1 min. de lectura

Señalaba el sociólogo polaco Stanislav Andreski en su libro Las ciencias sociales como forma de brujería (1972) que las ciencias denominadas por los anglosajones como «sociales» distaban mucho de convertirse en ciencias en sentido fuerte.

Llamaba además a los responsables estatales de financiación a «no ser demasiado generosos» con unas pseudociencias tales como la sociología, la pedagogía, la psicología, la antropología, la política y otras materias afines, caracterizadas por lenguaje artificialmente científico (la mera invocación de una fórmula matemática parecía ser sinónimo de cientificidad pura).

A pesar de albergar cada vez a más estudiantes en sus facultades y formar a más profesionales, y pese a querer homologarse a las ciencias naturales con sus congresos, dejaban y dejan todavía mucho que desear sobre su pretendido cientificismo.

Aunque con su oposición del pensamiento lógico al pensamiento confuso, Andreski ejercía una mordacidad crítica similar a la del anarquismo epistemológico de Paul Feyerabend por aquello de la ausencia de un método general de la ciencia, todo ello no negaba necesariamente que en un futuro, cuando se liberasen de esa oscuridad, las ciencias sociales podrían emerger con un papel propio en la «república de las ciencias», como si pretendiese recuperar la «visión heredada» de la filosofía de la ciencia.

No obstante, como bien señalaba Gustavo Bueno en un trabajo suyo de 1976 sobre la Gnoseología de las Ciencias Humanas, la distinción entre las ciencias en sentido estricto y las disciplinas que en su día recibieron nombres tales como «artes liberales» o «ciencias del espíritu» no proviene de su diferencia de método o de campo, sino de la propia naturaleza de sus resultados.

Así, mientras que las ciencias naturales nos permiten el cierre de sus respectivas categorías en torno a teoremas que reorganizan todo el campo científico, y cuya validez es independiente de los sujetos que operen con ellos, las ciencias humanas no pueden prescindir de los sujetos que operan.

La historia, la sociología, las ciencias de la conducta, necesitan de los sujetos que son estudiados para que sus resultados puedan tener algún sentido y validez. En virtud de esta necesidad, los resultados de tales investigaciones siempre serán polémicos, aunque en el límite puedan involucrarse con fragmentos de cientificidad pura.

El uso del Carbono 14 para demostrar, por ejemplo, el lugar donde se encuentra enterrado Cristóbal Colón, el genoma como parte de la explicación del comportamiento animal y humano, son partes de cientificidad natural que no pueden sin embargo reducir las respectivas problemáticas: ni la escala de las reliquias y los relatos historiográficos se reduce al Carbono 14, ni la conducta a escala individual, que es la que determina la selección natural en biología, se reduce al genoma.

 

¿Qué te pareció este artículo?

1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (13 votos, promedio: 3,69 de 5)

Es columnista de filosofía e historia en Ciencia del Sur. (Gijón, España 1976). Es doctor en Filosofía por la Universidad de Oviedo, España. Profesor de Filosofía de Enseñanza Secundaria.
Es autor de, entre otros libros, "El alma de los brutos en el entorno del Padre
Feijoo" (2008), "La independencia del Paraguay no fue proclamada en Mayo de 1811 (2011)" y "El Estado Islámico. Desde Mahoma hasta nuestros días (2016)".

Compartir artículo:

Dejar un comentario

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí