¿Qué hace que casi siempre los niños prefieran juguetes para niños y que las niñas prefieran juguetes para niñas? Como es usual en este tipo de discusiones vinculadas al sexo y al género, las opiniones están divididas: mientras unos afirman que dicha tendencia ocurre por la biología, otros aseguran que es por la cultura. ¿Quién tiene la razón?
¡Es la biología!
Desde la tribuna biológica, diversos estudios han examinado los efectos que producen los andrógenos en la conducta humana. El más importante es la testosterona.
Por un lado, dicha hormona no solo hace que los niños prefieran realizar actividades para niños (como jugar a las guerras o a las luchas), sino que también puede hacer que las niñas lo prefieran. Entre aquellas actividades yace la preferencia por ciertos juguetes. La literatura científica al respecto es muy amplia y ha mostrado resultados consistentes a lo largo de las décadas.
En un estudio publicado en la revista Psychological science, Sheri Berenbaum y Melissa Hines (1992) demostraron que las niñas con hiperplasia adrenal congénita (CAH), una condición que les hace desarrollar mayores niveles de testosterona, muestran una clara preferencia por juguetes típicamente masculinos. Ello ocurre a diferencia de otras niñas que no poseen tal condición.
Casi una década después, en un estudio publicado en la Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism, Sheri Berenbaum, Stephen Duck y Kristina Bruyk (2000) volvieron a demostrar que niñas con CAH (que poseen altos niveles de testosterona) muestran una clara preferencia por juguetes típicamente masculinos. Para los autores, tales resultados objetan la hipótesis de que dicha preferencia sea producto de la crianza.
Asimismo, en un estudio publicado en la revista Hormones and behavior, Gerianne Alexander, Teresa Wilcox y Mary Elizabeth Farmer (2009) analizaron el vínculo entre hormonas y conducta, y concluyeron que niños varones de 3 a 4 meses de edad mostraron mayor atención hacia juguetes típicamente masculinos, a diferencia de niñas de la misma edad. Los autores concluyeron que tal diferencia se debía a la presencia de andrógenos.
En un artículo publicado en la revista Infant and Child Development, Brenda Todd y colegas (2016) hallaron diferencias significativas en las preferencias de juguetes de niños y niñas de entre 9 a 32 meses de edad. Aunque los autores advirtieron que los resultados no deben generalizarse, señalaron que el hallazgo “es consistente con las explicaciones biológicas de la preferencia de juguetes y con muchos resultados de experimentos de preferencia visual y habituación altamente controlados” (Todd et al., 2016, p. 11).
Recientemente, en un estudio también publicado en la revista Hormones and behavior, Debra Spencer y colegas (2021) realizaron dos estudios. El primero de ellos, el más relevante, halló que las niñas con CAH mostraban una conducta más típicamente masculina así como preferencias por juguetes típicamente masculinos y compañeros de juego también masculinos. Ello a diferencia de las niñas sin CAH.
Y si los estudios que emplean muestras concretas no son suficientes, algunas revisiones sistemáticas han corroborado tales hallazgos.
Tras revisar 16 estudios (que suman 787 niños y 813 niñas), Brenda Todd y colegas (2017) hallaron diferencias sexuales en la preferencia de juguetes: aparte de la presencia paterna, la ubicación, la edad o la inclusión de juguetes unisex, los niños prefieren los juguetes para niños y las niñas prefieren los juguetes para niñas. Para los autores, tales resultados sugieren que dichas preferencias son resultado de “predisposiciones biológicas” (Todd et al., 2017).
Por otro lado, en un metaanálisis que revisó 75 estudios para estimar la magnitud de las diferencias sexuales en preferencia de juguetes, Jac T. M. Davis y Melissa Hines (2020) hallaron que las diferencias en preferencias de niños por juguetes para niños y de niñas por juguetes para niñas son amplias y significativas. Cuando se tomaron en cuenta solo muñecas y vehículos, las diferencias eran mayores.
En una carta al editor, Davis y Hines (2021) compararon sus resultados con la revisión de Todd y colegas (2017), y señalaron que, aunque hay mayor equidad de género en ciertas áreas, las diferencias sexuales en preferencias de juguetes se han mantenido estables durante 50 años. Sin duda, son números importantes que comprobarían que la biología explica tales diferencias pese a la influencia del entorno y la socialización.
Por su impacto, esta clase de estudios se han referido como evidencia para desacreditar la crianza equitativa y los juguetes de género neutro (Kitchens, 2012; Sommers, 2016).
Como puede verse, la relación entre andrógenos y conducta típicamente masculina (que incluye preferencias por juguetes típicamente masculinos) está demostrada. ¿Será que ello prueba que la biología está detrás de tales preferencias? Sabemos que hay grandes brechas, pero ¿cuál es su origen? ¿Tendrá la evolución algo que decir?
¡Es la evolución!
Como es sabido, en este tipo de discusiones que exponen grandes brechas entre hombres y mujeres (más aún si son de las que surgen a temprana edad) casi siempre emergen hipótesis que buscan explicarlas desde la evolución. Este tema no es excepcional sino un buen ejemplo de lo flexible que puede ser la imaginación darwiniana.
A inicios de siglo, y apoyándose en la psicología evolucionista, la psicóloga Gerianne Alexander (2003) sostuvo que las preferencias de niños y niñas por juguetes según su sexo es producto de la evolución del procesamiento visual en mamíferos. Dicha evolución sugiere la presencia de un sesgo innato para procesar el movimiento, color o forma de los objetos que puede formar conductas diferenciadas con significado adaptativo.
En otras palabras, la evolución habría moldeado el procesamiento visual de hombres y mujeres, haciéndolos a ellos más interesados por cierto tipo de objetos, formas y colores. Para esta hipótesis, tales sesgos en el procesamiento visual pueden contribuir a explicar las diferencias sexuales observadas en preferencias de juguetes, las cuales se presentan a muy temprana edad.
Para Alexander (2003) dicha hipótesis es compatible con la idea de que ciertos “juguetes, como pelotas o autos, son más interesantes para los hombres que para las mujeres porque provocan movimiento” (p. 11). Por otro lado, también es compatible con la idea de que, como han evolucionado para recolectar alimento y cuidar la descendencia, “las niñas pueden estar biológicamente preparadas para ser altamente sensibles o receptivas a las características del objeto, en particular al color” (Alexander, 2003, pp. 11-12).
Como vemos, no solo hay estudios que hallan vínculos entre andrógenos y preferencias (lo que establecería el papel de la biología), sino que también hay hipótesis evolucionistas que plantean un origen determinado. Para muchos, ello basta para confiar en la explicación biológica. No obstante, hay otra evidencia que, para algunos, es prueba irrefutable de que la evolución está detrás de todo.
Preferencias de juguetes en primates
El juego es considerado uno de los rasgos más notorios que compartimos humanos y primates, y que además es sexualmente diferenciado: los machos juegan de forma más agresiva que las hembras. Aunque tales comparaciones pueden llevarnos a especular sobre los orígenes de tales acciones, para algunos es posible explicar ciertos aspectos de nuestra conducta.
En el libro The nature of play, Anthony Pellegrini y Peter K. Smith (2005) señalaron que diversos estudios sobre psicología del desarrollo y etología hacen del juego un candidato idóneo para comparaciones entre especies. En el caso de los primates (como bonobos o chimpancés), hay mucha evidencia sobre la importancia del juego y su vínculo con otros factores como edad, cooperación o dominancia (Pellegrini & Smith, 2005).
No obstante, aparte de esa literatura, algunos estudios plantean que en primates también hay diferencias sexuales en preferencias por ciertos juguetes —esto es, que los machos prefieren los juguetes para niños y las hembras, los juguetes para niñas.
Tres estudios suelen ser muy citados.
El primero se publicó en la revista Evolution and human behavior y fue realizado por Gerianne Alexander y Melissa Hines (2002), quienes hallaron que el cercopiteco verde mostraba diferencias sexuales en su preferencia de juguetes, similares a las observadas en niños: los machos pasaban más tiempo con juguetes para niños (un auto y una pelota) y las hembras, con juguetes para niñas (una muñeca y una olla).
