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∗ Bernardo Neri Farina

A los escribidores nos encanta que, apenas aparezca el Nobel de Literatura del año, nos llamen y nos pregunten. Y que respondamos que conocemos a quien ganó y que leímos su obra, y nos gusta hacer como que la analizamos en profundidad poniendo “cara de saber”, como decía el viejo y querido Fernando Cazenave.

Cuando en la mañana del jueves 5 de octubre saltó el nombre de Kazuo Ishiguro, algunas productoras de programas de radio (en verdad fueron dos, nada más) me llamaron para preguntarme si conocía al ganador del 2017. Con un dejo de vergüenza les dije que no, que sabía de Kazuo Ishiguro a través de algunas reseñas y de leer entrevistas en las que se referían a él. Pero nunca había leído libro suyo alguno. Y les rogué a ambas que ni se les ocurriera ponerme al aire, porque corría el riesgo de tener que pilotear sin siquiera subirme al avión.

Hasta que me escribió Eduardo Quintana, también preguntándome sobre Ishiguro. De nuevo mi honesta respuesta negativa. Pero Eduardo me jugó a matar, me lanzó un puntazo letal como el tiro de Tony Sanabria para el segundo gol contra Colombia: “¿Podrías igual hacer una declaración sobre el Nobel de Literatura? Hablando de su importancia para la comunidad”.

Y bueno… pongo mi mejor “cara de saber” y declaro cuanto sigue.

Suelo esperar con cierta ansiedad el nombre del ganador del Nobel de Literatura. Se supone que quien lo gana marca de alguna manera la literatura del momento. Puede que sea un desconocido para uno; puede que te guste o no el ganador (si por ahí lo conocés), pero debés ver qué dice “literaturalmente” el ganador de tan buscado premio.

Quien está en el mundo de los libros y dice que no le interesa el ganador del Nobel de Literatura sería como aquel futbolero que dijera que no le interesa qué equipo es el campeón del mundo: un absurdo (o una declaración de supina soberbia, como afirmando “yo soy diferente, no me importan esas cosas que solo atraen a las masas”).

Hasta hace algunos años tenía la misión de pescar por el Nobel y apenas apareciera llamarla a Guillermina Delgado, de la librería El Lector, para que ella dispusiera todo: colocar los libros del ganador adelante (si los tuviera) o averiguar a qué editorial pertenecía para solicitar sus obras. Entonces, mi expectativa era doble: mi curiosidad personal y mi compromiso con El Lector.

En 2015 me encantó la ganadora, la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, la primera periodista en ganar el Nobel de Literatura a puro periodismo. Aquella vez el nombre tampoco me decía nada, pero cuando citaron una de sus obras, Voces de Chernóbil, salté como salté en el segundo gol de Paraguay contra Colombia.

Yo había leído un fragmento de ese libro en internet y me pareció extraordinario: el reportaje periodístico elevado a la categoría de arte literario de altísima gama. Eso dije en Facebook y a raíz de aquello me llamó Blas Brítez, quien me pidió una opinión al respecto. Como periodista, lo de Aleksiévich me pareció estupendo, y más estupendo todavía, que su obra trascendiera en Paraguay (vendió bastante aquí).

Adoré (como dirían los brasileños) el Nobel a Bob Dylan, lo que me costó la reprimenda de mis amigos escritores “ortodoxos”, intolerantes con “ese simple letrista de canciones populares” (mi defensa preferida era que yo le hubiese dado el Nobel a Emiliano R. Fernández).

Además, me gustó que a raíz de ese Nobel del 2016 dejaran de hacer negocio las grandes editoriales (que están lastimando a la literatura de autor, íntima en su universalidad y universal en su intimidad, en aras del betsellerismo: publica quien vende; el resto, espera).

El Nobel abre ventanas

Y ahora se vino don Kazuo, el japonés que se hizo británico. Su referencia más conocida —había sido— era la película Lo que resta del día, basada en su novela The remains of the day. Anoche, tras el partido Colombia-Paraguay, me puse a ver esa película en una pésima copia en YouTube.

No puedo decir absolutamente nada sobre Kazuo Ishiguro como escritor, pero confío en el criterio del jurado del Nobel, y por ende debo leerlo. Que me guste o no, luego, ya será problema mío, no de Ishiguro.

El Nobel está para eso, creo yo; para abrirnos ventanas hacia el mundo de la literatura de todo el planeta. El premio nos ayuda a encontrar huecos donde hay autores a quienes no siempre conocemos, pero a los que debemos leer para ver cómo anda la escritura creativa, esa que por lo general, a través de la ficción —o no tanto, como lo de Aleksiévich— nos muestra el mundo tal cual es, sin los maquillajes de la política, las ideologías o la historia sesgada.

Ahora salgo a buscarlo, don Kazuo. La próxima vez que me pregunten de su obra, quizá ya sepa cómo responder.

∗ Bernardo Neri Farina es periodista y escritor. Es el actual presidente de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP). 

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