Ciencia ficción sí, no delirio desconectado de la realidad

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La serie de películas sobre Parque Jurásico también han inspirado notablemente a paleontólogos a la hora de comprender los períodos más arcaicos de la vida en nuestro planeta. (Will Fisher)
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Javier Velásquez ha respondido recientemente a mi crítica de la «teoría científica» sobre el Arte postulada por el Dr. Gustavo Romero. Pretendo replicar a ese artículo un tanto intempestivo y que considero muy desenfocado, tanto en sus modos como en sus formas.

Ya de entrada, el Sr. Velásquez comienza señalando lo siguiente:

«En su columna de Ciencia del Sur, el filósofo José Manuel Rodríguez Pardo se opone a la reducción, definición y comprensión del arte desde un campo científico como lo plantea Gustavo Romero. Argumenta que es una cuestión filosófica y que la labor de la teoría del arte y la estética queda fuera del alcance de toda pinza o examen neurológico, sociológico o psicológico».

Esto es literalmente falso, y cualquiera que haya leído mi artículo con un mínimo de atención se dará cuenta de ello. Jamás digo que la Teoría del Arte o la Estética queden fuera del alcance de un examen neurológico, sociológico o psicológico. Al contrario: precisamente al ahondar en esos análisis sectoriales, se percibe que son insuficientes sus conclusiones, y que es necesario desbordarlas, no prescindir de ellas como tan gratuitamente me atribuye el Sr. Velásquez. Mal empezamos si no mostramos un mínimo de comprensión lectora.

Continúa diciendo:

«No es mucho lo que hay que abordar del profesor Romero, quien plantea sus argumentos de forma clara, aunque es una propuesta general, porque cada manifestación de arte puede implicar variaciones metodológicas y epistemológicas, además de la discusión terminológica, ontológica y, en general filosófica».

Esto es, entonces me otorga la razón al señalar que los análisis sobre Teoría del Arte o Estética son ante todo filosóficos, flagrante contradicción en la que cae el Sr. Velásquez, quien a continuación afirma que «se puede coger con pinzas científicas una obra de arte como las obras literarias y que no es un reduccionismo cientificista ni una mala idea. Por el contrario, como se expuso en otra columna, la interdisciplinaridad entre humanidades y ciencia es una oportunidad, no una contrariedad o imposibilidad».

Asimismo, con Bunge, señala que «no es delito considerar que preguntas que salen de una matriz filosófica pueden verse enfrentadas a los filtros científicos y que las cuestiones científicas están sometidas a un marco filosófico que puede orientar la búsqueda del saber». ¿Y dónde he dicho yo lo contrario? Todo este fragmento me está dando la razón, y es un malo y vulgar juego de palabras suponer que yo excluyo los contenidos científicos a la hora de realizar un análisis filosófico.

El problema es que la filosofía que abanderan Velásquez, Romero y Bunge es claramente misérrima a la hora de analizar qué sean el Arte o la Estética, y lo he probado suficientemente en mi anterior escrito. De ahí los ataques gratuitos del Sr. Velásquez, incapaz de argumentar sin tergiversar mis ideas.

Prosigamos. El Sr. Velásquez señala que «Se puede inicialmente resaltar que el monumental error de Rodríguez Pardo es afirmar que alguien plantea que las obras literarias, para este caso, se ven desde un dualismo adecuacionista que suponga correspondencia de estados ideales con estados materiales».

Bien, entonces dígame el Sr. Velásquez qué son esos estados ideales, distintos de los estados materiales que describen. Ese dualismo entre lo material y lo ideal nos conduce a la Metafísica, a la distinción entre materia y espíritu, o por usar la terminología cartesiana, a la distinción entre la res extensa y la res cogitans. Esto es, de materialista ya tiene bien poco, salvo que se justifique a qué se refiere tal término de los «estados ideales».

Ciencia ficción, no solo ficción

Siguiendo con sus ocurrencias, Velásquez afirma gratuitamente sobre mi persona: «No debe ser osado decir que Rodríguez Pardo posiblemente no ha leído obras de Arthur Conan Doyle, William Hope Hodgson, Frank Belknap Long, Howard Philips Lovecraft, Theodore Sturgeon o un autor más mediático como Isaac Asimov, en los que hay una transgresión de conocimientos y teorías científicas, en ocasiones una parodia, sátira u oposición, como recurso narrativo dentro de su universo ficticio.»

¡Pues claro que es osado! Y en su osadía, desvela su ignorancia. Ya tiene bemoles decir que Arthur Conan Doyle, que con sus novelas sobre Sherlock Holmes, paradigma del racionalista empírico que nada deja fuera de la experiencia, sea el modelo de transgresión de conocimientos y teorías científicas. En cualquier caso, una parodia, como bien sabemos desde Aristóteles, representa las cosas y a las gentes peores de lo que son, y no puede tomarse en sentido estricto. ¿Se toma en serio los chistes el Sr. Velásquez?

Respecto a Lovecraft y sus mitos de Cthulhu, la caracterización de los mismos dependerá de si se les concede estatuto de realidad o si son simplemente el delirio de alguien que los sueña, del mismo modo que la película de Alex de la Iglesia El día de la bestia (1995), cobra su verdadero sentido en cuanto los protagonistas, el fanático del heavy metal y el cura carlista, son caracterizados como unos pobres locos.

En su atrevimiento, Velásquez me llama «enemigo de la edad de oro de la ciencia ficción» [sic], y cita una definición de la misma de Umberto Eco como «la especulación contrafactual sobre un mundo estructuralmente posible se hace extrapolando, a partir de algunas tendencias del mundo real, la propia posibilidad de un mundo futurible»

Definición la de Eco ciertamente pobre, puesto que ningún mundo posible ha de superar las leyes de la gravedad o ninguna ley científica; lo contrafactual tiene que estar engarzado con las leyes de nuestro mundo, igual que la aceleración es una situación contrafactual respecto a la velocidad constante de un móvil, por ejemplo.

No podemos postular, salvo delirio, que haya un mundo posible donde no rijan las leyes de la gravedad o las del espacio-tiempo; en todo caso, obras artísticas como la saga de Star Wars pueden salvarse no por su recurso a esos elementos de la ciencia ficción, sino por su engarce con otras temáticas de nuestra tradición (la lucha entre el bien y el mal, por ejemplo).

Asimismo, Velásquez apostilla sobre la definición de Eco que: «aunque el exceso semiótico-filosófico —infortunadamente seudocientífico— de Eco implica discutibles ideas para demarcar lo que es o no ciencia ficción, sirve para entender que una obra literaria, producto de la ficción y la imaginación de una persona, extrapola, transgrede y, en ocasiones, se mofa la ciencia misma».

Pero si te mofas de la ciencia es porque estás reconociendo que, lejos de la mofa, la ciencia representa algo. Estás ofreciendo una imagen deformada de algo que es real, parte constitutiva de nuestro mundo, esto es, la ciencia. Por lo tanto, la ficción se conjuga con la realidad y nunca se evade de ella. Exactamente lo mismo que afirmé en mi anterior artículo…

De la verosimilitud al delirio

Sigue:

«Todo lo anterior no implica una negación de una visión materialista, tampoco realista ni cientificista del mundo, como cree que sucede con El Exorcista. Es convencional en nosotros los humanos y nuestras manifestaciones de arte que la obra literaria plantee la posibilidad de una transgresión de nuestra realidad material, dando como resultado un universo ficticio, el cual puede hacerse más ficticio o más realista si así es voluntad del creador»

La cuestión está a qué denominamos «transgredir». Una película puede plantear un caso de posesión demoníaca y dejar en suspenso la cuestión, como sucede con The devil inside (2012), donde la propia recursividad escénica del exorcismo, las apariencias que el cinematógrafo nos presenta a los espectadores, y el abrupto final de los personajes colisionando su automóvil y con ellos muriendo la historia, nos genera la duda de lo que realmente ha pasado; esto es, nos ofrece un hecho verosímil donde no se sabe si realmente hubo posesión demoníaca o simple delirio de los personajes involucrados, a cada cual más pintoresco por cierto.

Pero El exorcista prescinde de toda esa finura argumental y, lejos de presentarnos como algo meramente posible la posesión demoníaca, reivindica como real y efectiva sobre la niña Reagan la presencia del demonio y descalifica a los médicos que intentan curar sus dolencias como incapaces de penetrar en el problema; esto es, no se mofa de la ciencia con singular ironía, sino que directamente la descalifica y la considera inútil.

No contento con la multitud de ocurrencias representadas en las líneas anteriores, Velásquez señala contrafactualmente:

«Si el criterio de Rodriguez Pardo fuese serio, el caso de Carl Sagan y su única propuesta literaria Contact (1985), bajo el influjo de Sturgeon y el auge y caída de la literatura pulp, sería un insulto a la ciencia o un promotor antimaterialista de lo inexistente con las especulaciones radioastronómicas, astronómicas, cosmológicas, biológicas y tecnológicas que allí se narran. Sin embargo, sucede todo lo contrario: los que lleguen al divulgador gracias a su novela estarán motivados a explorar la ciencia que inspiró a este importante personaje del siglo XX y siglo XXI».

Ciertamente, muchas especulaciones radioastronómicas, cosmológicas o biológicas son sencillamente delirantes salvo que se justifiquen con algún referente real. En el caso de la novela Contact, el hecho de que haya vida extraterrestre no tiene por qué ser delirante; es más, como historia representa un hito destacado en la historia humana: el momento en el que los démones del helenismo son recuperados en nuestro presente como referentes de las creencias humanas, bajo la forma de extraterrestres que han configurado nuestra tecnología y nuestra vida en «encuentros en la tercera fase».

Señala con gran acierto el Sr. Velásquez que «Ya se sabe que la literatura ha inspirado a poetas victorianos que eran científicos, como Maxwell. También ha impulsado invenciones y las etimologías de hallazgos científicos. Por ejemplo, tras la física de la abominación literaria de Joyce, nació el nombre del quark dado por Gell-Mann, mientras Verne y sus ideas fueron inspiración para tecnologías como el submarino y otros inventos. Incluso Freud recogió del dramatizado ciclo tebano de Sófocles algunas sus ideas seudocientíficas».

Por supuesto. Y la serie de películas sobre Parque Jurásico también han inspirado notablemente a paleontólogos a la hora de comprender los períodos más arcaicos de la vida en nuestro planeta. No hay ninguna contradicción más que en la lábil mente del Sr. Velásquez, que ve fantasmas sin necesidad. Los ejemplos de Lewis Carrol, Lovecraft y otros tampoco suponen ninguna contradicción con lo que yo afirmo.

También se alarma porque «actualmente la crítica, el análisis y el estudio literario están condenados por un discurso metodológico basado en el marxismo, el psicoanálisis y la anticiencia, cuando las ciencias tienen un espacio para dar con lo conceptual y material que es insumo, base y nacimiento dentro de estas narrativas».

Y es que «Las ideas sobre conspiraciones, planes, manipulaciones, guerras, violencia y demás pueden no ser reales en las obras pero para el lector puede convertirse en realidad cuando ingresa en su visión del mundo. Dan Brown puede ser el mejor de todos los ejemplos, mientras Orwell pasa de ser un autor retratando una época totalitaria a un referente malinterpretado por ideas sobre conspiraciones dictatoriales de moda».

En efecto: que algo aparente ser real para el lector no significa que lo sea realmente. Si alguien cree en las conspiraciones de Daniel Stulin o Dan Brown sobre un gobierno mundial en la sombra como algo real, entonces está sumido en un profundo delirio. Creer en la Conspiración Octopus es exactamente lo mismo que creer en el demonio.

¿Filosofía científica?

Culmina el Sr. Velásquez afirmando que «los campos de conocimientos, ciencias, humanidades y artes convergen, y deben hacerlo, para aprehender la obra de arte. Negar que la interdisciplinariedad puede aportar a esto es negarse a la búsqueda del conocimiento y negar la posibilidad de entender más sobre el arte».

¿Y quién ha negado lo contrario? Parece que Velásquez supone gratuitamente que la Filosofía es algo exento de las ciencias, o que Mario Bunge tuvo una especial ocurrencia, que nadie había tenido desde Tales de Mileto, cuando dijo aquello de que la «filosofía científica» debía de oponerse a las especulaciones de seudofilósofos.

La filosofía académica de tradición platónica ha sido siempre «científica»: Karl Popper, el mayor opositor de Platón que en el mundo ha sido, le atribuyó ni más ni menos que el descubrimiento de varios teoremas geométricos. ¡Como para pensar que Platón no ejercitó una «filosofía científica»!

Como corolario sobre el Sr. Velásquez y su crítica, debo señalar que, en efecto, no se debe confundir la ficción con la realidad, pero la primera para no ser delirio ha de mantener algún tipo de conexión con la segunda.

Decía mi paisano Evaristo San Miguel en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia que «Hoy día la realidad supera a la ficción». Y en cierto modo, también Julio Verne restaba importancia a sus especulaciones sobre viajes en submarino durante 20 mil leguas y vueltas al mundo en 80 días porque lo que alguien ha soñado otro podrá llevarlo a cabo. Esto es, porque esos sueños no eran simples delirios sino desarrollos verosímiles de algo que podía suceder.

 

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Es columnista de filosofía e historia en Ciencia del Sur. (Gijón, España 1976). Es doctor en Filosofía por la Universidad de Oviedo, España. Profesor de Filosofía de Enseñanza Secundaria.
Es autor de, entre otros libros, "El alma de los brutos en el entorno del Padre
Feijoo" (2008), "La independencia del Paraguay no fue proclamada en Mayo de 1811 (2011)" y "El Estado Islámico. Desde Mahoma hasta nuestros días (2016)".

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1 COMENTARIO

  1. Ya que nos ponemos en tono grosero, le comento que su texto me demostró que sus lecturas son de un aficionado; mediocres y superfluas.

    No debo recordarle que el ciclo «Holmesiano» de Conan Doyle es solo una producción de las muchas del autor, a ver le cuento existe una noveleta o novela corta (esto dependerá del teórico literario, crítico y editor, pero dudo que usted lo sea) The Parasite, eso más Lot No. 249 y muchas historias en la que se transgrede su prescripción ridícula de «realidad de la ciencia ficción», en la primera Conan Doyle usa un escéptico cientificista como víctima del poder de la magia de una anciana, le cito para que se ilustre, culminando la historia cuando la superstición vence el criterio científico pero la víctima se salva: «En pleno corazón del país de la ciencia, estoy aplastado y atormentado por un poder del que nada sabe la ciencia.»

    Ahora, su patético criterio de ciencia ficción y realidad, y más su insulsa prescripción de que la ciencia ficción se aleje o no de lo que usted diga, no es más que otro comentario de un aficionado sin lecturas en el tema, le recomiendo que se lea diversas definiciones de ciencia ficción, no solo la de Eco que cité para aficionados, como es su caso. Igual, debería saber que antes que su insulsa prescripción la ciencia ficción transgrede todo criterio, de nuevo, lea, señor, existe sci fantasy; espada planeta, y géneros en los que no hay «fantasía vs ciencia ficción» y menos «realidad vs ficción» lo que hay es una propuesta cuya distancia de las «leyes» no depende de un simple lector aficionado como usted, depende del autor, de su contexto, incluso de la pseudociencia y la crítica (pues la interpretación o exclusión de obra significativa despegará desde aquí).

    Y para terminar por favor, si usted no es dramaturgo ni teórico de tal, y no ha leído ni por lo menos On not knowing greek de Woolf, evite mezclar un guión con una obra literaria, una producción cinematográfica con una estructura literaria (que puede ser alterada, extraña o no parte de sus prescripciones insulsas, como hicieron los modernistas, los cultores de la edad de oro o hasta las parodias de Bioyrges).

    PD: Los aficionados y neófitos creen que solo existe «los mitos de Cthulhu»; pero no saben definir un mito ni saben que es un fenómeno editorial, pero no conocen obras como El color que cayó del cielo, elogiado por Gernsback, Borges y otros, además de La sombra fuera del tiempo, una obra incluida en la potente y cientificista Astounding o Analog, en la que se criaron las ideas asimovianas, cambellianas y demás.

    Mi consejo: Lea y no diga tonterías.

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