5 min. de lectura

 

Por Flavia Borja*

 

Arropado por un par de gruesas y estampadas frazadas yace enfermo Beneto Vera. El sol se yergue sobre Karcha Bahlut, anunciando los 40 °C que alcanzará ese día, víspera de primavera. Refilones de luz se cuelan entre las ranuras de su casa de karanda’y (Copernicia alba) y le calientan la espalda, pero parecen no incomodarle. 

Vera, de 70 años y chamán de la comunidad indígena yshir, se encuentra postrado en cama y silla desde hace dos meses por uno o quizás varios tumores en la próstata. En los últimos años al menos cinco hombres fallecieron en la comunidad por la misma enfermedad, que en 2018 causó más de 450 muertes en Paraguay según estimaciones del Observatorio Global de Cáncer.

El chamán no camina, no habla, solo se sienta a esperar. (Foto: Flavia Borja)

“Se manifiesta más en los ancianos y se detecta tarde”, confirma la enfermera Evangelina Barras, cuyo cuarto es también el puesto de salud del pueblo indígena ubicado a orillas del río Paraguay, en el distrito de Bahía Negra. El cáncer de próstata es uno de los tipos de cáncer más frecuentes en los hombres aunque la probabilidad de curación es alta si se detecta y trata a tiempo, algo más fácil dicho que hecho a 850 kilómetros de Asunción.

Evangelina es el primer socorro de los y las yshir, pero cuando ella no puede brindar alivio deriva los pacientes al hospital distrital, un edificio viejo, gris y vacío donde no hay siquiera un equipo de rayos X, a pesar de que las enfermedades respiratorias son la primera causa de consulta. En 2017 casi el 10 % de la población local —273 personas— padeció un cuadro respiratorio grave. Del pueblo indígena hasta el hospital hay 17 kilómetros de distancia. La ambulancia va a Karcha Bahlut a buscar a los enfermos siempre y cuando haya combustible. 

El hospital distrital de Bahía Negra. (Foto: Flavia Borja)

Uno de los yshir muertos porque “tenía próstata y se complicó” fue el padrastro de Rumilda Aquino. A él lo atendieron en el hospital de Fuerte Olimpo, distante a unas tres horas de Bahía Negra por tierra o a una hora en lancha. Esta última es una opción rápida pero costosa, ya que los 20 litros de nafta necesarios cuestan en la zona entre 200 mil y 240 mil guaraníes (US$30-37). 

En ese pueblito opaco de suelo seco y agrietado donde todo parece caerse a pedazos —excepto la mansión del intendente de Bahía Negra Joao Ferreira (ANR)—, la salud es siempre un viaje de urgencia cuyo inicio se sabe pero no dónde puede terminar. La fórmula es tan sencilla como cruel: a mayor gravedad, mayor distancia, costo y peligro de muerte.

La “deslizadora” que traslada pacientes por el río cuando no hay caminos o la afección es grave y de urgencia. (Foto: Flavia Borja)

“No solucionamos todo, no tenemos para estudios sofisticados, ni análisis de sangre u orina y menos rayos X. Cuando tenemos un caso de mayor complejidad o se necesita un especialista derivamos a nuestro hospital de referencia, Fuerte Olimpo, y ellos a su vez a Concepción [a 700 km] o Pedro Juan Caballero [a 900 km]”, detalla el doctor Marcos Aguilar, uno de los tres médicos que trabajan en el precario centro de salud de Bahía Negra, que es a su vez el hospital del Instituto de Previsión Social.

El padrastro de Rumilda Aquino murió el único día en que las distancias se acortan y existe transporte gratuito en Paraguay: en las elecciones generales. A Karcha Bahlut llegaron el 22 de abril de 2018 automóviles particulares para acercar a los indígenas a los locales de votación, y el padrastro de Rumilda fue a votar antes de morir. 

“Votamos Marito de punta a punta”, recuerda Lidia Romero, vecina y cuñada del chamán enfermo. Rumilda no pudo despedirse de su padrastro porque ella estaba internada en el hospital de Luque, cerca de la capital, donde le extrajeron 75 piedritas de la vesícula. 

“Me atendieron bien”, asegura, aunque faltaron algunos insumos básicos que tuvo que comprar por 340 mil guaraníes ($52), dice, mientras las hojas de caraguatá (Aechmea distichantha) que teje toman la forma de un plato que le llevará cinco días terminar y luego podrá vender a 25 mil guaraníes ($4). 

Con sus artesanías Rumilda consigue un poco de dinero para sobrevivir. (Foto: Flavia Borja)

Poco, mucho, lejos, cerca, grave o moderado: la realidad es un sinfín de subjetividades atadas a la pobreza o la riqueza de cada persona. En este caso, 70 días de trabajo (14 cestas de caraguatá) saldan lo “poco” que le faltó a Rumilda en el hospital.  “Mucho” era el dinero que necesitó la familia de Enrique Ozuna para trasladar su cadáver de vuelta a Bahía Negra, luego de que falleciera —también tras complicaciones de la próstata— en Asunción. Lidia Romero cuenta que la comunidad juntó el dinero para que Ozuna emprendiera el camino de regreso a su pueblo en un último periplo de desigualdad.

El sol no da tregua, se siente en la piel, en los pies, en la lengua. Se siente en la tierra inerme donde hace algunas semanas algunos miembros de la comunidad trataron de germinar 50 plantines de mandioca de los que no quedan ni la sombra. La cotidianeidad de la tragedia hace que Lidia Romero insista en crear una huerta de verduras en ese suelo. 

Lidia Romero camina varias veces al día los 5 kilómetros que separan al río de su pretendida huerta para conseguir agua. (Foto: Flavia Borja)

El trayecto Bahía Negra-Asunción por tierra ida y vuelta cuesta 240 mil ($37) guaraníes y toma 24 horas. En avión son 3 horas pero cuesta 700 mil guaraníes ($108), demasiado dinero para quienes viven de cestería, pesca de morenitas (Brachyhypopomus brevirostris) y huertas que no germinan. 

En medio del bullicio el chamán no se inmuta. ¿Qué pensamientos lo mantendrán aletargado? Quizás en los hombres que fallecieron por su misma enfermedad, en cómo se reduce su comunidad o cuándo tendrá Bahía Negra un urólogo y equipos médicos que eviten una muerte lenta. 

Evangelina sueña con un puesto de salud que no sea su dormitorio. No sabe por qué, pero tiene muchas esperanzas de que en 2020 el sueño se haga realidad. Abriga en su corazón la ilusión de que su hija estudiante de radiología en Asunción vuelva a la zona, pero para eso el Ministerio de Salud debería dotar al hospital de Bahía Negra de un equipo de rayos X. 

Evangelina cuenta con los medicamentos básicos para tratar afecciones leves. Espera que pronto su casa deje de ser el puesto de salud. (Foto: Flavia Borja)

Por ahora, todo es incertidumbre. María, quien vive de changas y sufre de piedras en la vesícula —diagnóstico que recibió hace meses— se preocupa porque no tiene dinero para viajar hasta Concepción o Pedro Juan Caballero para la cirugía. Sonríe porque en el fondo sabe que la operación será un viaje de urgencia, costoso y precario. Dice que tiene miedo porque es difícil encontrarse enfermo y sin recursos: miedo a no tener dinero, combustible, camino de tierra transitable, una lancha que funcione y fuerzas para aguantar hasta donde le puedan mejorar la salud o salvar la vida. 

El chamán de Karcha Bahlut no pronuncia palabra; no es posible saber si comparte el miedo de María. Permanece sentado porque ya no puede caminar. La enfermedad avanzó demasiado.

“Hubo y siguen habiendo casos [de posibles tumores de próstata] pero el manejo es difícil porque la mayoría son personas mayores y llegan tarde, necesitan especialistas y para eso se tienen que ir a Concepción o Pedro Juan, pero ya se niegan a viajar”, explica la doctora Emigdia Barboza, formada en Cuba al igual que la mayoría de los otros 25 médicos en todo el departamento de Alto Paraguay, distribuidos en cuatro distritos.

“A un médico que está acostumbrado a la vida de ciudad se le hace muy difícil trabajar en esta zona porque estamos muy aislados”, explica Barboza. Además, los nulos recursos de apoyo técnico, la escasez de materiales y el alto costo de vida debido a la falta de caminos de todo tiempo dificultan tener especialistas pese a que la Ley de la Salud de los Pueblos Indígenas establece la atención integral “en todos sus niveles”. 

Casa en Karcha Bahlut, una de las tres comunidades que componen la Nación Yshir en Bahía Negra. (Foto: Flavia Borja)

Durante todo 2018 el Ministerio de Salud invirtió en concepto de insumos y medicamentos unos 160 mil guaraníes ($25) por habitante en Alto Paraguay, donde habita el 48 % de la población indígena de Paraguay. 

La primavera llegó hace semanas y en Asunción noticieros, diarios y radios hablan de una peligrosa ola de calor. El Chaco arde con sensaciones térmicas de 45 °C y más. El sol se levanta sobre Karcha Bahlut como siempre, pero la silla de Beneto Vera está vacía y la luz no encuentra su espalda. Sin especialistas, sin equipos ni infraestructura, el acceso a la salud en todos sus niveles sigue siendo un sueño —o pesadilla— del que el chamán ya no despertó: ahora yace bajo tierra. 

 

*Flavia Borja, 30 años, periodista paraguaya que lleva varios años cubriendo temas sociales con enfoque de derecho. 

Esta publicación participa de la tercera edición del Premio Pablo Medina de Periodismo Ambiental que organizan el Foro de Periodistas Paraguayos (FOPEP) y el Instituto de Derecho y Economía Ambiental (IDEA) en el marco del proyecto Pantanal-Chaco (PaCha), con el apoyo de The International Union for Conservation of Nature (IUCN). Reportaje hecho entre el 20 de septiembre y 31 de octubre de 2019.

 

¿Qué te pareció este artículo?

1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (15 votos, promedio: 5,00 de 5)
Compartir artículo:

1 COMENTARIO

  1. Solo se busca a las comunidades revereñas cuando hay elecciones
    Luego se olvidan que un día te conoció
    No hay estudio, se les han olvidado que existen nuestras gentes
    Los que pudieron salir a buscar nuevas oportunidades para mejorar su vida y de los suyos

Dejar un comentario

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí