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La disciplina «Filosofía de la Ciencia» constituye un ejemplo de lo que se denomina filosofía «centrada» en una idea, en oposición a las filosofías no centradas o sistemáticas. Es una disciplina filosófica surgida muy recientemente, hace menos de 200 años, pese a que la tradición académica iniciada con Platón partió de los problemas y contradicciones que generaba la actividad científica.

Ni siquiera el positivismo de Saint-Simon y Augusto Comte, que postulaba la formación de una sociedad superadora del Antiguo Régimen, plantea una filosofía de la ciencia sino una culminación de una clasificación científica donde la Física, la Química y la Biología aparecen como ciencias maduras, aspirando a situar en la cúspide la Física Social o Sociología, sin poner en cuestión sus fundamentos.

No será hasta bien entrado el siglo XIX, en su segunda mitad, cuando comience a esbozarse el proyecto de una filosofía de la ciencia con el positivismo crítico de científicos como Hermann Helmholtz, Gustav Kirchhoff o Heinrich Herzt, que tanto influiría en el Tractatus de Wittgenstein junto con Russell y Frege.

En el contexto de caída de los fundamentos de la Mecánica, con la Termodinámica y el estudio de lo que más tarde será la estructura atómica de la materia que se está desarrollando en la flamante Alemania, destaca de entre este ramillete de científicos Ernst Mach, quien sería decisivo para la primera formulación de la teoría especial de la relatividad. Para Mach, la masa no es un concepto primario, sino resultado de la relación, según el principio de acción y reacción de Newton, entre las aceleraciones que se provocan mutuamente los cuerpos que chocan el uno con el otro.

Considerados los elementos de la mecánica clásica como metafísicos, comienza a buscarse un fundamento que unifique la experiencia con vistas a la formación de una ciencia unificada: tal es el proyecto que aparece en su obra Análisis de las sensaciones (1885). Mach señala que hay un sustrato común primario en los conocimientos, la experiencia, y postula una reconstrucción matemática de la experiencia sensible, fisiológica. Se formula así el denominado empiriocriticismo, con reminiscencias del proyecto de Kant en su Crítica de la Razón Pura. A partir de ahora, los fundamentos de la ciencia no son intocables, sino que hay que buscar un único fundamento para toda la actividad científica, concretamente, con la publicación de los Principia Mathematica de Russell, la Lógica de primer orden.

Neopositivistas

De aquí surgirá el denominado Círculo de Viena en 1929 a partir del Congreso de Epistemología de las Ciencias Exactas de Praga y la Revista Erkenntnis. Sus figuras principales serán Moritz Schlick, el físico Rudolf Carnap y el sociólogo Otto Neurath, entre otros.

La idea básica del Círculo de Viena es reducir el conocimiento a la base de las experiencias elementales del sujeto, utilizando de un lenguaje observacional para recoger dichas experiencias y finalmente un lenguaje teórico, del que a partir de magnitudes elementales pueden deducirse magnitudes derivadas: esta idea ya la postuló Carnap en su Concepción lógica del mundo (1928) y aparece desarrollada en su Fundamentación lógica de la física (1966), donde señala que la derivada del espacio respecto al tiempo conduce a la velocidad, y la derivada de la velocidad respecto al tiempo conduce a la aceleración. El instrumento que permite este lenguaje teórico es la citada Lógica de primer orden.

Todo ello permite el análisis de la ciencia como conjunto de proposiciones dotadas de sentido, esto es, proposiciones que sean verificables en la experiencia. Así, las proposiciones carentes de sentido serían metafísicas (Carnap pone el ejemplo de «la nada nadea» parodiando a la filosofía hermenéutica de Heidegger). Las leyes científicas serían por lo tanto verificables a través de las frases protocolares o enunciados de comprobación (que poseen contenidos inmediatos de la experiencia) y con capacidad de predicción para nuevos dominios empíricos.

Serían por lo tanto leyes de validez intersubjetiva, aunque solo temporalmente, puesto que la experiencia inductiva puede encontrar fenómenos nuevos que las anulen y las excluyan de la ciencia, como señaló Neurath (aunque en este caso el problema de la inducción de Hume se plantea como un problema de probabilidad estadística). Y además se supone que la ciencia se encuentra en un progreso lineal, en camino a la ciencia unificada, como sugerirá Neurath. Como señala Hans Reichenbach, en la ciencia cabe distinguir entre un contexto de descubrimiento y un contexto de justificación, que es el que interesa al filósofo de la ciencia.

