¿Realmente la biología causa la brecha de género en carreras científicas?

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Barbies científicas
Mattel, fabricante de la muñeca Barbie, creó seis versiones de profesionales científicas (Imagen: Barbie).
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La elección de carrera no debería ser un tema polémico, pero lo es. Dicho tema forja un camino espinoso por la presencia de una brecha fundamental que ha generado todo tipo de hipótesis: en las carreras científicas, tecnológicas, ingenieriles y matemáticas (carreras STEM) hay muchos más hombres que mujeres (lo que se conoce como la brecha STEM).

Para algunos, tal brecha constituye, además, una paradoja (la paradoja STEM) porque en países con mayor equidad de género aquella es más amplia (es decir, hay más científicos que científicas). Esta paradoja desafía al sentido común, pues ¿no se supone que en países con mayor equidad de género la brecha debería ser menor o inexistente?

Como tal, la brecha STEM ha sido explicada de tres formas distintas: hay una explicación psicológica que analiza cómo el individuo percibe su entorno; hay una explicación sociológica que destaca la influencia de la socialización, la discriminación y los roles de género; y, finalmente, hay una explicación biológica que destaca el papel de las hormonas y otros rasgos sexuales en la elección de carrera (Morales & Morales, 2020a).

En un artículo anterior concluí que la explicación biológica realmente no explica nada (Morales, 2020a). No obstante, quedó en mí la sensación de haberle dedicado poco espacio al tema. Por ello, decidí analizar las evidencias de ambas partes con mayor campo y anchura. Estimado lector, tome asiento y acomódese, porque el camino será largo.

¡Es la biología!

sociedad cazadora recolectora
Imagen artística de una sociedad cazadora-recolectora (Bing AI).

De todas las explicaciones, la más polémica es la biológica. Diversos científicos cercanos a la psicología evolucionista han afirmado que la brecha STEM (y también la paradoja STEM) es resultado de preferencias innatas evolucionadas. Para tales investigadores, las diferencias de intereses entre hombres y mujeres son resultado de procesos evolutivos: hombre cazador y mujer recolectora.

Aunque la sociobiología y la psicología evolucionista –sobre todo Steven Pinker (2002)– brindaron algunas claves teóricas sobre cómo tal proceso podía ocurrir, uno de los primeros en popularizar la aplicación de hipótesis biológicas al ámbito laboral fue Kingsley Browne, profesor de leyes de la Wayne State University, Estados Unidos.

Partiendo de la idea de que la selección natural influenció no solo la evolución de nuestra anatomía sino también de nuestra psicología, Browne (1995) sostuvo que “las tendencias conductuales humanas están moldeadas por nuestra biología” (p. 973). Por tanto, “grandes aspectos de los roles sexuales en nuestra sociedad están fuertemente influenciados por predisposiciones biológicas” (Browne, 1995, p. 975).

Citando estudios de sociobiología y psicología evolucionista, Browne (1995) planteó que las diferencias sexuales de temperamento, agresividad, toma de riesgos, búsqueda de estatus y empatía son producto de miles de años de evolución ocurrida durante el Pleistoceno. Así, fenómenos como el techo de cristal o la brecha salarial se explican por la evolución biológica.

Hombres y mujeres son diferentes; en promedio, tienen diferentes temperamentos, prioridades y definiciones de éxito. Estas diferencias son producidas en gran medida por diferencias biológicas subyacentes que fueron adaptativas en nuestra historia evolutiva. Las diferencias de sexo que vemos en nuestra sociedad se replican tanto en otras sociedades como, en muchos casos, en todo el mundo de los mamíferos. Ellas son fundamentalmente productos de la interacción de las hormonas y el cerebro, y no simplemente productos de la civilización occidental, el capitalismo o el industrialismo. (Browne, 1995, p. 1101)

En trabajos posteriores, Browne (1998a, 1998b, 2002) reafirmó que las diferencias biológicas entre sexos explican en gran parte la situación de las mujeres en el trabajo. En ello, sostuvo que “los arreglos laborales actuales son un resultado predecible del dimorfismo sexual conductual permitido de operar en el contexto del libre mercado en el trabajo” (Browne, 1998a, p. 435). Entre tales “arreglos” están las brechas.

Aunque Browne (1998b) señaló que no afirmaba que la biología fuera la única causa de los problemas laborales de las mujeres (lo cual es muy razonable), exhortó que “los hacedores de políticas deben tomar a los humanos como son –en lugar de como les gustaría que fueran– al elaborar sus políticas” (p. 6). Ello implica aceptar que algunas brechas son, de hecho, naturales.

Por otro lado, en su crítica a las tesis feministas y constructivistas, Browne (2002) sostuvo que la socialización era una “explicación inadecuada” porque implica que, en entornos equitativos, hombres y mujeres se comportarán igual. Para el crítico, ello es falso, pues muchas diferencias sexuales surgen temprano y se observan en múltiples sociedades.

¿Y con respecto a las brechas laborales?

Para Browne (2006), las diferencias cognitivas entre sexos –que forjan una “mente sexualmente dimórfica”, producto de la evolución– predisponen (predispose) a hombres y mujeres a elegir trabajos distintos y crea, en última instancia, tales brechas. Por ello, la búsqueda de equidad fue vista como un fin “quijotesco” (Browne, 2018).

