Susy Delgado y su “poemario plagueón” que le llevó al Premio Nacional de Literatura

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Susy Delgado
"La figura de la que más me acuerdo cuando me piden mis influencias son mis abuelitos, principalmente mi abuelito, porque él fue un gran contador de cuentos". (Fotografía: Desireé Esquivel)
13 min. de lectura

 

Por Eduardo Quintana y Desirée Esquivel

 

Yma

ymaitéicha

ou

oipeju

ohasa

ojere

ha upéinte

ojevy.

(Como antes, como en tiempos antiguos, viene, sopla, pasa, se volvea y luego vuelve).

Así comienza el libro bilingüe Yvytu yma de Susy Delgado (1949), publicado por la editorial Arandurá en 2016 y ganador del Premio Nacional de Literatura 2017. Susy es la segunda guaranióloga y la tercera mujer en recibir el galardón, luego de Renée Ferrer y Maybell Lebrón.

La poesía no está muerta, al menos en Paraguay, donde un poemario bilingüe recibe la distinción literaria más importante del país. En esta entrevista con Ciencia del Sur, la escritora comenta sobre su libro, habla de sus inicios como autora y de la visión que tiene con respecto a la cultura.

Susy nació en la ciudad de San Lorenzo, en 1949 y, en sus propias declaraciones, tuvo una infancia campesina. Estudió periodismo en la Universidad Nacional de Asunción y realizó su posgrado en la Universidad Complutense de Madrid.

Como comunicadora y poeta dirigió varios suplementos culturales, colecciones de literatura paraguaya y concursos literarios. Creó y dirigió el taller Ára Satĩ por una década y la revista Takuapu. Dejó el periodismo y desde 2008 está en la función pública, específicamente como asesora de Lengua y Literatura de la Secretaría Nacional de Cultura de Paraguay. Además, integra Ava Ñe’ẽ Rerekua Pavẽ o Academia de la Lengua Guaraní.

El Premio Nacional de Literatura es un corolario, ya que recibió otras distinciones: finalista en el Premio de Literaturas Indígenas de la Casa de las Américas, Premio al Mérito Cultural de Mercosur, Premio Cide Hamete Benengeli de la Universidad de Toulouse para relatos en lenguas hispánicas distintas del castellano y el Segundo Premio Municipal de Literatura de Asunción.

Al llegar a su oficina del centro asunceno, la vemos leer El Leviatán, de Hobbes, pero en un Kindle, lector de libros digitales donde tiene decenas de otros títulos. Desde que recibió el premio nacional recibe constantes llamadas de otros colegas periodistas y de instituciones que la felicitan y quieren homenajearla, hasta del exterior.

Mientras nos preparaba café y buscaba las tazas para servir, Susy Delgado iba respondiendo nuestras preguntas.

-¿Qué significa Yvytu yma?

Sería “viento antiguo”, traducido del guaraní al castellano. Yo les digo a mis colegas que no es solo eso; es también un viento viejo, porque aparte de ser un viento viejo se trata de un «poemario plagueón». Este es un libro que se queja, como la metáfora del tiempo, que no es una originalidad mía, pero que en un momento llama con fuerza.

En algún momento de la vida uno empieza a preocuparse por este viento/tiempo o tiempo/viento, porque se nos va y empezamos a ver que el largo trecho, que ya no es tan largo, se vuelve más breve.

Entonces recurrimos a los recuentos, y las personas que somos ansiosas hacemos eso para saber lo que nos falta hacer. Yo funciono de esta manera, porque me siento en deuda con mi gente, comunidad, país, mi hijo y familia. Y ahora este compromiso aumenta, gracias al premio.

Es un viento indomable y se nos escapa, para empezar, llevándose todo lo que amamos, todo lo que vivimos, nuestros amores, nuestros afectos, nuestros lugares, llevándose todo. Sin darnos tiempo, valga la expresión, de disfrutar un poco más y masticar ciertas cosas o momentos, sin darnos tiempo para todo lo que nos falta hacer. Éste es el eje central de la obra.

-De su primer libro publicado al último, ¿cambió el eje temático?

Mis temas básicos siempre son los mismos, principalmente la realidad. Tres o cuatro temas manejo. Lo que fue variando es la forma, aunque algunas veces no tanto.

Durante algunos años mi producción en guaraní y español iban en paralelo, sin juntarse. Mis traducciones fueron de los poemas en guaraní. También podía hacer al revés, porque leyendo muchas cosas y reflexionando vi que podía traducir del guaraní al castellano, debido a la mayor conciencia sobre las lenguas y las interrelaciones.

La colonización viene por la lengua. Masticando eso, reflexioné y me di cuenta de que el escritor de la compleja realidad tiene que asumir su lengua, más allá de los gustos personales, porque es parte de la realidad.

Creo que el nexo profundo de la literatura es la realidad, en cualquier género. Aunque muchas veces se disfraza del mayor alejamiento con esta realidad. En la poesía, tal vez, ese nexo sea más evidente.

Me di cuenta de que tenía que asumir mi realidad lingüística. He seguido muy de cerca la polémica interminable sobre el jopara —mezcla del castellano con el guaraní. Pensé que lo habíamos superado y que solo estamos en el guarara (mezcolanza, de todo un poco): es una onomatopeya guaraní, que imita el ruido de verter cosas todas juntas.

-¿Qué es exactamente el guarara?

Una mezcolanza anárquica que se hace imposible de manejar. No solo se mezcla el castellano, sino se mezcla con todo. Hay una avalancha cultural que es imparable. Mirando un poco lo que ha pasado, vemos que otras lenguas pasaron por similar situación.

El guarara es la mezcolanza, un poco más lenta en algunas casos, despiadada y colonizante en otras lenguas. Creo que algunas academias del mundo van asumiendo eso. La Real Academia Española nos da grandes lecciones, pasando de una postura cerrada a una más abierta, al incluir americanismos y guaranismos.

-¿Pero qué habla hoy el Paraguay?

El guaraní. Un guaraní al que no se le toca la estructura, que es su corazón. La lengua usa préstamos, para denominar cosas que los guaraníes no conocían ni tenían, o que se fueron creando en las últimas décadas. Computadoras o los teléfonos inteligentes hay que adaptarlos al idioma, pero allí no se toca la estructura.

El pueblo va guaranizando lo que puede traducir. A veces le funciona bien a la fonética y no hay necesidad de hacer muchos cambios. En otros casos, se deben hacer variaciones, pero tampoco es un problema.

-¿Cuál es su posición de los neologismos en guaraní?

Soy un poco reacia a los neologismos, pero respeto cuando mis compañeros me dicen que en ciertos momentos son necesarios para el crecimiento de la lengua. Me resisto porque hay algunas palabras que se crearon hace décadas y veo que la resistencia también viene de nuestro pueblo y eso merece respeto.

Por ejemplo, la numeración en guaraní no usa la gente. Tal vez en otros lugares del mundo funcione, pero aquí no.

-El Dr. David Galeano dijo, en un artículo publicado en Ciencia del Sur, que la cultura guaraní sufre discriminación. ¿Es así?

Hay que admitir que se sigue discriminando. Se mejoró un poco. Desde 1992, con la nueva Constitución nacional, el guaraní se hizo lengua oficial. También obtuvimos la ley de lenguas tras una lucha de casi 20 años y otros instrumentos oficiales, como la Secretaría de Políticas Lingüísticas de Paraguay y la Academia de Lengua Guaraní, la que integro.

Las actividades por el bicentenario de nuestra independencia nacional (en 2011) pusieron su cuota de reflexión con la identidad del guaraní, y la gente empezó a mirarla como nación o cultura y se acordó de su lengua. En esos días festivos se hacía gala de eso.

Sin embargo, hasta hoy, en ciertos lugares, cuando llegás y hablás en guaraní te miran mal y te contestan en castellano. Hay todavía discriminación en varios sitios de prestigio, en los centros urbanos principalmente.

Hay signos de que esa consciencia ha entrado en ciertos ámbitos que creímos difíciles, porque algunas empresas nos dieron lecciones al asumir la lengua. Puede sonar raro, pero las empresas como Coca-Cola y McDonald’s, multinacionales y no paraguayas, empezaron a atender al guaranihablante.

Luego se fueron sumando otras entidades. No es masivo, pero es un avance.

Pero cuando voy a hacer una gestión bancaria o voy a un sitio público me seguirán mirando por hablarles en guaraní.

«Tengo unos amigos que me decían que yo tenía que ganarlo, e inclusive uno de ellos lo escribió en el prólogo de uno de mis libros. Yo le decía que jamás me iban a dar el premio». (Fotografía: Desirée Esquivel)

-Formó parte del Taller Manuel Ortiz Guerrero en los años 80. ¿Se transformó su trabajo después de asistir a ese grupo cultural?

De fondo no, porque fui profundizando ciertas vetas, como lo social. Suena a poesía de salón, de vida social, que yo no hago, pero así le llaman: literatura o poesía social. Esa mirada fue un llamado más fuerte al que acudí. A veces me he declarado como poeta social, pero en el fondo deberíamos llamarla poesía humana.

-¿Algún mentor o escritor como modelo que le haya marcado?

Son muchos. La figura de la que más me acuerdo cuando me piden mis influencias son mis abuelitos, principalmente mi abuelito, porque él fue un gran contador de cuentos. Nací en San Lorenzo, pero vivíamos en una compañía de la ciudad de Capiatá, teniendo una infancia totalmente campesina. Mis padres fueron, más bien, mis abuelos.

Nuestro ritual era juntarnos alrededor del fuego, una tradición algo perdida.

La gente se reunía a la mañanita y nochecita para contar cuentos. Con los años, teniendo la sensibilidad más desarrollada, me parecía que mi abuelito tenía el arte de contar cuentos, porque creaba suspenso. Él sembró la primera semilla de la literatura en mí.

Luego nos conocimos con los Ferreiro, quienes nos llevaron a conocer su casa, que tenía un museo. Era una casa cultural. Allí se respiraba el arte y la literatura en cada rinconcito. Le caímos muy bien a sus padres, y su madre Ana Iris nos alentó a escribir.

En aquellos años gané mi primer concurso de cuentos, estando en el colegio. El escrito se trataba de un señor que moría junto a su perro. No recuerdo el nombre exacto.

-Entonces, ¿ya escribía desde la adolescencia?

Sí. Luego en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción.

-¿Cómo era la facultad en esa época?

Un semillero de rebeldes. Fui con mi hermana, ambas campesinas. Encontramos una facultad atiborrada de actividades a favor de la Revolución Cubana. Hacíamos recitales poéticos en la facultad de Ingeniería, en Medicina.

Había un fervor y las tertulias tenían un fuerte tono político. Nunca se ha metaforizado tanto en nuestro país como en aquella época. Además, ¿qué podíamos hacer?

-Y el grupo del taller, ¿dónde se reunía?

En la oficina de Moncho Azuaga, sobre la calle Colón. Nos juntábamos los viernes a la noche. No era tan clandestina la reunión, porque teníamos un pyrague —informante de la dictadura— siempre vigilando en la esquina. Hay que recordar y agradecer especialmente al Centro Cultural de España Juan de Salazar, que nos ayudó no solo a nosotros, sino a toda la gente que quería expresarse libremente.

Fui una de las últimas en unirme al Taller Ortiz Guerrero y sucedió en una época muy especial para mí, porque acababa de tener a mi bebé. En ese momento me fue gustando la poesía. En el taller teníamos acaloradas discusiones sobre poesía y literatura en general.

Hoy en día vivimos en una sociedad que no es consciente de la cultura. Es un problema global y complejo, donde todos tenemos culpa y responsabilidad.

-¿Cuál sería el origen?

Podemos buscar en el fondo de nuestra historia las causas complejas. Abarcan desde la educación, que no ha sido efectiva hasta ahora, y si hablamos de la lengua, la educación sigue teniendo lagunas.

La cultura no se ha instalado con la fuerza con la que debiera y tampoco la de nuestra sociedad.

-¿Aumentó el número de lectores?

