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En 2019 se realizó una manifestación frente al CONACYT. (Ciencia del Sur)
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Al Gobierno de Mario Abdo claramente no le interesa no solo la ciencia, sino contar con técnicos capacitados al frente de los ministerios. De otra manera no se explica que Rodolfo Friedmann sea ministro de Agricultura y Ganadería —en un país cuyo pilar económico es este sector—, que Eduardo Petta sea ministro de Educación y Ciencias, o que Arnoldo Wiens sea ministro de Obras Públicas y Comunicaciones.

Lo mismo parece repetirse con el nuevo ministro del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), Eduardo FelippoNo se trata de que el gobierno esté lleno de expertos, pero sí que ponga a expertos en puestos claves y se deje asesorar por ellos.

No hace falta ir lejos para tomar ejemplos de cómo articular instituciones de fomento de ciencia. En Latinoamérica, Chile recientemente convirtió su consejo de ciencias —símil al CONACYT— en Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, y aunque aún se encuentra en fase de puesta en marcha, el proyecto da cabida a todos los sectores que tienen que ver con la generación y aprovechamiento del conocimiento.

Su ministro y subsecretaria, Andrés Couve y Carolina Torrealba respectivamente, son ambos investigadores con doctorado, publicaciones indexadas y amplia trayectoria, no solo en el laboratorio sino al frente de grandes proyectos como el Instituto Milenio de Neurobiología, en el caso de Couve. Es cierto que no se necesita un PhD para estar al frente, pero sí un conocimiento profundo del funcionamiento de la comunidad científica y cómo se articula esta con la sociedad general y el Estado, con los sectores productivos y con la educación.

Falta de visión

Actualmente la organización del CONACYT solo permite que quienes forman parte del consejo sean candidatos a presidirlo. Y el consejo, según lo dictado por el Congreso en la ley que lo creó, está conformado por representantes de diversos sectores que no tienen que ver con la ciencia y tecnología.

Resulta penoso ver que la desidia por el conocimiento y, sobre todo, el hurrerismo, se hayan trasladado al CONACYT, empezando por la composición del consejo y a qué sectores representan: ¿Centrales Sindicales? ¿Asociación de Pequeñas y Medianas Empresas? Es cierto que el CONACYT posee fondos para el emprendimiento —ojo, de base científica-tecnológica— pero este no es su foco ni se le debe otorgar tanto poder de decisión. La inclusión de sectores como el Ministerio de Agricultura y Ganadería, el Ministerio de Salud, la Unión Industrial Paraguay, etc. debería estar acompañada por un requisito de que sus representantes sean idóneos, entiendan cómo sus instituciones se pueden potenciar unas a otras y al país.

No estamos hablando de disociar la ciencia del sector productivo, lo cual es una realidad y un problema en nuestro país, sino de contar con personas que entiendan cómo articular ambos mundos: de transferir tecnología y conocimiento del mesón de los centros de investigación al campo y a las industrias; de aprovechar el conocimiento empírico de las plantas medicinales, la energía de Itaipú, la alta genética bovina, el suelo fértil, la riqueza en flora y fauna, etc. y convertirlos en bienes tangibles que generen recursos para impulsar el desarrollo del país.

En ese sentido existen grupos de investigación en diversas universidades e instituciones que hacen ciencia de muy buen nivel y publican en revistas de alto impacto. Solo por mencionar el caso de Itaipú, recién después del escándalo del «acuerdo secreto» se incluyó a un investigador —el Ing. Gerardo Blanco Bogado del grupo de Sistema Energéticos de la Facultad Politécnica de la Universidad Nacional de Asunción— en el consejo para estudiar la renegociación del tratado de la hidroeléctrica.

Tampoco se puede dejar de lado en el CONACYT a las ciencias sociales, retirar recursos a estudios de poblaciones indígenas o estudios que buscan proteger nuestro patrimonio solo porque sus resultados no son quizá escalables al sector productivo o no son «tangibles». Muchos estudios de este ámbito tienen que ver con nuestra identidad nacional, y es imperioso entender de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde queremos ir. Un país rico pero sin cultura también es un mal escenario.

Un llamado de atención

Que el CONACYT esté organizado de la manera en que está también es culpa de los mismos actores que formamos parte de él. El trabajo del científico no puede seguir siendo solo de mesón.

Somos personas y, como tales, multidimensionales. Somos ciudadanos y debemos ser actores de la sociedad, no solo generando conocimiento, sino divulgándolo y participando en la toma de decisiones donde podamos aportar. En especial, teniendo en cuenta que somos privilegiados por haber tenido acceso a una formación superior en la que se invirtieron recursos públicos con la esperanza de que retribuyamos a la sociedad. No podemos usar ese privilegio para mirar desde una altura como un país tan rico y con tanto potencial como Paraguay se va por el desagüe gracias a la mala gestión gubernamental.

Actualmente existen investigadores categorizados en el PRONII, quienes reciben un incentivo económico del Estado, ya que en Paraguay es prácticamente inexistente y poco valorada la carrera de investigador. En la manifestación del 17 de diciembre por la terna de ministros hubo a lo mucho 70 personas. Si bien es algo inédito que investigadores salgan a la calle a llevar carteles en Paraguay, no se puede negar la baja participación.