Por su parte, la brecha STEM también fue catalogada como un producto de las diferencias biológicas entre sexos (Browne, 2005). Aquí, la testosterona cumple un rol central. Diversos estudios realizados con niñas con hiperplasia adrenal congénita prueban que sus niveles altos de testosterona influencian su interés por actividades masculinas (Browne, 2002).

Desde marcos teóricos distintos, otros científicos han defendido ideas semejantes.

Formula química de la testosterona
Algunos investigadores postulan que la testosterona influye en la elección de carreras (Fuente: Wikimedia).

Quizá el más reconocido es el psicólogo Simon Baron-Cohen, autor de la teoría del cerebro masculino extremo, la cual devela el rol de la testosterona en la masculinización del cerebro. Para Baron-Cohen (2005), dicha teoría explica, entre otras cosas, por qué hombres y mujeres muestran intereses laborales distintos.

En su libro más popular, The essential difference, Baron-Cohen (2003) destacó el impacto de la testosterona en la elección de carrera al señalar, apenas en la primera página, que “el cerebro femenino está predominantemente programado para la empatía”, mientras “el cerebro masculino está predominantemente programado para comprender y construir sistemas” (p. 1).

Previamente, el psicólogo Richard Lippa (1998) había afirmado en un conocido ensayo que hombres y mujeres difieren en sus intereses vocacionales: mientras ellos se interesan por actividades orientadas a las cosas (things-oriented), como la ingeniería, ellas se interesan por actividades orientadas a las personas (people-oriented), como medicina o trabajo social.

En su libro Gender, nature, and nurture, Lippa (2005) revisó diversos metaanálisis sobre diferencias cognitivas y conductuales entre hombres y mujeres (entre ellos, los trabajos de Baron-Cohen). Partiendo de la premisa de que los seres humanos somos animales moldeados por la evolución biológica, Lippa (2005) afirmó que tales diferencias tienen un rol en la creación de las brechas de género.

Por observarse en múltiples sociedades y épocas (Lippa, 2010; Lippa et al., 2014), tales brechas “sugieren [suggest] la influencia de factores biológicos” (Lippa, 2010, p. 1098). Quizá el más importante es la testosterona, la cual tiene un papel central por ser capaz de influenciar los distintos intereses que muestran hombres y mujeres (Lippa, 2005).

De hecho, diversos estudios afirman que los niveles de testosterona prenatal en hombres y mujeres pueden predecir la elección de carrera: los hombres, que tienen mayores niveles de tal hormona, muestran mayor probabilidad de elegir carreras que implican riesgos (como las finanzas), a diferencia de las mujeres, con niveles más bajos (Sapienza et al., 2009).

Por apoyarse en datos biológicos, algunos han afirmado que dichos resultados develan los “factores evolutivos” de la brecha STEM (Nater-Otero, 2017). En otras palabras, tales investigaciones mostrarían que hombres y mujeres eligen carreras distintas no por la influencia de la socialización, sino por la influencia de la evolución biológica de miles o millones de años.

Este tipo de explicación no solo está presente en la ciencia sino también en cierto tipo de divulgación.

En uno de sus videos de YouTube, la filósofa Roxana Kreimer (2020a) afirmó que las diferencias sexuales en elección de carrera ocurren “por una conjunción de factores biológicos y culturales”. Aunque esta postura luce equilibrada, en realidad, no lo es, porque en ese mismo video, Kreimer (2020a) dijo que “los [factores] biológicos pesan y mucho”.

Justamente por reconocer dicho impacto, Kreimer (2020a) elaboró lo que en ciencia evolucionista se conoce como un cuento evolutivo: los hombres eligen carreras STEM porque durante miles de años en el Pleistoceno se dedicaban a la caza y las mujeres prefieren estudiar medicina porque durante miles de años cuidaban a las crías.

Pero aquí no queda todo.

Hace un par de años, los investigadores Steve Stewart-Williams y Lewis Halsey (2021) explicaron la brecha STEM desde la psicología evolucionista. Aparte del sexismo y la discriminación, los autores señalaron que las diferencias cognitivas y de intereses entre hombres y mujeres poseen un “sustancial componente biológico” y forman “el contribuyente más importante a la representación diferencial de hombres y mujeres en las carreras STEM” (p. 4).

Aunque admitan la influencia de ciertos factores sociales, los investigadores afirmaron que las brechas también son moldeadas por “factores biológicos no aprendidos” (Stewart-Williams & Halsey, 2021). Para los autores, si observamos los datos, veremos que las diferencias en elección de carrera han sido muy estables en los últimos 50 años, lo cual no es lo que se esperaría si tales diferencias producto de la cultura.

En este argumento la testosterona también tiene un rol clave. Al estar más presente en hombres, dicha hormona hace que ellos prefieran actividades típicamente masculinas. Cuando tal preferencia se considera a nivel poblacional, se observa que ella crea, en última instancia, las brechas en elección de carrera, incluida la brecha STEM.

[L]os datos hormonales disponibles son al menos sugerentes y, en nuestra opinión, bastante persuasivos. En conjunto con los demás datos analizados en esta sección, parece razonable pensar que las diferencias sexuales en intereses, preferencias ocupacionales y prioridades de vida no son puramente producto de la cultura o la socialización. La biología también juega un papel. (Stewart-Williams & Halsey, 2022, p. 7).

Llegado a este punto, uno podría pensar que la explicación biológica de la brecha STEM es una teoría fuerte. Genes, hormonas, cerebros, selección natural, dimorfismo sexual, ¿qué podría salir mal? ¿Quién podría refutar los datos de la biología y la evolución? ¡Es claro que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres crean la brecha STEM! ¡Es la biología!

Lamentablemente, ello no es tan cierto.

Aunque parezca una tesis convincente porque se asienta en el impacto de factores biológicos sobre la conducta, sustentado por la evolución natural, lo cierto es que la explicación biológica es una propuesta débil. Si bien hombres y mujeres exponen diferencias innegables, el problema yace en qué las produce. Si atendemos a la otra parte del debate, hallaremos otras respuestas.

¿No es la biología?

Video de Roxana Kreimer
La filósofa Roxana Kreimer (Foto: YouTube).

Vamos en orden. En gran medida, la explicación biológica de la brecha STEM se apoya en la existencia de diferencias cognitivas y conductuales entre hombres y mujeres. Estas diferencias, a su vez, se apoyan en la influencia de la testosterona en el cerebro. Esta relación que pareciera inamovible, en realidad, ha sido muy cuestionada.

Aunque los trabajos de Baron-Cohen son muy citados en la literatura biologicista para explicar la brecha STEM (Kreimer, 2020b), sus críticas no lo son tanto (¿por qué será?). En un artículo que publiqué hace un tiempo mencioné algunas de ellas (Morales, 2020c). No obstante, este es un mejor lugar para ahondar e incluir otras.

En su libro Delusions of gender, la psicóloga Cordelia Fine (2010a) afirmó que, por señalar que algunas mujeres tenían un cerebro sistematizador típico del varón, la teoría de Baron-Cohen resembla aquellos enfoques anticuados (de siglos XVII o XVIII) que describían a las mujeres sobresalientes como portadoras de mentes masculinas.

Un gran problema con dicha propuesta es su metodología, más exactamente, con el uso de encuestas que son autoreportes. Ello también fue advertido por Lise Eliot (2009). Los instrumentos Empathy Quotient y Systemizing Quotient contienen preguntas sobre nuestras capacidades para preocuparnos por los demás o resolver problemas eléctricos en casa. La cuestión es que las respuestas las damos nosotros mismos según lo que creamos.

Pedirle a la gente que informe sobre su propia sensibilidad social es un poco como evaluar la capacidad matemática con preguntas como «¿Puedo resolver fácilmente ecuaciones diferenciales?», o evaluar las habilidades motoras preguntándole a las personas si están de acuerdo o desacuerdo con enunciados como «Puedo aprender nuevos deportes muy rápidamente». Hay algo dudosamente subjetivo en el enfoque. (Fine, 2010a, p. 16)

En su libro, Fine (2010a) también exploró dos temas importantes: primero, que diversos estudios muestran que las diferencias de empatía entre hombres y mujeres no son tan absolutas como se sospechaba; y, segundo, que la influencia de la testosterona en la conducta tampoco es tan absoluta como se creía.

Todo ello cuestiona la idea de que la testosterona crea las diferencias en intereses que habrán de desembocar en la brecha STEM.

En una reseña del libro, Baron-Cohen (2010a) afirmó que Delusions of gender hace bien en destacar la importancia de factores psicológicos y sociales, pero hace mal en desarrollar un “determinismo social extremo” que promueve una “negación estridente y extrema del papel que la biología podría desempeñar en dar lugar a cualquier diferencia sexual en la mente y el cerebro” (p. 904).

Para Baron-Cohen (2010a), algunas críticas metodológicas de Fine ignoran aspectos de la relación entre testosterona, conducta e intereses. Por otro lado, el psicólogo aclaró que un determinismo biológico extremo también estaría equivocado, pues las variables sociales pueden amplificar las diferencias biológicas preexistentes.

No obstante, para Baron-Cohen (2010a), la principal debilidad de Delusions of gender es que confunde ciencia con política: en su intento de rescatar la ciencia de las ideologías conservadoras, ignora que es posible estudiar las diferencias sexuales y, al mismo tiempo, apoyar la igualdad de oportunidades. A fin de cuentas, aceptar la influencia de la biología no implica defender ideas sexistas (Baron-Cohen, 2010b).

En su réplica, Fine (2010b) reafirmó que su libro no es una obra ideológica sino científica, pues la influencia de factores biológicos en la conducta no es clara: “los resultados espurios, metodologías deficientes y supuestos no probados significan que todavía no sabemos si, en promedio, hombres y mujeres nacen con una predisposición diferente a sistematizar versus empatizar” (p. 948).

Al año siguiente, Baron-Cohen (2011) contestó la réplica de Fine y agradeció sus comentarios, reiteró que Delusions of gender es un libro “antibiología” que “fusiona la política con la ciencia” y reafirmó que los resultados de sus estudios destacan la influencia de factores biológicos, aunque no sean determinantes.

Finalmente, en lo que prácticamente fue un debate, Fine (2011) agradeció la actitud de Baron-Cohen, señaló que los valores políticos nunca deben contar como evidencia para determinada hipótesis, insistió en que los estudios revisados en su libro contienen sesgos políticos y de género, y señaló que una bata médica no es señal de objetividad.

Tapa del libro Delusions de Cordelia Fine
Delusions de Cordelia Fine (Amazon).

