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En los siglos XVII y XVIII no existía aún esa división en las tierras del conocimiento entre filosofía y la ciencia tal como hoy en día. Los científicos eran conocidos como «filósofos naturales», y la ciencia era vista más como una nueva filosofía que como una actividad fundamentalmente distinta.

Sin embargo, de haber hecho esa división, los intelectuales de la época probablemente se hubiesen mofado de la pregunta que da título a esta columna, pues la respuesta les parecería tan obvia que ni siquiera valdría planteársela.

Tanto los filósofos como los científicos que protagonizaron la revolución científica nutrían su ciencia de las fuentes de la filosofía y viceversa (si se me disculpa el uso anacrónico de los términos «filosofía» y «ciencia”). Ellos eran conscientes de que, como argumentaré más adelante, el camino que va de la ciencia a la filosofía es un continuo sin saltos abruptos, en el que los problemas de una y otra disciplina están completamente interconectados. Los filósofos contribuían con la ciencia y los científicos hacían aportes a la filosofía.

Las más de las veces, sin embargo, el filósofo y el científico eran la misma persona (e.g. Leibniz, Descartes, Pascal).

Al lector contemporáneo la pregunta también le parece ridícula, pero por la razón opuesta: es obvio, para él, que la filosofía no tiene nada que ver con la ciencia. ¿Cómo es posible que, en el espacio de apenas unos 150 años, la percepción de la sociedad haya cambiado tanto?

Sugiero que hubo una combinación de varios factores, algunos de los cuales podrían ser:

  • En primer lugar se encuentra el gigantesco avance de la especialización en ambas disciplinas. Es cada vez más difícil que un filósofo sepa de ciencia, y un científico, de filosofía.
  • Además, la profesionalización de ésta última ha contribuido a que los filósofos estén cada vez más encerrados en sus departamentos universitarios.
  • El hecho de que una porción no despreciable de la producción filosófica más conocida de los últimos tiempos (empezando por Hegel) esté totalmente desconectada de la ciencia actual tampoco ayuda [1].
  • Finalmente, los científicos más mediáticos de la actualidad como Stephen Hawking, Neil DeGrasse Tyson y Lawrence Krauss no escatiman ataques a la hora de desacreditar públicamente a la filosofía y enmarcarla como una actividad inútil. Es muy conocida la frase, atribuida apócrifamente a Richard Feynman, de que «la filosofía de la ciencia es tan útil para los científicos como la ornitología para los pájaros».

¿Filosofía?

Antes de entrar de lleno en la argumentación, conviene explicar qué es lo que entiendo por filosofía. Por supuesto, éste es un tema controvertido, pues diez filósofos diferentes tendrán diez definiciones diferentes. Solo tenga en cuenta que lo que sigue a continuación es una visión más entre otras: la que a mí me parece correcta.

Propongo que la filosofía es, en primer lugar, una actividad racional. Los (buenos) filósofos clarifican, argumentan, y tratan decididamente de evitar y detectar falacias lógicas, entre otras cosas. Además, la filosofía busca resolver problemas. Por último, no es verdad (como muchos creen) que el trabajo del filósofo no tenga ninguna conexión con la observación y el experimento.

Pero la ciencia también es racional, busca resolver problemas, y se nutre de la observación y el experimento. Entonces, ¿qué es lo que la hace diferente a la filosofía? Bueno, como dije al principio, la distinción es solo de grado.

En cuanto a la racionalidad, no hay distinción alguna entre la filosofía y la ciencia. Los buenos filósofos son tan rigurosos en su argumentación como los buenos científicos. Esto nos deja con la cuestión de los problemas filosóficos y el carácter empírico de la filosofía.

Los conceptos pueden ser ordenados por lo que podemos llamar su grado de generalidad. Un concepto A es más general que otro B si, y sólo si, la extensión de B está incluida en la extensión de A. La extensión de un concepto es el conjunto de objetos a los que se aplica. Por ejemplo, “objeto” es más general que “ser vivo”, y “ser vivo” es más general que “oso”.

