Una educación multilingüe puede traer no solo polémica sino requerir una inversión mayor, pero es necesario tenerla presente en países donde la diversidad tipológica sea lo común. (Ciencia del Sur / Pixabay)
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Usualmente se nos dice que en épocas anteriores grandes científicos y filósofos plasmaron sus trabajos en las lenguas clásicas o ampliamente reconocidas, por ejemplo en latín, alemán, francés, árabe o inglés, muy asociadas al conocimiento producido antaño de gran valor.

Debido a esto se entiende que la ciencia ha tenido como vehículo lenguas específicas, como fue el caso del latín para épocas anteriores hasta siglo de las luces, y de ahí hasta la actualidad el inglés, valorándose como lengua franca o lenguas vehicular.

Esto también pasa con actividades específicas, siendo un ejemplo interesante lo relativo a las relaciones comerciales, el cómo se asocia con lenguas como idioma universal o lingua franca del comercio y otras actividades. Pero tales asociaciones pueden ser cuestionables o parte de un discurso con actitudes discriminatorias.

Por ejemplo, hoy día, el mercado laboral lleva la presión, el imaginario y las tendencias de las potencias y grandes industrias angloparlantes, presionando para que el trabajador piense en su futuro como una persona que domine el idioma relacionado con los potenciales clientes, mientras las empresas empiezan a exigirlo para mejorar su estatus.

Asociado el inglés con lo comercial, la ciencia, el cine y otras actividades o áreas, la educación encontró una demanda, por lo que empezó a mercantilizar la idea un supuesto “bilingüismo” en el aula de clase, lo que para algunos de la comunidad educativa se ha hecho cuestionable.

En la educación esto puede ser muy polémico, implicando aspectos no solo psicopedagógicos sino también la ética profesional o la discriminación lingüística, ya que incluso los estudiantes de diversos contextos pueden considerar que no hablar en su lengua o en la lengua considerada “universal” para el acceso de conocimiento, recursos y servicios, puede ser una acción política deshonesta para mantenerlos en la ignorancia (González y Melis, 2001, p. 195).

Esto da como resultado la desigualdad y las percepciones frente a las oportunidades de vida y las lenguas, tratándose de algo de mucho cuidado a la hora de tratarse en el aula de clase.

¿Hay un idioma exclusivo o desarrollado para la ciencia?

En el caso de la ciencia, el inglés se ve involucrado en su producción y formación académica en países hispanohablantes. Los futuros científicos se ven obligados a leer, escribir y fundamentarse a partir de la extendida producción científica en este idioma.

Pero más allá de las razones y motivos, que pueden deberse a cuestiones socioeconómicas, históricas, educativas, culturales, mercantiles y geopolíticas, la idealización del inglés como la lengua vehicular puede dar paso a creencias erróneas, como que el inglés es el idioma de la ciencia, y que es una lengua “más científica” o “mejor” para la ciencia que otras.

Con el juicio anterior algunos pueden pensar que, en el caso de todas las familias de lenguas indígenas, debido a su “escaso” contacto con la producción y divulgación científica actual, no tienen un repertorio léxicosemántico ni una morfosintaxis dada para dar con la cantidad de terminología científica que se pueden encontrar en los artículos científicos en la lengua germánica.

Así que no funcionaría para el objetivo de vehicular la ciencia, como ya lo está haciendo el inglés.

En el pasado existieron intentos de “demostrar” la superioridad de las lenguas, idealizando las europeas, frente a otras, a partir de su tipología, dando a entender mayor desarrollo o superioridad (Dirven et al., 2001, p. 259). Afirmaciones motivadas por la política y acordes a las ideas de antaño sobre una superioridad de ciertas razas y culturas.

Pero lo anterior llega a ser simplemente falso, las lenguas se hacen y viven en relación al entorno en el que sus usuarios habitan, esto incluye hábitos, actividades, comportamientos y relaciones específicas. Por lo que una comunidad, tribu o grupo que no tenga necesidad ni contacto con los estándares de la ciencia actual, tampoco va a necesitar en su lengua significar algo que no está en su contexto. Lo anterior no implica que el “desarrollo” de su lengua es inferior.

Y esto no significa que existan comunidades acientíficas, y que esto es bueno o malo en sí. Tampoco significa que es un rasgo de inferioridad o superioridad etnográfica-lingüística, pues cada grupo humano tendrá su sistema de creencias y herramientas para interpretar el mundo. Si la discusión es una evaluación del desarrollo cultural, cognitivo, social y económico, la misma debe dejarse en manos de profesionales de estas ramas.