Irrupción de Popper y Kuhn

Sin embargo, Karl Popper, influido indirectamente por el Círculo, rechazó en La lógica de la investigación científica (1934) el criterio de verificación; su fisicalismo es aún más radical que el de Carnap y Neurath. Para Popper, los enunciados protocolares de Carnap, las genuinas frases científicas y su reconocimiento se deben a un acto de decisión de la comunidad científica. Y además, no es la verificación lo que se puede obtener de la experiencia, sino la falsación de una teoría dada. Desde el punto de vista falsacionista popperiano, las ciencias se componen de teorías que se encuentran en una suerte de lucha darwiniana por la existencia, por encontrarse dominios empíricos donde puedan ser falsadas y poder sobrevivir a la falsación. Las teorías metafísicas serían precisamente aquellas que no tienen posibilidad alguna de ser falsadas.

Rechazada la verificabilidad como criterio, pues de ella solo inferimos la probabilidad de un enunciado, la ciencia queda reducida a una actividad donde se camina a saltos, de forma discontinua, como señaló Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas (1962), donde afirma que las comunidades científicas cambian sus paradigmas (su forma de ver la realidad) y se pasa así de una ciencia normal, firmemente asentada, a una ciencia revolucionaria que finalmente se constituye en la nueva ciencia normal (tal sería el caso del paso de la concepción ptolemaica de un universo geocéntrico y con trayectorias planetarias circulares a un universo copernicano, con el Sol en el centro y las trayectorias planetarias elípticas).

Contra el método

Sin embargo, el concepto de paradigma de Kuhn es demasiado ambivalente y publicaciones posteriores suyas no pudieron aclararlo; tanto es así que Paul Feyerabend, en su Tratado contra el método (1975), pensado como crítica a los programas de investigación de Lakatos inspirados en el libro de Kuhn, señala que no hay diferencias esenciales entre la ciencia moderna y la teología dogmática: en ambas encontramos los mismos procedimientos para sostener sus paradigmas ante el intento de derribarlos.

De hecho, a raíz de esta posición de Feyerabend se establece la inconmensurabilidad entre diversas teorías científicas: incluso Feyerabend encontró algo tan paradójico como que la ciencia aristotélica estaba constantemente apelando a la experiencia (sosein ta phainomena) mientras que la ciencia moderna establece enunciados matemáticos apriorísticos y muchas veces incompatibles entre sí: la ley de caída de los cuerpos de Galileo enuncia que dos cuerpos lanzados desde la misma altura en el vacío caen al mismo tiempo independientemente de su masa, mientras que la ley de la gravitación universal newtoniana establece que la fuerza de atracción entre dos planetas es directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de su distancia.

Esta visión no acumulativa de la ciencia peca de un criterio que permita distinguir positivamente las teorías científicas de las que no lo son. Así, en 1971, Sneed publica su Estructura lógica de la física matemática, donde se pretende recuperar la idea de formalización de los dominios empíricos de Carnap. Partiendo del axiomatismo de Patrick Suppes, resultado de los trabajos previos de Alfred Tarski, Sneed aplica este proceder mediante la teoría informal de conjuntos a los dominios empíricos de las ciencias.

Ante estos problemas de la formalización, Wolfgang Stegmüller, en Teoría y experiencia (1979) señala que una teoría no es una frase o enunciado solamente, sino parte de una estructura que es teóricamente dependiente y un conjunto intencionalmente descriptivo de sus aplicaciones. La teoría es así una red de núcleos que conduce a un enunciado único teóricamente dependiente (T-dependiente), y con dependencia de los descubrimientos empíricos que son aproximaciones a la estructura teórica previa.

Las reglas semánticas han de tener estrecha relación con las reglas de deducción y formación semánticas. De hecho, en su artículo de 1978, La pluralidad de la ciencia, Suppes niega la idea de una ciencia unificada, pues los lenguajes y campos de estudio de las ciencias empíricas son irreductibles. Ni siquiera la matemática puede reducirse a la teoría de conjuntos, pues hay muchas más subdisciplinas. La incompletitud del teorema de Gödel, la imposibilidad de la cuadratura del círculo en el siglo XIX, o trisectar un ángulo o duplicar un cubo o la hipótesis del continuo de Cantor demuestran la incompletitud de la aritmética.

Kant en los Fundamentos metafísicos de la Ciencia Natural encuentra una formalización estándar de los fundamentos de la física o la teoría del campo unificado a partir de los hallazgos en el siglo XIX de Kelvin, Maxwell y otros, posibilitaron reducir los fenómenos físicos a modelos mecánicos. Para Suppes, al igual que para Peirce y Dewey, considera la ciencia como actividad perpetua de resolución de problemas, sin que ningún área de la experiencia esté total y completamente establecida. Al igual que una secuencia monótona creciente de enteros no tiene convergencia a un valor finito; las teorías científicas son igual, no hay resultado límite.

Estructuralismo

Frente a la idea de discontinuidad de la ciencia de Kuhn, el estructuralismo defiende un progreso ramificado de la evolución teórica. Pero las ciencias desde esta perspectiva son simplemente aproximaciones a una estructura ideal, además sin tener en cuenta precisamente que las ciencias tienen un componente histórico-genético irrenunciable (resulta absurdo decir, como critica Gustavo Bueno en Qué es la ciencia, que las leyes de Kepler son una deducción de las leyes de Newton cuando sabemos que genéticamente el orden es inverso). Tal es este progreso indefinido que recientemente el lógico finlandés Jaakko Hintikka ha diseñado una lógica inductiva superior a la de Carnap, donde la probabilidad lógica es compatible con la evidencia. De aquí surge el realismo epistemológico de Iika Niiniluoto y Raimo Toumela, quienes hablan no de verdad de una teoría sino de verosimilitud: la probabilidad de un conjunto de generalizaciones tiende a 1 cuando el número de las mismas es infinito.

Mario Bunge, crítico respecto al planteamiento de Sneed y Stegmüller, practicaría sin embargo una suerte de adecuación entre hechos y teorías. En obras como Materialismo y ciencia (1981) o Pseudociencia e ideología (1985) también se aprecia este adecuacionismo al formular su teoría de la mente, señalando los psicones como sistemas neuronales plásticos que se corresponden con las sinapsis neuronales, o al definir la ciencia por una serie de propiedades: ser una comunidad de investigadores, estar en una sociedad que tolera sus investigaciones, un dominio o universo de discurso compuesto por entes reales, una concepción filosófica basada en «una gnoseología realista (crítica, no ingenua) que incluya la noción de verdad como adecuación de las ideas a los hechos […]» (Pseudociencia e ideología, Alianza, Madrid 1985, pág. 28).

Por último, hemos de señalar la perspectiva de Gustavo Bueno, quien en Teoría del Cierre Categorial critica las teorías anteriores y señala que las ciencias no son ni hechos ni teorías, sino una transformación efectiva de nuestro mundo: las ciencias realmente existentes transforman el mundo efectivo mediante la construcción de teoremas que van cerrando unas categorías distintas unas de otras. Categorías en cierta contigüidad unas con otras, como ocurre entre la Química y la Biología a propósito de la estructura molecular del ADN.

También hay contigüidad entre la Biología y el análisis de la conducta animal comparada que señaló Darwin: la selección natural se realiza no a la escala del ADN, sino del sujeto ontogenético perteneciente a una determinada especie, a un filum, dotado de voluntad y entendimiento, de la conducta, la Etología; existe por lo tanto una inconmensurabilidad entre la Química y la Biología, puesto que la segunda no puede ser reducida a la primera.

De este modo, las categorías científicas, pese a mantener ciertas relaciones entre sí (sin que todo se relacione con todo y podamos derivar de ello la posibilidad de una ciencia universal) son inconmensurables unas con otras, rompiéndose así la idea de una ciencia unificada que la Filosofía de la Ciencia postuló ya en sus comienzos.

 

 

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Es columnista de filosofía e historia en Ciencia del Sur. (Gijón, España 1976). Es doctor en Filosofía por la Universidad de Oviedo, España. Profesor de Filosofía de Enseñanza Secundaria.
Es autor de, entre otros libros, "El alma de los brutos en el entorno del Padre
Feijoo" (2008), "La independencia del Paraguay no fue proclamada en Mayo de 1811 (2011)" y "El Estado Islámico. Desde Mahoma hasta nuestros días (2016)".

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