Para las autoras, tales “resultados sugieren que las preferencias de objetos sexualmente diferenciados surgieron temprano en la evolución humana, antes del surgimiento de un linaje homínido distinto” (Alexander & Hines, 2002, p. 467). Es decir, que la preferencia por determinados juguetes surgió mucho antes de que emerja la línea evolutiva que diera origen a los seres humanos.
El segundo estudio se publicó en la revista Hormones and behavior por Janice Hassett, Erin Siebert y Kim Wallen (2008), quienes hallaron que los macacos rhesus mostraban diferencias sexuales significativas en sus preferencias de juguetes que eran paralelas a las observadas en niños: los machos tenían mayor interés por el juguete para niños (un auto) y las hembras, por el juguete para niñas (un peluche).
Para los autores, tales diferencias “pueden reflejar diferencias sexuales evolucionadas en preferencias de actividad que no resultan principalmente de los procesos de socialización” (Hassett et al., 2008, p. 361). Aunque los autores señalaron que los hallazgos son similares a los observados en niños (incluso más que el estudio previo), sugirieron que las diferencias en primates y humanos dependen de las propiedades de los objetos.
Para algunas revisiones, ambos estudios respaldan la idea de que los primates muestran algunas diferencias sexuales en preferencias de juguetes, tal como ocurre en niños pequeños (Hines & Alexander, 2008; Williams & Pleil, 2008). Ello permitiría identificar qué aspectos de tales preferencias derivan de nuestra herencia genética y, de forma complementaria, cuáles vienen de la socialización.
Finalmente, en un breve estudio publicado en la revista Current Biology, Sonya Kahlenberg y Richard Wrangham (2010) reportaron que un grupo de chimpancés mostró diferencias sexuales en el uso de ciertos objetos: solo las hembras pasaban más tiempo cargando palos de madera como si cargaran muñecas de juguete (una actividad llamada stick-carrying).
Para los autores, ello ocurría porque “las diferencias sexuales en stick-carrying están relacionadas con un mayor interés de las hembras en el cuidado infantil, siendo el stick-carrying una forma de jugar a ser mamá (es decir, llevar palos como las madres chimpancés que llevan bebés)” (Kahlenberg & Wrangham, 2010, p. R1068). Esta es una explicación que remite al significado adaptativo de ciertos roles sexuales.
Dicho estudio fue particularmente importante porque mostró por primera vez a animales silvestres jugando de forma diferente con ciertos objetos. Los estudios previos lo hicieron con primates en cautiverio. Curiosamente, dicha conducta no fue observada en madres chimpancés, sino en chimpancés jóvenes, lo que sugirió la idea de que representaba una forma de preparación para la maternidad (Handwerk, 2010).
Por lo revolucionario de los hallazgos, tales estudios fueron ampliamente difundidos en medios de divulgación y redes sociales como prueba inquebrantable de que las diferencias sexuales en las preferencias de juguetes no venían de la socialización sino de la biología. Incluso la BBC de Londres lanzó el documental Animals at play en 2019, que exploró dicho tema.
Sin duda, tales resultados emocionan al sector biológico de la discusión. Hormonas, genes, evolución … como que todo está claro, ¿no? ¿Quién podría ir contra la biología y la naturaleza? De forma apresurada uno podría pensar que, si las preferencias de juguetes de niños y niñas no han cambiado en 50 años y están presentes incluso en primates, es porque deben tener un origen biológico.
No obstante, ¿y qué tal si realmente no fuera así? ¿Qué tal si, a fin de cuentas, no es la biología sino la cultura, la gran responsable de hacer que los niños prefieran juguetes para niños y que las niñas prefieran juguetes para niñas?
¡Es la cultura!
