lewontin, R. (1979). The spandrels of San Marco and the Panglossian paradigm: A critique of the adaptationist programme. Proceedings of the Royal Society B, 205(1161), 581-598.
  • Gregory, M., Silvers, A., & Sutch, D. (Eds.). (1978). Sociobiology and human nature. Jossey-Bass.
  • Harpending, H., Rogers, A., & Draper, P. (1987). Human sociobiology. Yearbook of Physical Anthropology, 30, 127-150.
  • Harris, M. (1979). Cultural materialism: The struggle for a science of culture. Random House.
  • Hölldobler, B. (2022). Self-righteous vigilantism in science: The case of Edward O. Wilson. https://www.skeptic.com/reading_room/self-righteous-vigilantism-in-science-the-case-of-edward-osborne-wilson/
  • Holtzman, E. (1977). The sociobiology controversy. International Journal of Health Services, 7(3), 515-527.
  • Huxley, J. (1944). Evolution: The modern synthesis. George Allen & Unwin.
  • Khan, R. (2022). Setting the record straight: Open letter on E.O. Wilson’s legacy. https://www.razibkhan.com/p/setting-the-record-straight-open
  • King’s College Sociobiology Group (Ed.). (1982). Current problems in sociobiology. Cambridge University Press.
  • Kitcher, P. (1985). Vaulting ambition: Sociobiology and the quest for human nature. MIT Press.
  • Laland, K., Uller, T., Feldman, M., Sterelny, K., Müller, G., Moczek, A., Jablonka, E., & Odling-Smee, J. (2015). The extended evolutionary synthesis: Its structure, assumptions and predictions. Proceedings of the Royal Society B, 282(1813), 20151019.
  • Laland, K., Uller, T., Feldman, M., Sterelny, K., Müller, G., Moczek, A., Jablonka, E., Odling-Smee, J., Wray, G., Hoekstra, H., Futuyma, D., Lenski, R., Mackay, R., Schluter, D., & Strassman, J. (2014). Does evolutionary theory need a rethink? Nature, 514, 161-164.
  • Lewontin, R. (1976). The fallacy of biological determinism. The Sciences, 16(2), 6-10.
  • Lewontin, R. (1977). Biological determinism as a social weapon. En Biology as a social weapon (pp. 6-18). SESPA/Science for the People.
  • Lewontin, R. (1979). Sociobiology as an adaptationist program. Behavioral Science, 42(1), 5-14.
  • Lewontin, R. (1980). Sociobiology: Another biological determinism. International Journal of Health Services, 10(3), 347-363.
  • Lewontin, R. (1982). Biological determinism. The Tanner Lectures on Human Values, 4, 147-183.
  • Lewontin, R. (1991). Biology as ideology: The doctrine of DNA. HarperPerennial.
  • Lewontin, R., Rose, S., & Kamin, L. (1984). Not in our genes: Biology, ideology, and human nature. Pantheon Books.
  • Lumsden, C., & Wilson, E. O. (1981). Genes, mind, and culture: The coevolutionary process. Harvard University Press.
  • Lumsden, C., & Wilson, E. O. (1983). Promethean fire: Reflections on the origin of mind. Harvard University Press.
  • Mayr, E. (1959). Darwin and the evolutionary theory in biology. En B. Meggers (Ed.), Evolution and anthropology (pp. 1-10). Theo. Gaus’ Sons.
  • McLemore, M. (2021). The complicated legacy of E. O. Wilson. https://www.scientificamerican.com/article/the-complicated-legacy-of-e-o-wilson/
  • Montagu, A. (Eds.). (1981). Sociobiology examined. Oxford University Press.
  • Morales, S. (2020). ¿Por qué la psicología evolucionista es tan criticada? https://cienciasdelsur.com/2020/11/24/por-que-la-psicologia-evolucionista-es-tan-criticada/
  • Morales, S. (2022). Una especie cultural: Una tesis sobre la influencia de la cultura en la evolución humana según la teoría de la herencia dual de Robert Boyd y Peter Richerson [Tesis de Licenciatura]. Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
  • Odling-Smee, F., Laland, K., & Feldman, M. (2003). Niche construction: The neglected process in evolution. Princeton University Press.
  • Pigliucci, M., & Müller, G. (2010). Evolution: The extended synthesis. MIT Press.