Hay un continuo en el espacio conceptual que va de los conceptos más particulares a los más generales. Podemos llamar “suplementarios” a los conceptos que se encuentran hacia el sector de menor grado de generalidad del espectro, y “fundamentales” a los que se acercan a la zona de mayor grado de generalidad. Entre éstos últimos se encuentran los conceptos de objeto, causalidad, tiempo, verdad, valor, bien, conocimiento, etc.

La utilidad de los conceptos fundamentales yace en que nos ayudan a organizar la información que poseemos sobre el mundo en un todo coherente, formando una cosmovisión. Son como una especie de condición que hace posible toda experiencia, a la manera de Kant. Lo que Kant no vio es que esta estructura conceptual básica es susceptible de revisión, o sea, que no es válida a priori: los conceptos fundamentales están también conectados con la experiencia.

Los seres humanos tenemos un conocimiento implícito de estos conceptos, en el sentido de que manejamos las reglas que regulan su uso y que son compartidas por toda la comunidad de hablantes. Por ejemplo, intuitivamente todos sabemos cómo utilizar el término “verdad”. Ahora bien, las cosas se ponen difíciles cuando alguien nos pide dar una definición precisa de “verdad”.

La filosofía es la actividad que consiste hacer explícito el significado de nuestros conceptos fundamentales, clarificándolos y explorando las relaciones lógicas que hay entre ellos. A esto se le llama análisis conceptual. Los problemas filosóficos suelen presentarse como preguntas del tipo «¿Qué es x?”, en donde x es un concepto fundamental. La única forma satisfactoria de responder preguntas de esa clase es dando una definición de x.

El filósofo es un navegante que, con la agudeza de su razonamiento, trata de llevar claridad y orden lógico al caótico mar de conceptos que conforman nuestra visión del mundo y que sirven de fundamento a todas las demás ramas del conocimiento. La filosofía es el pegamento que unifica las distintas perspectivas particulares que ofrece cada ciencia en una cosmovisión total.

Lo que estoy proponiendo no es original. En realidad, es una idea bastante socrática de lo que es la filosofía. Sócrates hacía preguntas del tipo “¿qué es x?” a sus amigos que, en cierta forma, ya sabían la respuesta en forma implícita, siendo usuarios competentes del lenguaje. De inmediato se desataba un diálogo y, a medida que éste avanzaba, se lograba una definición cada vez más clara y rigurosa de x.

En cuanto a la relación entre la filosofía y la experiencia, sostengo que el análisis conceptual filosófico debe estar constreñido por dos principios:

  1. Debe ser consistente (hasta donde sea posible) con la forma en que la comunidad de hablantes hace uso de los conceptos fundamentales (pues de lo contrario no sería análisis conceptual), y ésta es una cuestión empírica.
  2. Debe llegar a resultados que sean al menos compatibles con las teorías científicas aceptadas en el presente (pues la ciencia se fundamenta en el suelo rígido de la evidencia empírica, que debe tener prioridad por sobre todo razonamiento lógico).

Como corolario de 2), se tiene que las nociones filosóficas deben ser revisadas a medida que avanza la ciencia.

Se puede decir, entonces, que la observación y el experimento entran a la filosofía por dos vías: a) Por el conocimiento empírico intuitivo que tenemos, como usuarios competentes del lenguaje, de las reglas de uso de los conceptos fundamentales que estudia la filosofía; y b) por medio de las teorías científicas.

Trabajar con conceptos

Quiero hacer énfasis en que en que los puntos anteriores son solo constreñimientos que orientan la labor del filósofo: le dicen a éste qué es lo que no debe hacer.

Pero una disputa filosófica no puede ser resuelta exclusivamente mediante la observación y el experimento. Esto se desprende de que la filosofía, tal y como la he retratado, trata de conceptos, no cosas. Si bien esto no vuelve irrelevante la evidencia empírica, tampoco la hace decisiva.

Para resumir, lo que hice en esta sección fue literalmente un rápido análisis del concepto de filosofía. Si usted encuentra que su idea de filosofía es ahora más clara que la que tenía antes, entonces habrá presenciado el poder del análisis filosófico en acción.

Filosofía de la ciencia

Hoy en día estoy plenamente convencido, siguiendo a Moulines, de que la filosofía es siempre filosofía de algo. La idea es que cada rama de la filosofía estudia exclusivamente aquellos conceptos fundamentales que están a la base de un tema particular, en el sentido de que éste último los presupone lógicamente.

La física, por ejemplo, opera asumiendo como primitivos (o sea, como dados) los conceptos de tiempo, espacio, materia, etc. El filósofo da, por así decirlo, un paso atrás, y se aboca al análisis de estas nociones fundamentales de la física. Así nace la filosofía de la física.

Entonces, toda la filosofía es filosofía de x, donde x sería un tema particular, y sus practicantes se dedican al análisis lógico de los conceptos que son los cimientos de x.

La filosofía de la ciencia se dedica al análisis de los conceptos fundamentales que están a la base de la misma: ley, causa, teoría, hipótesis, evidencia, medición, explicación/predicción, confirmación, falsación, método, modelo, idealización y un muy largo etcétera.

También estudia cómo éstos se relacionan con las nociones propias de otras ramas de la filosofía. Por ejemplo: cuando examinamos la relación entre los valores, la racionalidad, y las decisiones teóricas que deben hacer los científicos (ética y axiología), o qué sistema formal modela mejor el razonamiento científico (lógica).

Un área central de la filosofía de la ciencia es la teoría del método científico. El filósofo trata de reconstruir lógicamente (ergo, analizar conceptualmente) la práctica de los que convencionalmente son vistos como los mejores científicos de la historia y, a partir de ahí, llegar a reglas metodológicas. La primera tarea es descriptiva, mientras que la segunda es de naturaleza normativa.

Filosofía para científicos

Ahora, ¿por qué todo esto podría, justificadamente, interesarle al científico? Pienso que la relación entre la filosofía de la ciencia y la ciencia es comparable a la relación entre gramática y comunicación lingüística.

No es necesario tomar clases de gramática para comunicarse en forma exitosa. Entenderíamos perfectamente a una persona con nulos o escasos conocimientos gramaticales, pues ésta tendría un conocimiento intuitivo de las reglas del lenguaje.

¿Por qué, entonces, se nos enseña gramática en la escuela? Simple: cuando se conoce en forma explícita las reglas que gobiernan una actividad, tenemos más control sobre ella. El discurso de un literato profesional es mucho más expresivo, dinámico y completo que el mío, pues éste posee más recursos, debido a una vasta idea de lo que se puede hacer con el castellano.

Lo mismo ocurre con la ciencia: el científico no necesita saber filosofía de la ciencia para practicar su profesión, y dudo que haya algún filósofo de la ciencia que piense de esa forma. Pero conocerla puede facilitarle su tarea, brindarle más posibilidades, y ayudarle a entender mejor su rol dentro de la sociedad y la cultura. Veamos por qué.

Siguiendo a Till Grüne-Yanoff, permítaseme señalar, antes que nada, que la educación del científico se basa en la enseñanza de metodología convencional. Dicho de otra forma, se enseña un conjunto reglas metodológicas a las que los científicos adhieren por mera convención. Los libros de texto de ciencia y los profesores no se molestan en explicar cuál es la justificación de esas reglas.

Grüne-Yanoff ofrece, entre otros, un ejemplo tomado de la economía: a los estudiantes de economía se les instruye a preferir siempre el modelo más simple posible. Esto hace que en economía se prefieran modelos analíticos a modelos de simulación por computadora (numéricos) lo cual, a su vez, tiene la consecuencia de que la formación que reciben en el uso de herramientas computacionales es escasa.

Como se ve, la recomendación de simplicidad tiene amplias repercusiones. Sin embargo, los economistas la adoptan en forma acrítica, como una mera convención que deben seguir para ingresar al “club” de su disciplina [2].

También podríamos, creo yo, mencionar la forma en que los libros de texto de ciencia estándar instruyen a evitar hipótesis ad hoc.

Kleppner y Kolenkow, por ejemplo, en su Introduction to mechanics (un tratado que se utiliza nada más y nada menos que en el MIT), explican que una de las ventajas de la teoría especial de la relatividad en relación a la ecuación de contracción de Lorentz es que ésta última es una solución introducida ad hoc para salvar la mecánica clásica. Esto, en vista de los resultados del experimento de Michelson-Morley, adoleciendo de “la generalidad de la teoría de Einstein”.

El problema principal de adoptar principios por convención, sin reflexionar el porqué, es que éstos se terminan volviendo un dogma.

¿Por qué es importante que el científico se interese por la filosofía?

En vista de lo anterior, podemos citar algunas razones:

  • El investigador poseerá un mejor entendimiento de los conceptos científicos y del método de la ciencia;
  • Al hacerse explícitas las razones detrás de los diferentes principios metodológicos, éstos se vuelven comparables entre sí, dando lugar a que el investigador pueda deliberar conscientemente sobre su uso;
  • En un mundo en el que la ciencia se vuelve cada vez más interdisciplinaria, es imperativo entender los conceptos básicos que unifican las distintas ciencias, así como las sutiles diferencias metodológicas que hay entre las diversas disciplinas.

Asimismo, hay otras ramas de la filosofía que también tocan temas de interés para el científico. Está, por ejemplo, la cuestión de la ética de la experimentación. ¿Es correcto experimentar con animales? ¿Cuáles son las consecuencias éticas de aplicar ingeniería genética en humanos? ¿Deberíamos hacerlo?

La filosofía política y social, por su parte, nos invita a considerar el rol del científico en una sociedad democrática. ¿Cuál es el límite entre las políticas asistidas por la evidencia y una dictadura tecnocrática?

La filosofía también ayuda al científico y a la sociedad a ver las implicancias de una visión científica del mundo para la cultura en general, incluida la moral y la religión.

Por último, tener un mejor entendimiento de la naturaleza de su propia profesión es útil para que el científico (o el periodista científico) sea un mejor divulgador.

En mi opinión, mucha mala divulgación resulta de un pobre o incorrecto entendimiento de las nociones fundamentales de la ciencia: se mezcla ley natural con ley científica, hipótesis con teoría, mala ciencia con seudociencia, se cuela una noción dogmática de la ciencia como actividad infalible y libre de valores, se cae en el cientificismo, en el tecnocratismo, y la lista podría extenderse ad nauseam.

Es más, la filosofía de la ciencia brinda a los científicos y público en general las herramientas para defender a la ciencia y sus métodos de los ataques a los que se ha visto sometida desde varios frentes durante los últimos tiempos: el posmodernismo, el negacionismo del cambio climático, la Sociedad de la Tierra Plana, el fundamentalismo religioso, etc.

Lo que estos grupos tienen en común es un desacuerdo a nivel metodológico con la ciencia. El cientificismo dogmático no está preparado para defenderse ante estos ataques, pues no hace ningún esfuerzo por justificar racionalmente el proceder de la ciencia, y aquí es donde la filosofía puede ser útil.

¿Qué podemos hacer?

Por supuesto, no podemos esperar que estos temas sean abordados en tratados y aulas de ciencia, de modo que mis observaciones acerca de la metodología convencional no deben tomarse como una crítica al aparato de formación científica. Los científicos simplemente no tienen tiempo para considerar cuestiones filosóficas.

Esto justifica que haya una clase aparte de profesionales, los filósofos, que se dediquen a tiempo completo a la tarea. Los filósofos deben además trascender el aula de filosofía, convenciendo a los diferentes departamentos universitarios de que vale la pena que sus alumnos tengan por lo menos un semestre de filosofía de la ciencia.

A su vez los filósofos, si quieren ser tomados en serio por los científicos, deben preocuparse siempre de estar al día con las prácticas de aquéllos. Esto implica enseñar cursos de ciencia en las aulas de filosofía.

En mi país, Paraguay, la cuestión es todavía más apremiante. Por muchos años no hubo mucho incentivo a la ciencia, ni políticas claras a nivel nacional. Pero en los últimos años estamos viviendo una verdadera primavera. Cuando los becados en investigación del programa BECAL retornen al país esa transformación no hará más que profundizarse (siempre y cuando haya un buen programa de reinserción, por supuesto).

Debería haber profesionales formados en filosofía de la ciencia que acompañen este proceso de maduración. En verdad no puedo pensar en ninguna otra situación que amerite más filosofía que la de un país con ciencia incipiente, en “vías de desarrollo”, por decirlo de alguna manera.

Lamentablemente, no hay ninguna política oficial al respecto, probablemente por desconocimiento. La filosofía no ha figurado entre las prioridades de BECAL en ninguna de sus convocatorias, por ejemplo. Tampoco hay cursos de filosofía en las facultades de ciencia, ni proyectos interdisciplinarios con filósofos y científicos.

En realidad, la formación filosófica en general está muy descuidada en las propias aulas de filosofía (aunque la reactivación de la Sociedad Paraguaya de Filosofía me da esperanzas en ese sentido).

A pesar de todo esto, si el lector, sea o no científico investigador, termina de leer este artículo convencido de la importancia de la filosofía de la ciencia y la filosofía en general para la sociedad, me sentiré satisfecho de haber hecho ya una diferencia substancial.

 

Referencias

[1] Por gran parte del siglo XIX, la única filosofía que realmente le hablaba al científico fue el neokantismo. Es notable que muchos miembros del Círculo de Viena, agrupación que dio el puntapié a la filosofía de la ciencia en el siglo XX,  tuvieron a neokantianos como maestros.

[2] Kuhn describió perfectamente este proceso. La formación del científico trata de normalizar la práctica científica dentro de un paradigma estandarizado. Ver: Kuhn, Thomas (1962). The Structure of Scientific Revolutions, segunda edición, University of Chicago Press, p. 23.

 

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Licenciado en filosofía por el Instituto Superior de Estudios Humanísticos y Filosóficos (ISEHF) en 2015. Fue profesor de filosofía del lenguaje en el ISEHF e investigador independiente. Directivo de la Sociedad Paraguaya de Filosofía. Es columnista de Ciencia del Sur, donde también es editor de ciencias humanas y sociales. Su trabajo está incluido en el libro "La ciencia desde Paraguay" (Servilibro).

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4 COMENTARIOS

  1. Un artículo muy clarificatorio, tan solo quería comentar que coincido plenamente con tu valoración sobre el papel fundamental que debería de jugar la filosofía tanto en la sociedad, la educación y la ciencia.

  2. Querido Fabrizio,
    Aquí un estudiante de doctorado científico. Puedes darte por satisfecho, he podido entender la importancia de la filosofía científica y el artículo me ha parecido espléndido. Ojalá la filosofía estuviese más presente en los laboratorios. Son muchos los dogmas que se tienen por absolutos en la ciencia, los cuales cuesta años romper.
    ¡Un saludo!

  3. Muy interesante el artículo; coincido con la postura. Agrego, que al eliminar las asignaturas de Filosofía y Lógica del Sistema Educativo en general (con excepción de algunas carreras) los educandos egresan sin tener idea de ello. No se toma estas disciplinas como necesarias para la «formación integral» que es el compromiso. Entonces, quedan pocas posibilidades de desarrollar el pensamiento reflexivo, se desconecta la ciencia de la filosofía y tenemos profesionales tecnicistas. Por otra parte, las oportunidades de Becas son muchas, aunque con escasa proyección para la reinserción, del becario que ha culminado su formación.

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