Aunque los números son exactos, las investigaciones han ignorado un aspecto clave: la cultura. Generalmente, los estudios sobre diferencias en preferencias de juguetes en niños se realizan con poblaciones occidentales y no en culturas distintas. Ello dificulta saber si tales diferencias son innatas. Esto no es algo señalado por antropólogos enemigos de la biología sino por los mismos autores de los estudios:
[E]n una perspectiva global, estos países son muy similares en términos de industrialización, riqueza, educación, acceso a los medios, democracia e igualdad de género. En consecuencia, los niños de estos países probablemente tengan juguetes muy similares a su disposición y un acceso similar a la información sobre los estereotipos sociales dominantes en torno a estos juguetes. Por lo tanto, sigue siendo una pregunta abierta si los niños de culturas con referentes estereotipos y normas sociales radicalmente diferentes mostrarían las mismas preferencias de juguetes relacionadas con el género que las que se encuentran en el metaanálisis actual. (Davis & Hines, 2020, p. 387)
A ello se suma que, así como hay estudios que hallan notables diferencias, también hay estudios que no han hallado diferencias significativas.
En un estudio hecho con 120 niños (12, 18 y 24 meses de edad), Vasanti Jadva, Melissa Hines y Susan Golombok (2010) hallaron que las niñas prestaban mayor atención a las muñecas y los niños hacían lo propio con los autos. No obstante, niñas y niños mostraron por igual mayor preferencia por juguetes de forma redonda y colores rojizos. Asimismo, las niñas y niños de 12 meses de edad prefieren las muñecas en lugar de los autos.
Para Jadva y colegas (2010), tales resultados “no respaldaron la sugerencia de Alexander (2003) de que las diferencias en las preferencias de color o forma explican las diferencias sexuales en preferencias de juguetes, al menos en esta etapa temprana del desarrollo” (p. 1269). De hecho, para los autores la relación puede ser inversa: la preferencia infantil por objetos rosados puede ser aprendida porque los juguetes con los que juegan son rosados. Ello confirmaría el impacto de la socialización.
Por otro lado, Paola Escudero, Rachel Robbins y Scott Johnson (2013) les mostraron imágenes de rostros de muñecas, rostros de personas, autos de juguete y estufas a 48 niños (entre 5 y 7 meses de edad) y 48 adultos jóvenes. Los resultados mostraron que los niños no mostraron diferencias en su preferencia, pues eligieron las imágenes de rostros. En cambio, los adultos sí mostraron tales diferencias. Estos resultados también confirmarían que el aprendizaje y la socialización juegan un rol importante.
La ausencia de una preferencia relacionada con el sexo en los niños de 4 y 5 meses desafía la visión biológica de las preferencias sexuales, que en parte está basada en los resultados de niñas y niños recién nacidos. Además, nuestros resultados con adultos, empleando la misma metodología, sugieren que las preferencias relacionadas con el sexo por los juguetes y los objetos reales son probablemente el resultado del aprendizaje y de factores de maduración, como la atracción por el sexo opuesto posterior a la pubertad. (Escudero et al., 2013, p. 378)
Actualmente, Liquan Liu y colegas (2020) realizaron dos experimentos: uno con niños de 6 a 20 meses para examinar la edad en la que surgen las preferencias de género y otro con niños de 14 y 16 meses para analizar sus respuestas a las propiedades de los objetos. Como resultado, los experimentos mostraron que los niños y niñas menores prefieren los rostros antes que los objetos mecánicos y que los niños mayores eligen los objetos, mientras las niñas eligen los rostros. Tales resultados prueban que las diferencias en preferencia de juguetes emergen con la edad.
Y es que la crianza y la socialización, determinadas en gran medida por la cultura, son muy influyentes en la formación de las preferencias de juguetes en niños y niñas.
Diversos estudios han comprobado no solo que, desde muy pequeños, los niños pueden interiorizar las expectativas sociales de género con respecto a sus preferencias de juguetes (Raag & Rackliff, 1998; Wang et al., 2023), sino que incluso las preferencias de los padres por ciertos juguetes moldean las preferencias de sus hijos (Boe & Woods, 2017). Ello genera las diferencias, pues muchos padres aún eligen juguetes para niños y para niñas (Kollmayer et al., 2018).
Pese a ello, la influencia parental es solo una parte del problema. Hay otro factor que sobresale por su gran potencial para moldear los intereses de niños y niñas, jóvenes y adultos, a nivel poblacional: la publicidad.
Aunque parezca increíble, antes de los años 20 del siglo pasado, los juguetes casi no se dividían por género. En aquel tiempo, se tenía la idea de que niños y niñas podían jugar con los mismos objetos. Luego de esa década, las compañías empezaron a dirigir su publicidad hacia las niñas. Para los años 60, los juguetes vinculados a la ciencia, la construcción o la agresividad fueron dirigidos a los niños (Sweet, 2011).
Entre los años 70 y 80 la brecha de género disminuyó por efecto de la revolución feminista. No obstante, aquella volvió a ampliarse tras la llegada del conservador Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos (Ringel, 2021). Es sabido que el conservadurismo siempre ha buscado ahondar las brechas entre hombres y mujeres. Muchas hipótesis biologicistas sobre el género han venido y vienen de tal espectro político.
Para la década de los 90, los juguetes para niños (vinculados a conceptos como la acción o la agresividad) y para niñas (vinculados a conceptos como la belleza, la crianza o el romance) eran comunes en el mercado (Sweet, 2011). Actualmente, muchos juguetes se hallan divididos por género mucho más que hace 50 años (Sweet, 2014). Tal división se realiza de formas muy notorias (Maas, 2019).
La manera cómo hoy la publicidad divide a los juguetes por género no es algo meramente simbólico. Diversos estudios han demostrado que tal división no solo obedece a valores culturales determinados, sino que se consolidan en sí mismos como valores culturales que guían las preferencias de niños y niñas, así como las de sus padres.
En un estudio realizado con estudiantes de primaria y publicado en la revista Sex Roles, Jennifer Pike y Nancy Jennings (2005) comprobaron cómo la exposición a videos publicitarios puede sembrar la idea de que ciertos juguetes son para niños, para niñas o unisex, concluyendo así que “la publicidad dirigida a los niños tiene el potencial de demostrar roles de género mediante juegos tipificados por género” (p. 90).
Por otro lado, Erica Weisgram y colegas (2014) comprobaron que los niños muestran mayor interés por aquellos juguetes decorados con colores masculinos y etiquetados con la frase “para niños”, mientras las niñas muestran interés por aquellos decorados con colores femeninos y etiquetados como “para niñas”. Tales resultados demuestran que la forma y color de determinado juguete puede predeterminar su elección.
En otro estudio también publicado en la revista Sex roles, Sui Ping Yeung y Wang Ivy Wong (2018) demostraron que la preferencia de niños y niñas preescolares de China también es influenciada por los colores masculinos o femeninos de los juguetes. Para los autores, tales resultados brindan fuerte evidencia sobre los mecanismos cognitivos que sostienen las preferencias por ciertos juguetes según su género.
De hecho, múltiples estudios realizados con niños de todas las edades (algunos incluso incluyen a sus padres) revelan la influencia conjunta y compleja de los estereotipos de género, los roles de género y la publicidad (Dinella & Weisgram, 2018). No hay duda de que, al moldear la apariencia de los juguetes, los valores culturales también moldean las preferencias infantiles.
Mejor aún, que esas brechas se hayan ampliado en los últimos 50 años nos ayuda a entender por qué el metaanálisis de Davis y Hines (2020) tomó como referencia dicho margen temporal (50 años). Si retrocedemos en el tiempo más allá de las 5 décadas, es probable que ni siquiera podamos hallar juguetes divididos por género con los que podamos realizar estudios como los que se emprenden actualmente.
Todo ello demuestra que las preferencias son moldeadas por la cultura.
¿Y la testosterona?
Aunque el impacto de dicha hormona en la masculinización de la conducta está bien demostrado, muchos estudios obvian que lo que predetermina tal resultado es la cultura. Ello afecta particularmente a las niñas con CAH.
En Delusions of gender, la neurocientífica Cordela Fine (2010) reconoció que las niñas con CAH muestran preferencia por actividades masculinas. No obstante, lo que define la masculinidad de un juego o una actividad no es la testosterona sino la cultura. Por ello, una explicación más razonable sería afirmar que “las niñas con CAH se sienten atraídas por lo que culturalmente se atribuye a los hombres” (Fine, 2010, p. 123).
Por otro lado, diversas críticas han cuestionado las limitaciones metodológicas de los estudios que hallan vínculos entre andrógenos y actividades masculinas, y han advertido la influencia de factores culturales que moldean el desarrollo psicológico y cerebral (Fine, 2015; Hogenboom, 2021; Rippon, 2018). Por ejemplo, los estereotipos culturales hacen que las niñas con CAH muestren mayor interés hacia lo masculino (Fine, 2014).
Cada vez que toca explicar por qué niños y niñas prefieren juguetes para niños y para niñas, muchos defensores del biologicismo suelen invocar la existencia de leyes naturales semejantes a las referidas por personas religiosas cada vez que hablan sobre género (Horn, 2015). Lamentablemente (para ellos), en estos casos la respuesta es mucho más sencilla que un cuento evolutivo.
Pero, ¿y los primates?
Llegado a este punto, uno podría pensar: ¡Ajá! Negacionista de Darwin. Puedes decir que la cultura afecta las elecciones de niños y niñas, pero no de los primates. ¡Es la evolución!
Aunque los estudios sobre nuestros parientes con cola lucen irrefutables, sus limitaciones más importantes vienen, nada más y nada menos, que de los mismos estudios.
En principio, Alexander y Hines (2002) demostraron que los cercopitecos verdes machos pasaban más tiempo con juguetes para niños que las hembras, las cuales pasaban más tiempo con juguetes para niñas. Esa fue la comparación entre sexos. No obstante, cuando compararon solo a machos y solo a hembras notaron que ambos grupos jugaban con ambos tipos de juguetes. Tal conducta difería de lo visto en niños.
Para los autores, ello ocurría porque, a diferencia de los primates, los niños sufrían en mayor cuantía el impacto de la socialización de género (Alexander & Hines, 2002). No obstante, para Hassett y colegas (2008) dicha conducta, que no obedecía un patrón de género establecido, reflejaba algo más básico: no una preferencia sino una disposición de los primates a jugar con cualquier juguete.
Refiriéndose al estudio con macacos rhesus, Jadva y colegas (2010) señalaron que los hallazgos de su estudio “argumentan en contra de las sugerencias de que la fuerte preferencia de los niños por juguetes masculinos o la evitación de los juguetes femeninos (como las muñecas) sea innata” (p. 1269). Para los autores, el aprendizaje social es clave para comprender tales conductas.
En efecto, aunque muchos estudios muestren grandes tendencias, la socialización juega un rol fundamental.
Dado que el stick-carrying solo se halló en la comunidad chimpancé Kanyawara (del Parque Nacional Kibale en Uganda), Kahlenberg y Wrangham (2010) sugirieron que el aprendizaje social parece tener un rol importante. En una reseña del estudio, Brandom Keim (2010) sostuvo que, por su particularidad, el stick-carrying podría no ser un eco de nuestros antepasados sino un ejemplo de evolución convergente.
Por lo tanto, es probable que los jóvenes lo aprendan mirándose unos a otros. Este tipo de ‘tradición juvenil’ no se ha descrito antes en los chimpancés, pero se conoce, por supuesto, en humanos. Piense en juegos de patio como la rayuela que los niños aprenden de cada uno. (Kahlenberg citada en Handwerk, 2010)
La existencia de normas en las sociedades primates sobre las actividades que cada sexo debe hacer existen y deben ser aprendidas. Esto es algo que se sabe desde hace décadas. Su impacto en la conducta primate así como en su —ojo con esto— identidad sexual ha sido estudiado desde hace mucho (Burton, 1977; Itani, 1959; para una revisión crítica de la literatura recomiendo ver el capítulo 11 de Fine, 2010).
Tales investigaciones, más que probar la fuerza de la biología, comprueban la fuerza del aprendizaje social.
Por otro lado, sabemos que cuando un niño o niña elige un objeto lúdico está prefiriendo un juguete. No obstante, ¿realmente tenemos la certeza de que los primates prefieren un juguete? Para Ed Yong (2010), si hablamos de preferencias, “los chimpancés parecen lanzar más preguntas que respuestas”. Las incongruencias halladas en los estudios que apelan a una explicación biológica (Liu et al., 2020) hacen que se tome con cautela.
También se ha llamado la atención sobre las implicancias sociales de esta clase de limitaciones. En un ensayo para la revista Hypatia, Letitia Meynell (2011) sostuvo que el marco teórico de los estudios con primates —una especie de “psicología evolucionista estrecha”— ha fundado un “esencialismo sexual” que resulta muy influyente en el estudio de la conducta humana. Ello pese a sus grandes problemas teóricos y metodológicos.
Hablando de metodología, los estudios con primates (tal como los estudios con niñas con CAH) muestran dificultades en la forma como los científicos tipifican juguetes: ¿es un auto algo masculino? ¿Es una sartén algo femenino? (Fine, 2015). Asimismo, el empleo de juguetes distintos ha generado que algunos resultados tengan mayor consistencia que otros o que algunos sean consistentes cuando, en realidad, no lo son (Rippon, 2018). Se trata de un problema con muchos aspectos (De Waal, 2022).
Aunque los partidarios del determinismo biológico digan que los constructivistas apelan a explicaciones creacionistas, lo cierto es que son ellos los que, por su desconocimiento del aprendizaje social en humanos y animales, terminan elaborando hipótesis mágicas basadas en cuentos evolutivos, niveles de testosterona o cerebros masculinos y femeninos. Así no es como la ciencia rigurosa debe proceder.
Estos hallazgos indican que las hormonas no determinan los roles, destacan un papel importante para el aprendizaje social de los roles sexuales y desafían la suposición de que las diferencias sexuales en los monos que juegan con juguetes infantiles, por ejemplo, deben reflejar “biología pura”, en ausencia de la influencia de la socialización. (Fine, 2015, p. 1746)
Pero aquí no acaba la historia.
Contrastando los estudios de Alexander y Hines (2002) y Hassett y colegas (2008), un artículo recientemente publicado en la revista Biology of sex differences afirmó que los macacos no muestran diferencias sexuales en sus preferencias. Tras analizar las interacciones de 14 macacos (7 machos y 7 hembras) individualmente con juguetes tipificados como masculinos, femeninos, neutros y ambiguos, Florent Pittet y colegas (2023) hallaron que los primates mostraron intereses similares.
La investigación analizó las interacciones entre macacos y juguetes de forma individual para diferenciar con mayor claridad una preferencia biológicamente guiada de una preferencia socialmente guiada. Desde este enfoque, si las preferencias por ciertos juguetes son de origen biológico estas debían expresarse en interacciones individuales. Sin embargo, ello no ocurrió.
Para los autores, dicho hallazgo “sugiere que las diferencias sexuales previamente documentadas probablemente dependen del contexto y cuestionan la existencia de una fuerte base biológica para las diferencias sexuales en las preferencias de juguetes” (Pittet et al., 2023, p. 1). En otras palabras, el contexto resulta ser mucho más importante que la biología, algo también señalado en los estudios realizados con niños pequeños.
Conclusión
Sin duda, las diferencias de género se explican por la interacción de múltiples factores. No obstante, si hablamos de preferencia, es claro que la cultura dicta hacia qué juguetes mostraremos interés.
Aunque el reducido dimorfismo sexual humano (Morales, 2021) tenga algo que ver, la explicación de por qué niños y niñas prefieren juguetes para niños y para niñas yace más en su entorno que en sus hormonas.
Referencias
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Sergio Morales Inga es antropólogo y egresado de la Maestría en Filosofía de la Ciencia, ambos por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Perú. Tiene publicaciones en revistas académicas de Perú, Colombia, Argentina, España y Reino Unido. Columnista de evolución humana, género y epistemología de las ciencias sociales en Ciencia del Sur. También realiza divulgación en evolución cultural a través del blog "Cultura y evolución".