  • Richerson, P., & Boyd, R. (1978). A dual inheritance model of the human evolutionary process I: Basic postulates and simple model. Journal of Social and Biological Structures, 1(2), 127-154.
  • Richerson, P., & Boyd, R. (2001). Culture is part of human biology. Why the superorganic concept serves the human sciences badly. En S. Maasen & M. Winterhager (Eds.), Science studies (pp. 147-177). Transcript.
  • Richerson, P., & Boyd, R. (2005). Not by genes alone: How culture transformed human evolution. University of Chicago Press.
  • Rose, S. (1979). “It’s only human nature”: The sociobiologist’s fairyland. Race & Class, 20(3), 277-287.
  • Rose, S. (Ed.). (1982). Against biological determinism: The dialectics of biology group. Allison & Busby.
  • Rose, S. (1997). Lifelines: Biology beyond determinism. Oxford University Press.
  • Rose, S., & Rose, H. (1986). Less than human nature: Biology and the new right. Race & Class, 27(3), 47-66.
  • Ruse, M. (1976). Sociobiology: Sound science or muddled metaphysics? Proceedings of the Biennial Meeting of the Philosophy of Science Association, Vol. 1976, Volume Two: Symposia and Invited Papers, 48-73.
  • Ruse, M. (1985). Sociobiology: Sense or nonsense? D. Reidel.
  • Sahlins, M. (1977). The use and abuse of biology: An anthropological critique of sociobiology. University of Michigan.
  • Salzman, F. (1977). Are sex roles biologically determined? Science for the People, 9(4), 27-32.
  • Segerstråle, U. (2000). Defenders of the truth: The battle for science in the sociobiology debate and beyond. Oxford University Press.
  • Silverberg, J. (1980). Sociobiology, the new synthesis? An anthropologist’s perspective. En G. Barlow & J. Silverberg (Eds.), Sociobiology: Beyond nature/nurture? (pp. 25-74). Westview Press.
  • Sociobiology Study Group (1976). Sociobiology –A new biological determinism. BioScience, 26(3), 182-186.
  • Tang-Martinez, Z. (1997). The curious courtship of sociobiology and feminism: A case of irreconcilable differences. En P. Gowaty (Ed.), Feminism and evolutionary biology (pp. 116-150). Springer.
  • Washburn, S. (1978). Animal behavior and social anthropology. En M. Gregory, A. Silvers & D. Sutch (Eds.), Sociobiology and human nature (pp. 53-74). Jossey-Bass.
  • Washburn, S. (1981). Human behavior and the behavior of other animals. En A. Montagu (Eds.), Sociobiology examined (pp. 254-282). Oxford University Press.
  • Wilson, D.S., & E.O. Wilson (2007). Rethinking the theoretical foundation of sociobiology. Quarterly Review of Biology, 82(4), 327-348.
  • Wilson, E.O. (1975a). Sociobiology: The new synthesis. The Belknap Press of Harvard University Press.
  • Wilson, E.O. (1975b). For sociobiology. The New York Review of Books, 22(20), 60-61.
  • Wilson, E.O. (1975c). Human decency is animal. The New York Times Magazine, 12 de Octubre, 38-50.
  • Wilson, E.O. (1976). Dialogue. The response: Academic vigilantism and the political significance of sociobiology. BioScience, 26(3), 183-190.
  • Wilson, E.O. (1978a). On human nature. Harvard University Press.
  • Wilson, E.O. (1978b). Introduction: What is sociobiology? En M. Gregory, A. Silvers & D. Sutch (Eds.), Sociobiology and human nature (pp. 1-12). Jossey-Bass.

¿Qué te pareció este artículo?

1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (5 votos, promedio: 4,20 de 5)

Sergio Morales Inga es antropólogo y egresado de la Maestría en Filosofía de la Ciencia, ambos por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Perú. Tiene publicaciones en revistas académicas de Perú, Colombia, Argentina, España y Reino Unido. Columnista de evolución humana, género y epistemología de las ciencias sociales en Ciencia del Sur. También realiza divulgación en evolución cultural a través del blog "Cultura y evolución".

Compartir artículo:

2 COMENTARIOS

Dejar un comentario

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí