economía de la irracionalidad
El profesor Richard Thaler pasó de ser un investigador con ideas excéntricas para su profesión a un prestigioso académico galardonado con un Nobel. (Wikicommons)
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¿Por qué nos cuesta tanto ahorrar dinero, comer saludablemente, o salir del cine en medio de una película que no nos gusta? Todas éstas son decisiones que están en nuestro propio interés tomarlas según la economía.

En el centro de la teoría clásica microeconómica se encuentra el actor racional, aquel ser que sopesando las opciones disponibles optimiza sus recursos para el fin que le produce mayor utilidad. Esta visión admite que las personas pueden equivocarse, pero que dichas conductas son penalizadas, como cuando una empresa quiebra, y que pueden aprender de sus errores. Es decir, el actuar económico visto en su conjunto sigue un curso racional y predecible.

El Nobel de Economía de este año fue para un investigador que cuestiona lo anterior y va en contra de la corriente predominante de su propia profesión. Pese a ser economista, el trabajo de Richard Thaler se parece más al de un psicólogo; es alguien que estudia por qué, por ejemplo, las personas no están dispuestas a pagar más por paraguas cuando hay una lluvia. Si pensaran como economistas entenderían que al subir la demanda debe subir el precio, o sino existiría escasez del producto.

Pero las personas comunes no piensan como economistas, entrenados en detectar qué brinda a uno el mayor retorno de utilidad. Es lo que empezó a cuestionar Thaler hace décadas, cuando era apenas un estudiante de posgrado de la Universidad de Rochester y sus ideas eran aún marginales. En el caso de los paraguas, una sensación intuitiva de injusticia interfiere con el razonamiento económico.

Thaler incluso señaló comportamientos de sus colegas fuera de aulas que no se condecían con lo que enseñaban dentro de ellas. En su libro Misbehaving (2015) cuenta cómo un economista neoclásico opinaba que gastar US$100 por un vino para una cena casual era demasiado. Sin embargo, no tuvo inconveniente en descorchar una botella del mismo vino que había comprado por US$50 hace un tiempo. ¿Por qué no lo vendió para obtener esos dólares extra o no los guardó para una ocasión más importante?

Que las personas actuamos irracionalmente no es ninguna novedad, los economistas siempre lo han sabido y es a menudo una crítica ingenua de personas que nunca han estudiado el tema a fondo. Pero el logro de Thaler fue definir las maneras predecibles en que suceden esos comportamientos irracionales, anticiparlos, modelizarlos y proponer medidas para minimizar sus efectos.

Para el Dr. Martín Krause, profesor de Economía de la Universidad de Buenos Aires, el aporte principal de esta disciplina «ha sido el de cuestionar un supuesto de la economía neoclásica, que el individuo maximiza en todas sus decisiones y que esa maximización es monetaria, resultado de un cálculo de beneficios y costos».

«Está claro que no somos así, no es la ganancia material lo único que nos motiva. Además, tampoco tenemos información perfecta para estimar esos costos y beneficios. Por último, y aquí es el aporte de la ‘economía de la conducta’, mostramos ciertos sesgos en las decisiones que tomamos que no se corresponden con un modelo de individuo racional tipo homo economicus«, explicó el catedrático de Historia del Pensamiento económico.

Ya para Alberto Benegas Lynch (h), doctor en Economía y presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, «la influencia de la psicología en la economía constituye un punto de mucho valor tal como ha señalado desde el comienzo Carl Menger«.

Así como Thaler, apuntó también contra el modelo de «competencia perfecta» de la economía clásica, señalando lo dicho por otro Premio Nobel de Economía, Friedrich Hayek: «Es la negación de la competencia, puesto que en aquel caso, los participantes al contar con conocimiento perfecto de los factores relevantes, hace que desaparezca el arbitraje y, por ende, el empresario».

«Respecto de lo que afirma el Nobel de este año de la ‘racionalidad limitada’ como una novedad, debe contrastarse con lo dicho por Ludwig von Mises en cuanto a que todos los actos que no sean reflejos son por definición racionales, lo cual para nada quiere decir que sean acertados (Mises pone el caso del avance de la medicina que ha sido racional desde sus albores cuando se dejó de lado la magia y sin embargo en sus aspectos medulares ha sido refutada por la medicina moderna),» señaló el catedrático.

Del sesgo al paternalismo

En realidad, Thaler no rechaza totalmente el paradigma dominante en microeconomía.

Afirma que la teoría del actor racional funciona bien para casos en que las personas están bien informadas y pueden aprender rápidamente, como un panadero que va probando con distintos productos para ver si gustan a los clientes y así ir ajustando precios, insumos y toda la estrategia comercial para alcanzar un punto óptimo.

Sin embargo, en decisiones importantes que no aparecen muy a menudo —escoger una carrera, votar, tener hijos— predominan otras consideraciones: emocionales, estéticas, éticas, el sentido de equidad de cada uno, etc. Además, el aprendizaje de esas experiencias ocurre muchos años después.

El enfoque conductual tampoco invalida el sistema económico actual, sino que afirma que es posible corregir esos patrones mediante nudges, pequeños trucos o incentivos psicológicos que «empujan» a los individuos a tomar decisiones más racionales.

La investigación de Thaler junto con Cass Sunstein hasta convenció a los Gobiernos de EE. UU. y Reino Unido a crear agencias dedicadas a diseñar estos «empujoncitos» para ya sea ayudar a los ciudadanos a tomar mejores decisiones con respecto a su educación, convertirse en donadores de órganos, o a mejorar los servicios públicos y evitar que la irracionalidad los lleve a situaciones de las que luego el Estado tendría que hacerse cargo.

El ejemplo más notable de su aplicación es un programa experimental para empresas que Thaler desarrolló con Schlomo Benartzi, otro economista estadounidense, que consiste en la inscripción automática de empleados en sistemas de ahorro para la jubilación. No es obligatorio, uno tiene la posibilidad de salirse del programa, pero el hecho de que uno tenga que elegir no participar aumenta tanto la cantidad de personas como el monto total ahorrado.

Algunas empresas también han apostado por la economía conductual para mejorar el uso de sus servicios y productos, aunque no exentas de polémicas. Uber, la revolucionaria aplicación que provee servicios de taxi, desató la indignación cuando un reportaje reveló que la empresa estaba utilizando nudges como mensajes de aliento con voz de mujer y recordatorios de metas para lograr que los conductores sigan trabajando hasta tarde. Llovieron las quejas y acusaciones de manipulación y explotación.

Aquí el Dr. Krause cuestiona las recomendaciones de políticas públicas que hacen autores de esta línea: «Su paso de lo positivo a lo normativo es más que criticable. Una vez identificados estos sesgos, Thaler, y su coautor, Sunstein, proponen lo que ellos denominan ‘paternalismo libertario’, esto es utilizar el conocimiento de estos sesgos para moldear las decisiones de las personas para que se vean impulsados a elegir ‘libremente’ la alternativa correcta.

«Esto es muy peligroso porque supone que quien vaya a diseñar las opciones quiere promover ese supuesto bienestar y además, tiene la capacidad de hacerlo. Es una propuesta resbaladiza que puede terminar en el Gran Hermano, moldeando las decisiones de la gente», señaló.

Premio Nobel de Economía

Ésta no ha sido la primera vez que la economía conductual fue galardonada. En los últimos años han ganado el premio dos expertos de la misma corriente: el psicólogo Daniel Kahneman (2002) y el economista Robert Schiller (2013).

El Premio Nobel de Economía no formaba parte de las disciplinas galardonadas originalmente según el testamento de Alfred Nobel y fue establecido en 1968 por el banco central sueco, aunque la elección sigue a cargo de la Real Academia de Ciencias Sueca.

De hecho, su nombre original es Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel.

 

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Cofundador y editor general de Ciencia del Sur. Comunicador, docente universitario, traductor y divulgador, estudió filosofía en la Universidad Nacional de Asunción y ciencias de la computación en la Universidad París XI. Ha sido reportero y editor de portales de noticias latinoamericanos en español e inglés.

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