Quien también cuestionó la obra de Baron-Cohen fue la neurocientífica Gina Rippon. Sumándose al debate en cuestión, Rippon (2010) señaló que la ciencia y la política sí están mezcladas, especialmente cuando se emplean estudios “neurobasura” para justificar ciertas desigualdades. En buena medida, ello ocurre porque los científicos no corrigen las malas interpretaciones de su trabajo.

En una nota para New Scientist, Rippon (2017) sostuvo que la cultura, no la biología, está detrás de muchas diferencias entre hombres y mujeres. Ello en referencia a un artículo publicado ese mismo año que postuló, desde un enfoque evolucionista, que ciertos factores ambientales y culturales restringen la variabilidad de las conductas sexuales e impulsan una socialización binaria (Fine et al., 2017).

Ello echa por tierra la idea de que la cultura no influya en las diferencias de género, lo que cuestiona las tesis de Baron-Cohen sobre la testosterona.

De hecho, refiriéndose a uno de los trabajos del mencionado psicólogo (Greenberg et al., 2018), Rippon (2018a) destacó que las diferencias en empatía y sistematización explican 19 veces más la variación en los rasgos autistas que otras medidas, como el sexo. Ello significa que tener mayores niveles de sistematización es un mejor predictor de autismo que el ser hombre, lo que cuestiona la idea de que el sexo crea las diferencias

En su crítica, Rippon (2018a) también señaló que, aunque el estudio admite el peso de factores sociales, no los destaca apropiadamente. Asimismo, tampoco destaca que para muchas medidas las diferencias entre hombres y mujeres son de moderadas a reducidas, lo cual impide predecir con exactitud si alguien presentará rasgos empatizadores o sistematizadores solo con conocer su sexo.

En su libro The gendered brain, Rippon (2018b) ahondó en los límites de los estudios de Baron-Cohen, cuestionó la dimensión cosas-personas (empleada por Lippa), debatió las evidencias del Google Memo (una explicación biológica elaborada por el exingeniero de Google, James Damore), analizó las limitaciones metodológicas de los estudios que defienden una mayor aptitud innata de los varones por la ciencia y afirmó que la brecha STEM no es resultado de diferencias biológicas entre hombres y mujeres.

Como dato curioso, Rippon y Baron-Cohen han debatido públicamente en los años 2016 y 2019. Los videos de las exposiciones pueden hallarse en internet. Recomiendo a los lectores escuchar a los científicos hablar de su propio trabajo, en lugar de ver a algún youtuber que no tiene idea de cómo funcionan estas cosas.

Si, tras leer tales objeciones, Ud. piensa que las críticas a los estudios sobre testosterona solo vienen de científicas feministas, Ud. estaría muy equivocado. Otras críticas tan o más devastadoras se han publicado desde otros enfoques.

Un estudio publicado el 2016 en la Journal of Child Psychology and Psychiatry no halló una relación entre testosterona y rasgos autistas en niños con hiperplasia adrenal congénita: “Este cuerpo de evidencia sugiere que no existe una relación consistente entre la exposición temprana a los andrógenos y los rasgos autistas” (Kung et al., 2016, p. 7). Cuatro años después, un estudio semejante concluyó lo mismo (Kung et al., 2020).

El año 2017, Christine Ecker y colegas (entre ellos, Baron-Cohen) publicaron un estudio en la prestigiosa JAMA Psychiatry que pareció hallar un vínculo entre cerebro masculino típico y autismo (Ecker et al., 2017). No obstante, dicho estudio fue retractado por sus autores, quienes cuestionaron el uso de categorías rígidas (“cerebro masculino típico”) y abogaron por brindar mayor atención a la diversidad fenotípica (Ecker, 2019).

Incluso estudios a favor de dicha teoría han revelado que los datos no son tan uniformes como se piensa (Floris et al., 2018). Otro estudio publicado en la revista PLoS ONE no halló una relación entre testosterona salival y rasgos autistas (Tan et al., 2018). Al año siguiente, otro estudio tampoco halló evidencia de que la empatía cognitiva sea afectada por la administración de testosterona (Nadler et al., 2019).

¿Y las diferencias en elección de carrera?

Tapa del libro Gendered brain de Gina Rippon
Libro Gendered brain de Gina Rippon (Google Books).

Diversos estudios, algunos de ellos publicados hace varios años, demuestran que entre hombres y mujeres no hay diferencias cognitivas innatas que determinen sus capacidades e intereses por las carreras STEM (Kersey et al., 2018; Nash & Grossi, 2007; Spelke, 2005). En otras palabras, hombres y mujeres poseen las mismas capacidades para la investigación científica, por lo que el origen de la brecha STEM no está en el cerebro.

Tras revisar más de 400 estudios sobre el tema, Stephen Ceci y colegas (2009) afirmaron que los datos de la explicación biológica “no son lo suficientemente consistentes como para afirmar que la escasez de mujeres en carreras STEM se haya demostrado principalmente como consecuencia directa de diferencias sexuales biológicas (por ejemplo, genes, hormonas)” (p. 249).

Para Ceci y colegas (2009), la literatura presenta mucha inconsistencia entre culturas y épocas, lo que invalida la afirmación de que el sexo biológico ejerce una gran influencia. En efecto, cuando se mapean los estudios sobre la brecha y paradoja STEM puede verse que la explicación biológica es la más débil, comparada con la psicológica y la sociológica (Morales & Morales, 2020).

Ello ocurre porque la influencia de la testosterona en la conducta también es débil.

En su respuesta al estudio de Sapienza et al. (2009) que destacó la influencia de dicha hormona en el interés por ciertas carreras, los neurocientíficos Daphna Joel y Ricardo Tarrasch (2010) señalaron que, en principio, tal estudio es correlacional, por lo que no puede afirmar que la testosterona causa la elección de ciertas carreras.

Incluso si solo hablamos de vínculos entre variables, Joel y Tarrasch (2010) señalaron que “todas las correlaciones y correlaciones semiparciales halladas […] son extremadamente bajas y explican menos del 5% de la variabilidad de los criterios” (p. e19). En conclusión, los datos muestran vínculos muy débiles entre los niveles de testosterona, la aversión al riesgo y la elección de carrera.

Los correlatos biológicos de las diferencias de género atraen mucho interés, particularmente porque se supone erróneamente que las diferencias biológicas reflejan solo factores innatos, mientras que, de hecho, las medidas biológicas están influenciadas por muchos factores adicionales, incluidos la conducta y la experiencia. Por lo tanto, es extremadamente importante que los investigadores que notifiquen tales datos sean cautelosos en el análisis de los datos y en la presentación e interpretación de resultados. (Joel & Tarrasch, 2010, p. E19)

¿Y por el lado de la evolución?

Remitiendo al estudio que Stewart-Williams y Halsey realizaron desde la psicología evolucionista, Mona El-Hout y colegas (2021) aceptaron que las diferencias sexuales en preferencias son la “causa principal” de la brecha STEM. No obstante, señalaron que el estudio en cuestión subestimó la influencia de factores culturales en la formación de aquellas diferencias.

Para los autores, diversos ejemplos en países no occidentales muestran que es posible modificar las preferencias en elección de carrera, si modificamos los valores culturales que las rodean. Aunque las diferencias en preferencias pueden ser la causa principal de la brecha STEM, la respuesta yace en qué causa tales diferencias: la cultura, no la biología.

Por ello, El-Hout y colegas (2021) señalaron que “es fundamental reconocer estos factores culturales para una comprensión completa de las causas de las disparidades de género” (p. 45). Incluirlos no solo nos permitirá reconocer qué causa realmente que hombres y mujeres elijan carreras distintas (algo que no viene programado en los genes), sino que además nos permitirá resolver situaciones desventajosas.

Si bien los datos de la explicación biológica son reales, el vínculo entre testosterona y carreras STEM es correlacional, no causal. La testosterona es parte de la dinámica, pero no causa ni produce ni genera que hombres y mujeres elijan carreras distintas –en palabras de la psicóloga Alice Eagly (2017): “no hay evidencia causal directa de que la biología cause la falta de mujeres en trabajos tecnológicos”.

Como vemos, aunque que la explicación biológica luce rigurosa porque apela a entidades naturales (cerebro, hormonas, evolución), es una propuesta débil. Las críticas principales indican que, contrario a lo dicho por Kreimer (2020a), los factores biológicos no pesan. De hecho, otras variables son más relevantes para comprender la brecha STEM.

La cultura se abre paso: el poder de los estereotipos

Volvamos a la revisión de literatura sobre la brecha STEM. Aparte de la explicación biológica, están la psicológica (que enfatiza en el individuo) y la sociológica (que enfatiza en la socialización) (Morales & Morales, 2020). La clave está en combinar estas últimas para determinar cómo los estereotipos de género moldean la elección de una carrera.

Al conformarse de creencias, mandatos y expectativas sociales implícitas sobre cómo hombres y mujeres deben comportarse, los estereotipos de género influyen doblemente en la elección de carrera: en nuestras capacidades (al sentirnos capaces o incapaces de realizar ciertas tareas según nuestro sexo) y en las propias carreras (al catalogarlas como para hombres o para mujeres).

Según Sapna Cheryan y colegas (2015), los estereotipos actúan como “guardianes” que alejan a las mujeres de las carreras STEM al ser percibidas como carreras para hombres. Diversos estudios experimentales demuestran que, cuando se modifican los estereotipos para hacer que ciertas carreras no sean para hombres, también se modifican las decisiones, generando que las mujeres muestren mayor interés (Olsson & Martiny, 2018; Makarova et al., 2019).

Los estereotipos influencian la elección de carrera con tal nivel de control que pueden modificar decisiones previamente tomadas. Tal efecto no se observa en las explicaciones biológicas porque no se basan en estudios experimentales que fundan una relación causal entre testosterona y brecha STEM, sino en estudios correlacionales que especulan sobre los orígenes evolutivos de ciertas conductas.

De hecho, los estereotipos también influencian el desempeño cognitivo en tópicos usualmente referidos como criterios para la actividad científica, como rotación espacial (Moè & Pazzaglia, 2010) o desempeño matemático (Bedyńska et al., 2018; Casad et al., 2017; Krendl et al., 2008), e incluso en el aprendizaje en general (Mangels et al., 2011).

Bajo este enfoque, diversos estudios demuestran cómo los estereotipos negativos afectan la participación femenina en carreras STEM (Canning et al., 2019; Shaffer et al., 2013; Shapiro & Williams, 2012). Tales estereotipos se forman temprano durante la infancia y se consolidan en el tiempo (Regner et al., 2014), formando barreras psicológicas que entorpecen el avance de las mujeres en las carreras STEM durante toda su vida laboral (Saucerman & Vasquez, 2014).

Sorpresivamente, tales barreras incluso pueden venir de la misma ciencia. Un breve estudio publicado en la revista Neuroethics afirmó que las investigaciones que defienden la existencia de diferencias cerebrales entre sexos influencian la percepción, actitudes y conductas de hombres y mujeres sobre las carreras STEM en una especie de profecía autocumplida (Fine, 2012).

En una sociedad en la que las mujeres se alejan con frecuencia de las matemáticas y las ciencias a través del desánimo manifiesto y sutil, hay algunos “expertos” en la prensa popular que, no obstante, creen que las mujeres jóvenes optan por alejarse de los campos STEM solo debido a diferencias biológicas inmutables. (Saucerman & Vasquez, 2014, p. 59)

Como se aprecia, la influencia de los estereotipos ha mostrado ser casi determinante en la elección de carrera: por un lado, reduce el interés femenil por las carreras STEM y, por otro lado, afecta el desempeño de las mujeres en tareas científicas. Esto último vale incluso para científicas profesionales.

A nivel individual y grupal, está probado que los estereotipos ejercen una gran influencia en la conducta. No obstante, ¿ocurrirá a lo mismo a nivel poblacional? ¿Son los estereotipos suficiente explicación para entender las grandes brechas que involucran a miles de personas en diversos países?

Una paradoja nada paradójica

Un punto que parece haber convencido a los biologicistas de que la biología explica la elección de carrera es la llamada paradoja STEM. Según esta paradoja, si la brecha STEM es resultado de la cultura, entonces los países equitativos no deberían tener las enormes inequidades que actualmente exponen.

Tras revisar las brechas STEM en diversos países, Gijsbert Stoet y David Geary (2018) sostuvieron en un artículo para la revista Psychological Science que los países con mayor equidad de género muestran mayores brechas –un efecto llamado educational-gender-equality paradox (paradoja STEM). Tal situación es paradójica porque se supone que los países más equitativos deben tener más cantidad de mujeres en ciencia y tecnología.

¿Será que esto comprueba finalmente que la biología explica la elección de carrera? ¡Ajá! ¡Es la biología, maldito negacionista de Darwin!

Al considerarse como la gran evidencia que comprueba la existencia de preferencias innatas, la paradoja STEM ha sido muy difundida en medios de divulgación. Y es que, al parecer, todo está clarísimo: si en países equitativos hombres y mujeres eligen libremente carreras para hombres y para mujeres es porque sus preferencias no vienen de fuera, sino de adentro. ¿Qué podría salir mal?

En principio, mucho. Pero empecemos por lo básico.

Sabemos que en muchos casos el problema no son los datos, sino la interpretación. Pues bien, aquí el problema son los datos y también la interpretación. En lo que constituyó un debate interesante, algunos científicos han objetado que quienes defienden la existencia de la paradoja STEM no han recogido los datos de forma óptima, lo cual sesga sus interpretaciones.

En un artículo para Scientific American, Adam Mastroianni y Dakota McCoy (2018) señalaron que el instrumento empleado por Stoet y Geary para analizar la paradoja STEM (el Global Gender Gap Index o GGGI) “no tiene en cuenta las actitudes culturales hacia las mujeres en ciencia ni la complicada mezcla de historia y cultura que forma esas actitudes”. En otras palabras, el GGGI no considera la cultura.

¿Y cuál es el problema?, dirían los biologicistas. Si a los autores solo les interesa probar la influencia de la biología, ¿por qué necesitarían datos culturales?

La respuesta es fácil. La tesis de la paradoja STEM sí afirma el impacto de la biología, pero lo hace negando la influencia de la cultura. Tal postura es casi un argumento por descarte: si no es la cultura, entonces es la biología. No obstante: ¿cómo un estudio puede negar la influencia de factores culturales si estos ni se han considerado?

¿Y qué pasa si los consideramos?

Mastroianni y McCoy (2018) tienen la respuesta: si consideramos el impacto del entorno cultural en la elección de carrera, podremos notar que “las actitudes culturales y la discriminación están moldeando los intereses de las mujeres de una manera que es todo menos libre, incluso en países libres”. Ello ocurre porque los estereotipos de género están presentes incluso en países equitativos.

Pero, ¿no se supone que los países con mayor equidad de género deberían tener mayor cantidad de científicas e ingenieras? En principio, no. Creer que la presencia de ciertas políticas debe generar automáticamente que todas las mujeres quieran ser científicas equivaldría a pensar que en los países con leyes contra la corrupción no hay corruptos. Sabemos que esto último no ocurre por más normas internacionales que haya.

En una nota para GenderSci Lab, Marion Boulicault (2020) analizó los datos empleados por Stoet y Geary y afirmó que el GGGI ni siquiera mide la participación femenil en carreras STEM y lo que sí mide “puede no correlacionarse en absoluto con si las mujeres se sienten alentadas a ingresar a los campos STEM”. En consecuencia, el GGGI no es una herramienta adecuada para medir la equidad de género.

En un comentario sobre el estudio de Stoet y Geary publicado en la misma revista, Sarah Richardson y colegas (2020) señalaron que “el GGGI no está destinado para ser utilizado para explicar los resultados causalmente, y los resultados con igualdad de género no pueden interpretarse como información sobre el contexto causal dentro de los países” (p. 2). Es decir, el GGGI no es la herramienta idónea para hallar causalidad entre biología y elección de carrera a nivel poblacional (Richardson & Bruch, 2020).

Tras emplear otro instrumento que sí considera factores socioculturales (el Basic Index of Gender Inequality o BIGI), Richardson y colegas (2020) comprobaron que la brecha STEM puede explicarse perfectamente por la influencia de estereotipos de género. Estereotipos que, como ya vimos, influyen en nuestras percepciones y capacidades, así como en las propias carreras.

Gráfico del paper (Stoet & Geary, 2018)
¿No se supone que los países con mayor equidad de género deberían tener mayor cantidad de científicas e ingenieras? (Fuente: Stoet & Geary, 2018).

En su réplica a las críticas, Stoet y Geary (2020) insistieron en que, cuando hay igualdad y equidad, “las personas están en mejores condiciones para perseguir sus intereses” (p. 2). En un escenario así, las diferencias sexuales en elección de carrera se expresan con mayor claridad. Otra forma de este argumento indica que, en países equitativos, hombres y mujeres eligen libremente sus intereses, lo cual revela su carácter innato.

Para los autores, tales hallazgos son paradójicos desde la visión feminista tradicional, la cual asegura que “si se cambian ciertas circunstancias básicas en la vida de las mujeres, las amplias diferencias entre hombres y mujeres que resultan en desigualdad sexual […] también cambiarán” (Stoet & Geary, 2020, p. 2). No obstante, ello es incorrecto.

Para la psicóloga Nicole Noll (2020), pensar que las brechas desaparecerán en entornos con equidad de género es una creencia infundada. De hecho, las sociedades con mayor equidad de género no deberían considerarse como “neutrales al género” (Noll, 2020), ya que los estereotipos y la inequidad persisten en países con políticas igualitarias.

Reconocer ello devela que la paradoja STEM, en realidad, no es nada paradójica, sino más bien algo esperable. De hecho, tal fenómeno puede tener hasta siete explicaciones (Reiches, 2020), ninguna de las cuales remite a la influencia de factores biológicos, sino a factores culturales, sean sociales, políticos o económicos.

Entonces, ¿la cultura sí genera la brecha STEM?

La cultura contraataca

Gráfico del paper Richardson et al., 2020
La brecha STEM puede explicarse perfectamente por la influencia de estereotipos de género (Fuente: Richardson et al., 2020).

Recientemente, diversos estudios que analizaron variables culturales concluyen que la brecha STEM no es resultado de intereses biológicos innatos sino de la cultura.

En un estudio publicado en la revista Personality and Social Psychology Review, Nur Soylu Yalcinkaya y Glenn Adams (2020) elaboraron un modelo psicológico cultural para explicar la paradoja STEM. Considerando datos históricos de los países estudiados, los autores señalaron que los patrones culturales hacen que hombres y mujeres elijan carreras que reafirmen la masculinidad y feminidad respectivamente.

Por otro lado, en un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, Thomas Breda y colegas (2020) mostraron cómo los estereotipos culturales que conciben la matemática como una actividad para hombres están más presentes en países más equitativos. Para los autores, tales estereotipos acercan a los hombres a las carreras STEM y alejan a las mujeres, creando grandes brechas.

Otro estudio publicado en la Economics of Education Review, Naomi Friedman-Sokuler y Moshe Justman (2020) analizaron datos de países árabes y concluyeron que el entorno cultural moldea las diferencias de género en elección de carreras STEM. En aquellos países, las brechas son prácticamente opuestas a las vistas en occidente porque poseen distintos valores culturales con respecto a la elección de carrera.

Finalmente, en un estudio publicado en la Journal of Economic Behavior & Organization, Lina Aldén y Emma Neuman (2022) analizaron la relación entre roles culturales y elección de carrera, y hallaron que la brecha en carreras STEM es menor en países donde se acostumbra que las mujeres estudien tales carreras.

Y es que el impacto de la cultura es tal que hasta una serie televisiva puede cerrar brechas.

A mediados de los años 90, la presencia protagónica de la física, patóloga forense y agente del FBI, Dana Scully (interpretada por Gillian Anderson), en la serie X-Files generó que muchas mujeres se interesen por las carreras STEM o elijan estudiarlas (Correa, 2021; Norman, 2015). Dicho fenómeno se ha bautizado como el “efecto Scully”.

Como puede verse, más que una explicación biológica que supone la existencia de preferencias innatas, la brecha STEM (e incluso la paradoja) puede ser bien explicada desde la cultura. Aquel conjunto de prácticas e ideas socialmente transmitidas influye poderosamente en cómo hombres y mujeres eligen una carrera.

Se ha considerado que las diferencias de capacidad absoluta, las fortalezas de capacidad relativa, las preferencias de carrera y las preferencias de estilo de vida tienen sus raíces en la biología, derivadas principalmente de las diferencias sexuales en la exposición prenatal a andrógenos. Sin embargo, los factores socioculturales, como las creencias sociales y las expectativas de las diferencias de capacidad entre hombres y mujeres (p. ej., los hombres son analíticos y lógicos, las mujeres son emocionales e histéricas) y las presiones culturales para perseguir intereses tradicionalmente masculinos o femeninos (p. ej., “los niños no juegan con muñecas”) tienen muchas más probabilidades que la biología por sí sola de influir en las decisiones profesionales. (Wang & Degol, 2017, p. 129)

¿Algún rol para la biología?

En su debate con Rippon el 2019, Baron-Cohen tituló su presentación como “¿Algún rol para la biología?”. Un argumento retórico de la explicación biológica indica que no podemos comprender la brecha STEM en su totalidad si descartamos la biología. Es posible que nos hayamos topado con este argumento en su forma interrogativa: ¿estás negando que la biología cumpla algún rol en la brecha STEM?

¿Qué tan valido es dicho argumento?

Más que una pregunta bien planteada, es un intento de rescatar la presencia de la biología por más minúscula que fuera. Aquí la contestación es muy sencilla: los científicos deben preocuparse por factores cuya influencia sea fuerte. Esto vale para cualquier fenómeno a investigar, desde la corrupción hasta la ciberpereza.

Ello no significa que estudiar la base biológica de nuestra conducta sea un fin vano. En el estudio de la identidad de género es un tópico válido (Fisher & Cocchetti, 2020). La cuestión radica en saber que estamos estudiando la base biológica de la conducta humana y no su causa biológica. Admitido ello, veremos que la base biológica de la elección de carrera es también la base biológica de muchas otras decisiones.

¿Y la testosterona?

Pues dicha hormona forma parte de la base y no es la causa. A fin de cuentas, como sostuvo el reconocido neuroendocrinólogo Robert Sapolsky (2017), quien conoce mucho del tema, “los efectos de la testosterona son enormemente dependientes del contexto” (p. 104). Por ello, estudiar la base biológica de la elección de carrera sin analizar el contexto sí sería un fin vano.

Conclusión: determinismo biológico, ayer y hoy

Como podemos apreciar, al final, las diferencias sexuales en elección de carrera son resultado de la cultura y no de alguna hormona. Aunque algunos sugieran que la biología puede explicar tal fenómeno, lo cierto es que ningún estudio lo ha comprobado (Eagly, 2017). Lo que hay hasta el momento son correlaciones espurias, falacias ecológicas e interpretaciones erróneas sobre la casualidad (Richardson & Bruch, 2020).

Aunque los estudios de la explicación biológica son recientes, su razonamiento determinista biológico es largo conocido (Lewontin et al., 1984). De la sociobiología han pasado a la psicología evolucionista, un programa de investigación muy criticado por sobreestimar el peso de factores biológicos, fabricar cuentos evolutivos e ignorar la influencia de la cultura (Morales, 2020b).

En la búsqueda de si la biología juega algún rol, la evidencia es clara: si ejerce alguna influencia, esta es insuficiente para explicar la brecha STEM y, peor aún, para resolverla. Caso contrario, controlar los factores culturales permiten el desarrollo de estrategias y el diseño de políticas públicas que promuevan la participación femenil en carreras STEM (Wang & Degol, 2017). Solo así se puede cerrar brechas.

Es cierto que hay diferencias físicas observables entre hombres y mujeres, en su estructura y actividad cerebral y en el resto de su fisiología. No obstante, es un error concluir que tales diferencias son la razón única o principal de la falta de participación de mujeres en campos de STEM, particularmente dados todos los efectos demostrables de la socialización estereotipada de género. Es decir, aunque haya diferencias en la fisiología, descartar las diferencias de género en la participación STEM como una consecuencia inevitable de la biología puede usarse como una excusa para justificar el statu quo y puede permitir que los miembros de la sociedad eviten tomar medidas para abordar los factores sociales que son también influencias significativas en la elección de carrera. (Saucerman & Vasquez, 2014, p. 60)

Por toda esta evidencia, la explicación biológica puede considerarse tranquilamente como “una explicación que no explica” (Morales, 2020a). La pregunta es: ¿ello será suficiente para que científicos, divulgadores y opinólogos cambien de parecer? ¿O seguirán insistiendo con que la biología juega algún rol en la explicación de por qué todavía hay más científicos que científicas?

Como dice el refrán, la esperanza es lo último que se pierde.

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Sergio Morales Inga es antropólogo y egresado de la Maestría en Filosofía de la Ciencia, ambos por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Perú. Tiene publicaciones en revistas académicas de Perú, Colombia, Argentina, España y Reino Unido. Columnista de evolución humana, género y epistemología de las ciencias sociales en Ciencia del Sur. También realiza divulgación en evolución cultural a través del blog "Cultura y evolución".

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2 COMENTARIOS

  1. Maravilloso artículo. No solo está excepcionalmente bien escrito, sino que también aborda exhaustivamente ambos lados de un tema que ha sido debatido durante mucho tiempo en psicología y neurociencia. La ciencia, desafortunadamente, no nos proporciona respuestas directas a las preguntas que formulamos, en cambio, nos brinda más vías y ángulos para explorar. Como neurocientífica, puedo decir con certeza que nada es seguro y todo depende de la pregunta formulada, los métodos utilizados y la población estudiada.

    El comportamiento humano es uno de los más difíciles de estudiar precisamente porque no podemos aislar cada variable que, sin duda, contribuye a él. Este artículo es una lectura encantadora, y espero seguir viendo la valiosa labor de la comunicación científica en acción.

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