En tiempos donde la crisis climática se empieza a sentir a diario, la agroecología se presenta como una alternativa para aumentar la resiliencia de los sistemas productivos, para preservar las semillas nativas y la biodiversidad de los agroecosistemas, así como para asegurar que la comida que llega a la mesa tenga un proceso amigable con el ambiente y que sea justo con quienes trabajan la tierra.
Encontrar alternativas más sostenibles y priorizarlas se vuelve urgente debido a que Paraguay es un país agroexportador. Entre 2020 y 2021, 5.384.370 hectáreas eran utilizadas para el cultivo de alimentos como soja, maíz y trigo, que son parte del agronegocio en monocultivo de grandes extensiones.
En contraste, en 2021 se identificaron 115.841 ha. que cuentan con certificación orgánica —de más de 12.000 productores— y 71.542 ha. más de productores que utilizan el modelo agroecológico, según datos del Comité Técnico de Promoción de la Producción Orgánica, el cual es liderado por el Ministerio de Agricultura y Ganadería.
Pedro Vega, gerente de la yerba mate orgánica Oñoiru, considera que la agroecología se expandió en Paraguay durante esta última década. Más instituciones se interesan por la producción agroecológica, y también se están abriendo otras puertas en el mercado para familias campesinas que cultivan con este modelo.
“Eso quiere decir que el mundo se está dando cuenta de a poco cuál es el camino. Yo creo que el único camino para poder restaurar nuestro mundo es la agroecología”, comentó en una entrevista. Afirmó que hay demanda de alimentos agroecológicos, y que lo prioritario es incentivar a que agricultores campesinos produzcan desde la agroecología.
Que más familias campesinas utilicen prácticas agroecológicas significa principalmente recuperar conocimientos tradicionales, porque la agroecología es tanto una ciencia como un movimiento y unas prácticas basadas en los saberes que campesinos e indígenas han reproducido por décadas o siglos y que luego son validados por el método científico.
“Este conocimiento es utilizado para generar sistemas productivos que a través de la biodiversidad fortalezcan los procesos ecológicos y así aumentar la resiliencia del sistema. Además, incorpora aspectos económicos, sociales y políticos en la búsqueda de generar una mayor equidad en la distribución de los recursos, para garantizar la sostenibilidad del sistema”, explicó Federico Vargas Lehner, ingeniero en ecología humana y docente investigador de la Universidad Nacional de Asunción.
Hacia una agricultura sustentable
El uso de maquinarias agrícolas, organismos genéticamente modificados, agroquímicos y el enfoque en la productividad a gran escala son características de la agricultura convencional. Detrás de esta producción abundante existen riesgos y externalidades como la contaminación de las aguas y el ambiente, la afectación de la biodiversidad, la pérdida de fertilidad de la tierra, el aumento de la deforestación y la expulsión de comunidades campesinas e indígenas, describen los investigadores paraguayos Diego Segovia y Guillermo Ortega.
Ante esto, una agricultura sustentable propone objetivos ambientales, sociales y económicos. Para Miguel Altieri y Clara I. Nicholls, investigadores y presidentes honoríficos de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA), los objetivos de este modelo son:
- Producción estable y eficiente de recursos productivos.
- Seguridad y autosuficiencia alimentaria.
- Uso de prácticas agroecológicas o tradicionales de manejo.
- Preservación de la cultura local y de la pequeña propiedad.
- Asistencia de los más pobres a través de un proceso de autogestión.
- Un alto nivel de participación de la comunidad en decidir la dirección de su propio desarrollo agrícola.
- Conservación y regeneración de los recursos naturales.
La agricultura convencional sigue siendo la primera apuesta a la hora de pensar en la producción y rentabilidad, “pero a un costo extremadamente peligroso para la continuidad de la vida sobre la tierra”, escribió Guillermo Ortega.
El desafío del cambio climático
En las últimas décadas se han realizado estudios sobre la resiliencia de las prácticas agroecológicas para adaptarse a los cambios climáticos.
Un proyecto de la SOCLA recopiló los principios y mecanismos claves de la resiliencia de los sistemas diversificados —eje fundamental del modelo agroecológico— con el fin de que estas prácticas puedan ser transmitidas entre productores.
En el trabajo relevaron que la resistencia a los desastres climáticos se relaciona con la biodiversidad presente en los sistemas productivos . Cuando los agricultores producen cultivos intercalados en vez de monocultivos, minimizan el riesgo.
Otro punto importante que garantiza la resiliencia es la materia orgánica (estiércol animal, compost, hojarasca, cultivos de cobertura y rotación de cultivos) que mejora la capacidad de retención de agua en el suelo, haciéndolo más resistente a las sequías.
Pero este trabajo —y la agroecología en general— no solo habla de los factores ambientales a la hora de hacer frente al cambio climático a través de los sistemas agrícolas diversificados sino también de la capacidad de las comunidades a adaptarse a elementos sociales y políticos. El trabajo colectivo de las comunidades productoras también es esencial para responder a los cambios climáticos.
Un estudio de 2018 financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), que sistematiza y visibiliza experiencias agroecológicas en Paraguay, explica que aunque existen iniciativas, hay limitaciones sociales, políticas y económicas como la dispersión geográfica de los productores, una débil estructura organizativa, la falta de incentivos y los territorios amenazados por otros sistemas productivos.
De igual forma, la investigación ve una esperanza en las familias campesinas y productores que resisten por una agricultura sustentable. Gracias a los esfuerzos de este sector, los investigadores afirmaron que la agroecología en Paraguay tiene un potencial de mejora y crecimiento.
Cómo la academia puede fortalecer la producción agroecológica en Paraguay
En Paraguay muchas de las prácticas agroecológicas están relacionadas a la agricultura guaraní, con su importante acervo de conocimiento sobre la gestión de la biodiversidad en las condiciones propias del territorio. Desde la academia paraguaya se busca entender este conocimiento y validarlo, comentó Vargas.
Desde la Facultad de Ciencias Agrarias se ha intentado crear un grupo de investigación en agroecología desde 2013, el cual actualmente se encuentra en proceso de postulación a la convocatoria del CONACYT para consolidarla. Además, los impulsores de este grupo también están trabajando en la creación de una Sociedad Científica de Agroecología en Paraguay.
Mientras tanto, la producción de conocimientos científicos sobre esta área se dan a partir de trabajos finales de grado, posgrado e investigaciones publicadas, como la reciente publicación de un artículo en la revista científica Forests sobre regeneración de árboles nativos.
El ingeniero Vargas comentó que están trabajando para demostrar la rentabilidad de los sistemas de agricultura familiar, entendiendo la rentabilidad como algo más amplio que solo monetaria. En Paraguay, los investigadores también tienen la tarea de investigar sobre las prácticas productivas nacionales que implementan las comunidades campesinas e indígenas y que mejoran la resiliencia de los sistemas productivos ante los efectos del cambio climático.
Otra de las oportunidades que la academia paraguaya tomó para crear nuevos conocimientos en esta ciencia es el X Congreso Latinoamericano de Agroecología, que se realizará en el país en octubre de 2024.
Yerba mate Oñoiru: una propuesta agroecológica exitosa en Paraguay
En el distrito de Edelira, nordeste del departamento de Itapúa y a unos 500 km de la capital del país, nació una asociación de pequeños productores que trabajan la tierra con un enfoque agroecológico. La Asociación Oñoiru (“compañeros/as” en guaraní), se dedica a la producción orgánica y agroecológica. Con más de 20 años de organización y 118 socios, hoy desarrolla un modelo de negocio sobre la producción, industrialización y comercialización de la yerba mate orgánica, que lleva el mismo nombre que la asociación.
En 2001, mientras el modelo de producción agroexportador y convencional estaba en auge, 12 familias productoras de Itapúa decidieron congregarse en un comité para preservar el modelo de producción campesino de pequeñas fincas.
Querían demostrar que otro modelo de producción era más viable para los pequeños productores, quienes producían una diversidad de alimentos, preservaban sus semillas, los bosques y las pasturas. Además, la organización también respondía a la necesidad de que los jóvenes permanezcan en el campo y creciera el arraigo a sus tierras y comunidades.
“Sabemos que las grandes extensiones de tierra generan muy poca mano de obra, lo cual hace que, mientras va avanzando este modelo de monocultivo, también muchísimas familias y juventudes van abandonando el campo. El comité ya intuía lo que iba a pasar en el futuro si es que ellos dejaban de producir desde la agricultura más campesina”, comentó el gerente de Oñoiru.
Preservar la biodiversidad de las fincas; pasturas demostrativas; chacras comunitarias; minga entre productores; la miniindustrialización de la materia prima a través de azúcar morena, miel negra, la fabricación de la yerba mate y el abastecimiento para el autoconsumo fueron las formas colectivas en que esta asociación empezó a hacer frente al modelo de agricultura convencional.
“Nosotros, los hijos, venimos aprendiendo con ellos (de quienes iniciaron) el modelo de producción, industrialización, estacionamiento y comercialización a nivel nacional e internacional”, contó Vargas. Para ellos, este proceso demostró que el modelo agroecológico es viable, sostenible y rentable para las familias.
Gracias a este proceso sostenido, los hijos de quienes iniciaron la asociación tuvieron la oportunidad de estudiar y regresar a sus comunidades para aportar al trabajo comunitario. Es el caso de Pedro, quien es ingeniero en agroecología por la Escuela Latinoamericana de Agroecología con el Instituto Federal do Parana. Hoy la asociación tiene 5 jóvenes becados que están estudiando agroecología en Brasil.
“Es una experiencia que sembraron los propios productores de la zona, viendo el peligro de las expulsiones de los pequeños productores de la zona rural hacia la periferia de las ciudades. Se organizaron, debatieron y buscaron alternativas. Una de las mejores alternativas para que el campesinado pueda sobrevivir en el campo es la agroecología”, mencionó.
El producto estrella de la asociación es la yerba mate. Con 320 toneladas de producción, la mitad es exportada. Sin embargo, también cultivan otros productos, como las plantas medicinales, que lidera el comité de mujeres Oñondive (“juntas” en guaraní). Además, cuentan con producción animal, semillas y hortalizas. La asociación cuenta con 8.798 hectáreas de producción agroecológica en diferentes puntos, y 378 de ellas ya tienen certificación orgánica.
Marlene Villalba, miembra de la asociación, contó que ella viene de la agricultura convencional. En su adolescencia aprendió con su padre que el progreso significaba talar árboles y fumigar. Adentrarse a la agroecología significó para ella un antes y un después con la tierra, las plantas y sus cuidados.
Marlene mencionó el rol de la mujer en la producción agroecológica de Oñoiru. Contó que desde sus inicios las mujeres trabajaron para que se reconociera su protagonismo en el trabajo comunitario, su economía y en las decisiones políticas. “Las mujeres siempre estuvieron para sostenerlo todo”.
Las mujeres de la asociación son las guardianas de las semillas; se encargan del proceso de rescate de las semillas nativas. El equipo de mujeres también es el que organiza ferias semanales en Edelira para que los productos lleguen a toda la comunidad.
La Asociación Oñoiru todavía encuentra dificultades por falta de apoyo estatal. Acceder a créditos importantes y el poco incentivo para el sector agroecológico son barreras a la hora de exportar su producción de yerba mate, pese a la existencia de una ley de fomento de la producción orgánica.
Además, las familias deben enfrentarse al mar de monocultivos y el uso indiscriminado de agroquímicos tóxicos que los rodean. Para protegerse de este problema externo, los pequeños productores buscaron alternativas colectivas y crearon zonas agroecológicas estratégicas para garantizar la calidad del producto.
Ahora, la asociación está fortaleciendo sus alianzas tanto con otros productores agroecológicos como con instituciones académicas que podrán colaborar con la recolección de esta experiencia.
“La agroecología no se basa solamente en lo productivo sino que abarca muchísimas cosas. A través de la agroecología también podemos hacer una sociedad más justa y diseñar una armonía entre el hombre y la naturaleza”, concluyó Vega.
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Alejandra es reportera en Ciencia del Sur. Licenciada en periodismo por la Universidad Autónoma de Asunción, se ha desempeñado en distintas área de la comunicación para empresas y organizaciones de la sociedad civil. Fue una de las ganadoras del Premio Nacional de Periodismo Científico de Paraguay en 2019 y en 2022. Forma parte de la Red LATAM de jóvenes periodistas, iniciativa de Factual y Distintas Latitudes.