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En su columna de Ciencia del Sur, el filósofo José Manuel Rodríguez Pardo se opone a la reducción, definición y comprensión del arte desde un campo científico como lo plantea Gustavo Romero. Argumenta que es una cuestión filosófica y que la labor de la teoría del arte y la estética queda fuera del alcance de toda pinza o examen neurológico, sociológico o psicológico

No es mucho lo que hay que abordar del profesor Romero, quien plantea sus argumentos de forma clara, aunque es una propuesta general, porque cada manifestación de arte puede implicar variaciones metodológicas y epistemológicas, además de la discusión terminológica, ontológica y, en general filosófica.

Esta opinión busca mostrar que se puede coger con pinzas científicas una obra de arte como las obras literarias y que no es un reduccionismo cientificista ni una mala idea. Por el contrario, como se expuso en otra columna, la interdisciplinaridad entre humanidades y ciencia es una oportunidad, no una contrariedad o imposibilidad.

No está demás empezar planteando que, según Bunge, «la ciencia no se hace en un vacío filosófico, sino en una matriz filosófica». A partir de ahí no es delito considerar que preguntas que salen de una matriz filosófica pueden verse enfrentadas a los filtros científicos y que las cuestiones científicas están sometidas a un marco filosófico que puede orientar la búsqueda del saber.

Se puede inicialmente resaltar que el monumental error de Rodríguez Pardo es afirmar que alguien plantea que las obras literarias, para este caso, se ven desde un dualismo adecuacionista que suponga correspondencia de estados ideales con estados materiales.

La obra literaria y la ciencia

No debe ser osado decir que Rodríguez Pardo posiblemente no ha leído obras de Arthur Conan Doyle, William Hope Hodgson, Frank Belknap Long, Howard Philips Lovecraft, Theodore Sturgeon o un autor más mediático como Isaac Asimov, en los que hay una transgresión de conocimientos y teorías científicas, en ocasiones una parodia, sátira u oposición, como recurso narrativo dentro de su universo ficticio.

Si nos limitáramos al argumento de Rodriguez Pardo, un materialista sería enemigo de la edad de oro de la ciencia ficción, porque muchas de sus obras explotan y desafían la ciencia para plasmar su imaginación e ideas. Por esto, Umberto Eco en su obra De los espejos otros y ensayos (2012) considera a la ciencia ficción como “la especulación contrafactual sobre un mundo estructuralmente posible se hace extrapolando, a partir de algunas tendencias del mundo real, la propia posibilidad de un mundo futurible”.

Y aunque el exceso semiótico-filosófico —infortunadamente seudocientífico— de Eco implica discutibles ideas para demarcar lo que es o no ciencia ficción, sirve para entender que una obra literaria, producto de la ficción y la imaginación de una persona, extrapola, transgrede y, en ocasiones, se mofa la ciencia misma.

Todo lo anterior no implica una negación de una visión materialista, tampoco realista ni cientificista del mundo, como cree que sucede con El Exorcista. Es convencional en nosotros los humanos y nuestras manifestaciones de arte, que la obra literaria plantee la posibilidad de una transgresión de nuestra realidad material, dando como resultado un universo ficticio, el cual puede hacerse más ficticio o más realista si así es voluntad del creador.

Si el criterio de Rodriguez Pardo fuese serio, el caso de Carl Sagan y su única propuesta literaria Contact (1985), bajo el influjo de Sturgeon y el auge y caída de la literatura pulp, sería un insulto a la ciencia o un promotor antimaterialista de lo inexistente con las especulaciones radioastronómicas, astronómicas, cosmológicas, biológicas y tecnológicas que allí se narran. Sin embargo, sucede todo lo contrario: los que lleguen al divulgador gracias a su novela estarán motivados a explorar la ciencia que inspiró a este importante personaje del siglo XX y siglo XXI.

El arte, su entorno, y la ciencia: irracionalismo y pseudociencia en el estudio del arte

Pero mencionar aquí la ciencia ficción, que no es el único ejemplo, léase sci-fantasy, weird fiction y demás, no es gratuito. Viene al caso para demostrar que puede existir una relación entre ciencia y literatura, donde se puede abordar con una visión científica las obras literarias. Es más, puede llegar a ser necesario abordarlas así para entenderlas.

Ya se sabe que la literatura ha inspirado a poetas victorianos que eran científicos, como Maxwell. También ha impulsado invenciones y las etimologías de hallazgos científicos. Por ejemplo, tras la física de la abominación literaria de Joyce, nació el nombre del quark dado por Gell-Mann, mientras Verne y sus ideas fueron inspiración para tecnologías como el submarino y otros inventos. Incluso Freud recogió del dramatizado ciclo tebano de Sófocles algunas sus ideas seudocientíficas.

Si tales influencias no son reconocidas o estudiables gracias al conocimiento científico, no habría qué destacar de ninguna de tales obras como insumo de la obra misma y una forma de entenderlas.

Pero no solo la literatura brinda algo a la ciencia. También se estudia cuando se encuentran allí aspectos científicos; se ha estudiado las matemáticas utilizadas como recursos narrativos dentro de la obra de Carroll y sus juegos lógicos-matemáticos, Lovecraft y su geometría no euclidiana, entre muchos otros autores. Además, en obras como las de Woolf, Cortázar, Joyce y otros se ha encontrado un patrón multifractal que caracteriza sus narrativas.

Si pareciese que esto se acerca más a la entidad material y no a la ideal de la obra literaria, su «esencia y valor», su estética, basta con leer la inmensa cantidad de crítica, análisis y teoría literaria que bebe tanto de la sociología, véase sociología de la literatura, lingüística, antropología, historia, filología y derecho, psiquiatría, psicología e inclusive medicina.

Los aspectos intraliterarios necesitan de aspectos no literarios y/o extraliterarios, como dice Romero en su texto; se necesita de la interacción de entidades materiales, de la valoración, la experiencia y la percepción humanas, tanto para su origen como su reconocimiento.

La organización social, aspectos económicos, científicos, factores históricos y culturales, cuestiones personales, subjetivas, muchos de estos colindan con los componentes que plantea Romero en su artículo.

Y es que en cuanto a literatura, la crítica literaria, la comunidad, difusión y todo lo que rodea a un clásico, que se suma a su canon, son aspectos que se pueden estudiar y caracterizar por ser parte de un contexto y tiempo dado en la historia del arte.

Alarmante es ver que actualmente la crítica, el análisis y el estudio literario están condenados por un discurso metodológico basado en el marxismo, el psicoanálisis y la anticiencia, cuando las ciencias tienen un espacio para dar con lo conceptual y material que es insumo, base y nacimiento dentro de estas narrativas.

El peligro de atribuir realidad a las ficciones artísticas

Si no parece suficiente, queda dejar a reflexión que también en la literatura encontramos la seudociencia, y si nuestro marco filosófico es cientificista, debemos prestar atención a todo ese compendio de ideas, misticismo y falsedades que se han colado en obras que pueden influir la forma de vida de las personas, pues la literatura crea símbolos que marcan nuestra cultura, como el monstruo, el vampiro o el héroe.

Por otro lado, en algunas obras literarias las seudociencias y supersticiones pasan desapercibidas por el plano de irrealidad en el que se encuentran, pero deberá someterse a cuestión cuando el lector recibe esto como un aforismo u orientación real. Cuando la sociedad lo convierte en una sentencia, puede convertirse en un engaño.

Las ideas sobre conspiraciones, planes, manipulaciones, guerras, violencia y demás pueden no ser reales en las obras pero para el lector puede convertirse en realidad cuando ingresa en su visión del mundo. Dan Brown puede ser el mejor de todos los ejemplos, mientras Orwell pasa de ser un autor retratando una época totalitaria a un referente malinterpretado por ideas sobre conspiraciones dictatoriales de moda.

Conclusión

Sin soporte científico e interdisciplinar no hay cómo contestar las siguientes preguntas: ¿La filosofía ilustrada se inscribe en la literatura dieciochesca? ¿Afectó el proceso industrial a la obra gótica victoriana? ¿La prosperidad de los años 20 se muestra en la literatura norteamericana? ¿En qué incidió la Segunda Guerra Mundial a la novela contemporánea?, ¿Se muestra en la narrativa latinoamericana, el flujo de la Guerra Fría, y el posterior latinoamericanismo? ¿Dio un vuelco la carrera espacial a la ciencia ficción? ¿Los cambios tecnológicos en la vida cotidiana se reflejan en el microrrelato?

Finalmente, los campos de conocimientos, ciencias, humanidades y artes convergen, y deben hacerlo, para aprehender la obra de arte. Negar que la interdisciplinariedad puede aportar a esto es negarse a la búsqueda del conocimiento y negar la posibilidad de entender más sobre el arte.

 

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Es licenciado en educación básica con énfasis en humanidades: lengua castellana e inglés, por la Universidad de Cundinamarca (Colombia). Es creador de Radiotelescopio abandonado y Girardot Review. Hizo parte de semilleros universitarios de investigación, y trabajó como editor colaborador para Nullius in Verba. Además ha participado en diversos medios escribiendo sobre literatura, educación, semiótica y lingüística. Columnista de lingüística, literatura y educación de Ciencia del Sur.

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