¿Dónde están las casi 600 personas que reciben dinero del Estado para hacer ciencia? ¿Dónde están aquellos cuyos proyectos poseen financiamiento del CONACYT? ¿O es que a nosotros también ya nos entró en la cabeza el “así nomás son las cosas acá”? ¿O es que solo nos interesa recibir dinero para seguir haciendo nuestros experimentos puertas adentro mientras afuera el país se evapora? ¿Dónde está la sociedad general cuyo progreso se puede ver afectado por esta situación?

Es verdad que no vamos a poder cambiar todo, que no somos especialistas en muchos ámbitos y que cambios profundos requieren de procesos que llevan años. Pero hay que empezar por algo, y ese algo debería ser, a corto plazo, lograr cambiar la organización del CONACYT con la inclusión de más científicos a través de representantes, por ejemplo, de diversas sociedades científicas de todas las áreas.

Siguiendo con el ejemplo, lo bueno e interesante del Ministerio de Ciencia de Chile es que varias instituciones, asociaciones de investigadores, estudiantes, etc. y diversos sectores de la sociedad participaron en la elaboración del proyecto. Con la terna de candidatos a ministro del CONACYT no he visto siquiera pronunciarse a ciertas sociedades científicas que deberían estar más que preocupadas.

El CONACYT no es solo una fuente de financiamiento de nuestros proyectos. Esa es una visión muy simplista del problema. El CONACYT debería decidir el norte del país en temas de ciencia, innovación, tecnología, etc., participar en la redacción de políticas públicas y contar con un plan de desarrollo a largo plazo que sea más que otorgar fondos. Algo de suma importancia para que Paraguay, no solo investigue en temas que le pueden ser de mucho provecho en sectores productivos, sino para que deje de ser un simple exportador de materias primas y empiece a avanzar hacia el mejor aprovechamiento de sus recursos, la industrialización, y al fin hacia la sociedad del conocimiento, donde los ciudadanos puedan tener opiniones basadas en evidencias y el gobierno consulte a expertos en la toma de decisiones.

Ya que hablamos de los ciudadanos, hablemos de educación científica. ¿Qué esfuerzos ha hecho CONACYT por la divulgación, además de entregar premios a divulgadores? No pueden basar su esfuerzo en encuestas de percepción y un stand en la Expo cada julio. Debe tener programas y hacer esfuerzos reales de acercar la ciencia a niños y adultos, en especial en el interior del país donde la educación básica de por sí ya es muy deficiente. Este rol hoy en día es suplido por oenegés que se concentran en Asunción. Con el enorme presupuesto que gastó este año el CONACYT en la Expo podría haber llevado experiencias científicas a muchos sectores del país, aprovechando por ejemplo a los estudiantes universitarios como apoyo. Hay muchos ejemplos en Latinoamérica de divulgación con bajo presupuesto: Laboratorios Portátiles de la Fundación Allende-Conelly, 1000 científicos, 1000 aulas del CONICYT Chile, etc.

Tampoco podemos desconocer los avances que ha logrado el CONACYT en estos años con el PRONII, PROCIENCIA, PROINNOVA y otros programas, creando posgrados nacionales, becando a alumnos, otorgando fondos para eventos con expertos internacionales, capacitaciones en el extranjero, apoyando a empresas de base tecnológica y equipando laboratorios, entre otros, impulsados más que nada por fondos del FONACIDE y el BID. Pero es momento de plantearnos cuestiones más profundas, como políticas públicas basadas en ciencia, la transformación de nuestra población en una sociedad más informada y el apoyo de la ciencia a diversos sectores de la economía nacional. Eso debe estar guiado por personas con más preparación y, sobre todo, visión.

Es por eso que no se puede usar la excusa tan gastada de que el ministro es solo el que administra el dinero para poner al frente del CONACYT a una persona que no entiende de ciencias o del rol que puede/debe tener el consejo en la sociedad.

Es lindo leer las noticias de becarios paraguayos en todas partes del mundo y poner nuestra esperanza en su retorno, pero debemos preguntarnos cómo van a aterrizar luego en un país que no da cabida a gente con formación en puestos clave de decisión. Como becaria en el exterior, encuentro muy sombrío el futuro de Paraguay, el futuro de volver para encontrarme con un país manejado por gente sin preparación, donde choque en cada paso con la burocracia y tenga que valerme de favores para avanzar.

Espero que el Gobierno dé cabida a los especialistas entre sus filas pero también que nosotros seamos valientes para sacarnos la bata un momento, reclamar esos espacios y así empezar a transformar el país.

 

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Columnista de ciencias biológicas, biotecnología, microbiología, educación y ciencia en Chile y Alemania.
Doctora en biotecnología molecular por la Universidad de Chile, exbecaria del programa "Don Carlos Antonio López". Bioquímica y bioquímica clínica egresada de la Universidad Nacional de Asunción, fue presidenta de Estudiantes de Bioquímica Asociados del Paraguay. Actualmente es investigadora Post doctoral de la Universidad de Freiburg (Alemania), trabajando con microorganismos extremófilos y desarrollo de herramientas de edición genética como CRISPR.

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