Pero lo importante aquí es que, en el caso de las lenguas, ningún idioma, en ningún momento ni lugar se hace superior por relacionarse o extenderse con una actividad humana específica, sin importar cuál sea, cada civilización y cada sociedad tiene sus dinámicas. Luego, tampoco es inferior o superior por no asociarse ni utilizarse para tales actividades, así como por sí hacerlo.

Nada en lo sistémico-tipológico de una lengua, ni en los aspectos culturales que le dan vida y forma, demuestra que tiene características que se puedan valorar como “más científicas”, “científicamente menos desarrolladas” o “inferior para la ciencia”.

Si se afirma lo anterior, se necesitaría no solo un estudio riguroso sobre la misma lengua en relación a la ciencia, además se necesitarían una gran cantidad datos dialectológicos, sociolingüísticos, etnográficos, así como sociológicos, psicológicos y epistemológicos, para afirmar que un sistema semiótico, como las lenguas, en sí presenta tal rasgo de superioridad o inferioridad en cuando a la actividad “científica”.

En el caso del inglés, se requeriría, por ejemplo estudios de los dialectos y variantes en todos los lugares que se presente (desde el Caribe hasta África), y su relación con la producción de ciencia en estos contextos variados. Y no solo realizar inducciones y especulaciones, a partir de una única manifestación asociada a la publicación de textos científicos, solamente en el contexto de un país primermundista angloparlante.

No siendo suficiente, si es que no innecesario, en cuanto a buscar ideales discriminatorios en las lenguas, para comparar al inglés como “superior o apto para la ciencia”,  se necesitaría información de una cantidad representativa las lenguas y familias existentes en todo el mundo. Que también sean expuestas a la producción científica, para que se permita afirmar y concluir que una lengua, con todos sus dialectos y variantes, sirve más o es mejor que todas las demás, para una actividad como la ciencia.

Así, si se quiere plantear una especie de criterio universal o idealización de los rasgos de una lengua que funcione para todas y permita comparar datos, se requiere una gran cantidad de muestras, soporte, datos y estudios de trabajo de campo y una validación empírica. Además de un buen componente teórico, que permita llegar al planteamiento de características generales a partir de ideales y abstracciones (Comrie, 1981, p. 94).

Dado que esto tomaría demasiado tiempo, recursos y discusiones tanto lingüísticas, como filosóficas y antropológicas, lo mejor es retomar la consideración que tenemos de las lenguas, y recordar que se trata de un ejemplo (lenguaje verbal) de la manifestación de nuestra comunicación: un sistema de signos arbitrario y convencional, sujeto a las relaciones interindividuales de los humanos, por lo que su estructura de signos, así como su cambio y muerte dependen de quienes la utilizan en su cotidianidad.

Por lo que no se podría afirmar, hasta que se demuestre, que hay lengua “mejor para la ciencia” o  “no útil científica”, y menos estructuralmente preexistente para la ciencia. Mejor, cada idioma, topolecto, sociolecto o variante, representaría una adaptación al contexto real de sus hablantes (Wenreich, 1953, p. 8).

Si los usuarios de un idioma tienen como actividad la ciencia, lo simbolizaría en su lenguaje verbal, más si pasa lo contrario por distintos factores, pues no necesitaría ser codificado en un sistema semiótico, ya que no se presenta en el contexto real que requiera ser verbalizado o puede que establezcan otro lenguaje exclusivo para algo tan específico.

Lo anterior se aplica con el caso de contacto lingüístico, sociedades plurilingües, donde cada lengua se percibe y valora (Wenreich, 1953, p. 8), para bien o para mal, como dentro de una necesidad y relación que presente la misma comunidad.

Por ejemplo, en países hispanohablantes -donde el inglés parece asociarse con lo comercial, formal y académico- lo contrario puede pasar con poblaciones indígenas o rurales, para quienes la lengua castellana puede ser una segunda lengua. Un idioma necesario para comunicarse en contextos formales, como es el acceso a información académica o el servicio más básico.

Lengua y contexto sociohistórico

Comprender de esta forma las lenguas en relación a las actividades humanas es contrario a la idealización extrema, poco seria y discriminatoria de las lenguas, ya que las comunidades, como en América Latina, conviven en condiciones desiguales, situaciones indignantes y entornos hostiles, lo que pone en riesgo la vida digna de una lengua y sus hablantes.

Lo que presiona a las lenguas para responder este contexto, en otros casos extinguirse por la muerte, desplazamiento o abandono de sus hablantes.

Y en cuanto a las investigaciones de las lenguas -su estudio científico y humanístico- el que se comparen los datos de distintas lenguas, encontrándose características de las que algunas carecen, mientras otras lo presentan, no tiene absolutamente nada que ver con “inferioridad” (Velupillai, 2012, p. 25). Ni con algún juicio, actitud prescriptivista o especulación discriminatoria, ajena a la pura descripción de la realidad de los fenómenos lingüísticos, lo cual es el trabajo de toda disciplina que estudie las lenguas.

Así que si el inglés históricamente se ha asociado con la ciencia, la academia o las oportunidades económicas, no es una característica intrasistémica que le hace “lingüísticamente superior”. No es por su dimensión morfosintáctica, fonética, léxico-semántica o pragmática, ni su genealogía germánica o indoeuropea.

Así como el guaraní paraguayo, por su genealogía Tupí-Guaraní, sus marcadores de evidencialidad (Aikhenvald et al,  2004, p. 292), posposiciones o su sistema de marcación de funciones semánticas (Song, 2010, p. 247-248), no hace a esta lengua, y sus hablantes, no “aptos” para hablar de la ciencia o la academia. Todo lo contrario, Ciencia del Sur ha difundido la labor para llevar la literatura en esta lengua, así como la Wikipedia, que tiene una versión en esta lengua suramericana.

Frente a nuevas ideas, percepciones o concepciones para un contexto donde no existieran previamente, el humano puede inventar nuevas palabras si no las hay para estas novedades, pero las palabras por sí solas no sirven sin un componente epistémico (Bunge, 2009, p. 238). No importa su cultura o el tiempo, algo que puede pasar para nuevas tecnologías o actividades que sean introducidas en un grupo humano, para las que se pueden crear nuevas palabras o nuevos significados de las mismas.

Afirmar que una determinada característica o ausencia de esta, de una lengua específica, la hace inferior o mejor para a la ciencia, tendría que ser demostrado con un marco teórico y metodológico contundente en sociolingüística, psicolingüística, antropología lingüística y lingüística cognitiva, como mínimo.

Al final se trata de cuestiones sociohistóricas, como en el inicio lo fue imperialismo británico y la actual geopolítica estadounidense, y por tanto extralingüísticas, en las que esta lengua, por causa de las relaciones de unas potencias hegemónicas con la región, se ha ido posicionando, de manera negativa o positiva, en la percepción de las personas.

Cuestiones extralingüísticas que pueden explicarnos por qué otros idiomas se han extinguido o han sido discriminado, debido a problemas políticos, económicos, ambientales o sociales.

Como tal, entiéndase que no se puede afirmar, y no vale la pena, que una lengua es en sí “científica” o dada para la ciencia, el sustentar esto queda a quien lo afirme. Porque, siguiendo la idea sistémica emergentista, de los sistemas semióticos de Bunge (2004), más que existir por sí solas (y “ser científicas” por sí mismas) las lenguas son y se hacen en el proceso de uso de los hablantes, quienes realizarán actividades de producción científica o no.

Entendiendo que dicha producción de conocimiento es independiente de la lengua en que se realice, ya que puede hacerse en sociedades pluriculturales y plurilingües, siendo ejemplos, irónicamente, países como Estados Unidos y Reino Unido.

Nota: no es de interés abordar una discusión de un “relativismo-determinismo lingüístico”, por lo que aquí no se discute ni se busca especular que la no presencia de unos recursos en una lengua son causa para que la mente y cultura del hablante se vea sometida, limitada o predispuesta por tal ausencia de un patrón verbal arbitrario.

Lenguaje formal y lenguaje ordinario

El lingüista Daniel Everett estudió a las lenguas que carecen de recursividad, como la lengua pirahã de Brasil. Actualmente, el tema está en discusión. (MIT News)

Reducir la ciencia, siendo una actividad, quehacer, producir y transformar, y fijarlo como exclusivo de un idioma, puede ser bastante peligroso para su evaluación objetiva, incluso en una valoración sociológica o epistemológica.

Y peor será creer que algo como la ciencia es cuestión de un idioma, como si su característica es ser monolingüe o se trata un asunto reductible a lo lingüístico-semiótico, lo que puede ser ataque deshonesto del textualismo (Bunge, 1999, p. 87).

Y más grave será condicionar parcialmente a la producción en ciencia a algo relativo a los idiomas, como si el fracaso, cultivo o cambio científico dependiera del uso de una lengua específica por sobre otra, y no de aspectos epistémicos, políticos o sociológicos.

Siguiendo al gran pensador latinoamericano, tristemente ausente para este tiempo, Mario Bunge, dado que la percepción y concepción es parte de lo epistémico no-lingüístico, lo que sería un lenguaje ordinario no llega a ser suficiente para plantear aspectos teóricos sobre el mundo (Bunge, 2009, pp. 237-238).

Esto implica que un idioma con su sistema-estructura, como el español, el kriol sanandresano, el guaraní, el nahuatl o el inglés, no puede ser suficiente, necesario o adecuado para aquello que sí ofrecen los lenguajes lógico-matemáticos a la ciencia.

Porque pueden no presentar necesariamente una relación o un equivalente en un idioma o lenguaje ordinario, o sea no matemático (Bunge, 2004, p. 85), cuya sintaxis ni semántica es igual a la de la matemática. Esto puede darse en el caso de las mismas convenciones usadas en el lenguaje científico para una teoría, las cuales no pueden reducirse a equivalentes, como unas arbitrarias categorías gramaticales o su etimología.

Algo que el científico y filósofo Gustavo Romero explica también, al considerar que, si bien los lenguajes naturales sirven para muchos propósitos de la vida cotidiana, esto implica una gran presencia de vaguedad, imprecisión y ambigüedad, contrario a lo que se requiere para poder adentrarse en lo que es la estructura realidad, algo que sí puede proveer un lenguaje formal con la lógica y matemática (Romero, 2018, p. 7).

Por esto, el discurso científico tiene en su forma conocimientos, conceptos, axiomas y teoremas que sirven para una dimensión extralingüística. Lo que hace que las lenguas, como lenguaje ordinario, sean inadecuadas para tratar la complejidad del mundo. Mientras un lenguaje científico tiene una arquitectura cuyas características permiten referirse a objetos extralingüísticos y representar sus propiedades, útiles para realizar aserciones sobre el universo (Romero, 2008, pp. 124-125).

Si retomamos a Bunge, este mismo aconsejaba buscar buenas traducciones de los clásicos de la filosofía, no perdiendo tiempo en aprender estos idiomas, ya que lo puede invertir mejor en aprender el lenguaje universal de las ciencias: las matemáticas. (Bunge, 2002, pp. 239-240).

Así no será un problema que el aprendizaje de filosofía sea de un hablante de pirahã u otomí, ni tampoco si sus lenguas no tienen una característica determinadas, pues el hablante en su necesidad puede buscar entre neologismos, préstamos, calcos, adaptación, transposición, cognados, polisemia, entre muchos otros recursos.

Se puede entender, entonces, que la ciencia no es una cuestión monolingüe o mejor: no es una cuestión lingüística, para que se considere limitada a un idioma particular, y su asociación con algún idioma no es más que un asunto de percepción, burocracia y procesos sociohistóricos. Por lo que no tendría cabida un “determinismo lingüístico” de lo ontológico, epistémico ni metodológico de una actividad como la producción científica.

No sobra decir que el asunto de un lenguaje, discurso o significación de la ciencia es un asunto de discusión del filósofo, epistemológico, científico y afines, más que ser un problema de enseñanza de un idioma, etimología, psicolingüística o de tipología lingüística.

Ya que sería fácil acusar a la ciencia de ser un mero sociolecto, tecnolecto o un uso específico de una lengua, pero sería tan deshonesto con el trabajo mismo de los profesionales que se encarguen de producir y mejorar la comunicación de la ciencia, además de ignorar el carácter transnacional de esta actividad humana.

Finalmente, piénsese que para quien necesite comprender la terminología científica, más que saber y certificar su conocimiento en un idioma, lo que necesita es un conocimiento en la disciplina que es su objetivo, y no tanto en el de la lengua.

Porque una persona que sí domine una lengua en la que se produce la ciencia, puede carecer totalmente de una formación con las herramientas conceptuales necesarias para saber interpretar información en un lenguaje formal. Mientras una persona orientada con bases académicas, lo que puede requerir es simplemente una traducción automática, un gráfico, una operación, una imagen o un ejemplo en el lenguaje técnico de su campo.

¿Qué se puede proponer?

Llegado a este punto de cierre de la reflexión, muchas preguntas sobre cómo se puede evitar un monolingüismo, y resistirse a una burocracia que puede reproducir procederes discriminatorios en lo lingüístico, y obviamente lo sociocultural, porque aunque se lo niegue, lastimosamente la ciencia, como algo humano, puede verse afectada por políticas y actitudes negativas.

Lastimosamente no existe una solución mágica, inmediata, fácil ni única, y puede que sea mucho más costoso y engorroso difundir ciencia en medios multilingües, pero no por esto es contrario al objetivo de fomentar una cultura científica en sociedades que lo necesitan, como en América Latina, una región curiosamente plurilingüe.

Pero pensar en la misma variedad lingüística, más que ser un obstáculo o pesadilla, debería verse como una motivación al invitar a que la producción académica se pueda realizar y traducir en distintas lenguas. Tanto con el apoyo de profesionales en lenguaje técnico del campo en que se produce, así como usando sistemas automatizados de traducción, aunque tengan sus falencias.

Una educación multilingüe puede traer no solo polémica sino requerir una inversión mayor, pero es necesario tenerla presente en países donde la diversidad tipológica sea lo común, para que no existan restricciones al acceso y cultivo de la ciencia para ninguno de sus ciudadanos.

Igual, no es fantasioso, y no debería serlo, pensar que tanto la automatización de la traducción de documentos pueda servir, gracias a la tecnología, para apoyar la adaptación y divulgación multilingüe de la producción científica. Así como en un trabajo de recurso humano que pueda acompañar, trabajar y aportar para que el discurso académico sea accesible sin barreras lingüísticas.

Al final, incluso este no es un problema de diccionarios, etimologías e idiomas, pero sí puede que estemos ante una problemática grave por ausencia o negación de políticas, gestión e inversión, y más de una demanda social, en favor de la producción y difusión de la ciencia de manera universal, negando también la realidad (diversidad lingüística, cultural, demográfica, etc.) que el científico, independiente de su lengua materna o la que use, se aventura en comprender.

El alfabeto guarani consta de 33 códigos o letras y se tomó de la grafía latina. (Guarani.es)

Referencias

-Aikhenvald, A. (2004). Oxford Handbook of Evidentiality.

-Bunge, M. (1999). Buscar la filosofía en las ciencias sociales. Buenos Aires: Siglo XXI editores.

-Bunge, M. (2004). Emergencia y convergencia. Buenos Aires: Editorial Gedisa

-Bunge, M. (2002). Epistemología. Curso de actualización. Buenos Aires: Siglo XXI editores.

-Bunge, M. (2009) Tratado de Filosofía. Volúmen II. Semántica II: Interpretación y verdad. Barcelona: Editorial Gedisa.

-Comrie, B. (1981). Language universals and Linguistic Typology. Chicago: The University of Chicago Press.

-Dirven, R., Hawkins, B. y Sandikcioglu, E. (eds.) (2001). Language and Ideology. Volume 1: Cognitive Theoretical Approaches. Filadelfia: John Benjamins Publishing Company.

-González, R. y Melis I. (eds.) (2001). Language Ideologies Critical Perspectives on the Official English Movement, Volume II: History, Theory, and Policy. Nueva York: Routledge

-Romero, G. (2008). Lenguaje Científico Lenguaje Religioso. Similitudes y diferencias. En Daros, W., Aranda F., Bugossi, T. Conflictos epistemológicos entre el conocimiento científico y el religioso. Rosario: Editorial Universidad del Centro Educativo Latinoamericano (UCEL), Editorial Universidad Adventista del Plata(UAP); Editorial Universidad de Génova (DISSPE) – Editorial de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), 2009, pp. 453.

-Romero, G. (2018). Scientific Philosophy. Springer.

-Song, J. (ed) (2010). Oxford Handbook of Linguistic Typology. Oxford University Press.

-Velupillai, V. (2012). An Introduction to Linguistic Typology. Filadelfia: John Benjamins Publishing Company.

Wenreich, U. (1954). Languages in Contact: Findings and Problems. Nueva York, Linguistic Circle of New York.

 

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Es licenciado en educación básica con énfasis en humanidades: lengua castellana e inglés, por la Universidad de Cundinamarca (Colombia). Es creador de Radiotelescopio abandonado y Girardot Review. Hizo parte de semilleros universitarios de investigación, y trabajó como editor colaborador para Nullius in Verba. Además ha participado en diversos medios escribiendo sobre literatura, educación, semiótica y lingüística. Columnista de lingüística, literatura y educación de Ciencia del Sur.

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