Sí. Año tras año fue mejorando la venta en las ferias del libro y la asistencia ha incrementado. La gente se animó a llegar a las ferias y perderles el miedo, las ventas crecieron.

Se han hecho esfuerzos legales, incluyendo el Ministerio de Educación, con campañas costosas y otras más modestas para incentivar a la lectura, pero el problema es tan profundo que se debe hacer más.

-¿Qué se puede hacer? ¿La globalización ayuda?

Se está haciendo mucho. El reinado de las nuevas tecnologías nos lleva a leer, como máximo, 20 líneas. Hay que reconocer que en las redes sociales hay literatura y muchas personas comparten escritos suyos o de otros autores.

-¿Cuál es su visión acerca de la ciencia?

Fabulosa e inabarcable, lo que es desesperante.

-¿Se considera una intelectual de nuestro país?

No. Lo digo con toda confianza, porque para ser una intelectual se debe tener una buena memoria y la mía es espantosa. Eso es antiintelectual. Me cuestan ciertas disciplinas, como la historia, por ejemplo. Soy más bien un cuerpo sensible que pudo desarrollar, en alguna medida, la palabra y, sobre todo, la palabra poética.

Por ello, cultivo religiosamente las armas rutinarias para manejarme con los horarios. Eso ayuda. ¿Qué hago con mis lecturas? Las releo constantemente. Si ahora me preguntan sobre alguna película que pude haber visto en el último fin de semana, seré incapaz de explicarles la trama o contarles el argumento.

-¿Cómo es su trabajo de escritora? ¿Allí tiene disciplina?

Le hago caso al llamado interior. Eso sale en una forma instintiva y a cualquier hora. Después viene el proceso de pulido, reflexión y maduración, que suele ser lento —muy lento en mi caso, principalmente por la exigencia. Tengo papeles sobre el escritorio y a mano.

-¿Qué representa este Premio Nacional de Literatura para usted?

Hay gente que descree de estos premios. Yo también soy descreída de muchas cosas, porque no voy tras esas distinciones. Los escritores tenemos que darle el sentido, el significado y el prestigio que se merece, porque son pocos los reconocimientos a la cultura en nuestro país.

Quiero honrar este premio, que me cayó. Hasta ahora no creo. Tengo unos amigos que me decían que yo tenía que ganarlo, e inclusive uno de ellos lo escribió en el prólogo de uno de mis libros. Yo le decía que jamás me iban a dar el premio.

-¿Por qué?

Porque, para empezar, poesía no lee nadie. Y yo creía que como máximo me leían unas seis personas en todo el país. Después de esto me doy cuenta de que no es así, porque hay muchos lectores, jóvenes inclusive que hasta postean mis trabajos en las redes sociales.

-¿Tiene alguna posición sobre la ausencia del presidente en la entrega de los Premios Nacionales?

Aunque les pueda defraudar a algunos, no me extrañó demasiado esa actitud. El retraso de la entrega del premio, desde el comienzo, no lo vi como un problema de Susy Delgado, sino como un problema que afecta a la literatura paraguaya. Todos los involucrados se solidarizaron. Pudo haberle tocado a otra persona premiada.

Realmente el drama excede lo personal. Hay gente que dijo que me humillaron y no lo vi de ese modo.

-¿También algunos propusieron que no vaya a retirar su premio?

Sí, mucho se ha dicho. Sea la persona que le toque tenemos que aceptar y recoger ese premio cuando nos toque, porque es de lo poco que tenemos en el país. Y el dinero no es despreciable.

-¿Qué hará con el dinero del premio?

Me he encaminado a una jubilación desastrosa. Luego de 40 años de servir al periodismo, mis patrones quedaron debiendo muchos años al Instituto de Previsión Social (IPS). Sin embargo, desde 2009 estoy pagando yo mi IPS, encaminándome con el mínimo, que más sirven para salud y comida.

Esto viene a suplir una laguna muy grande. Estoy pidiendo ideas a algunos amigos para invertir y engordar el dinerito, pero también seguiré escribiendo, porque es lo que quiero seguir haciendo.

-¿Qué lee últimamente?

Poesía, principalmente. Puedo leer a cada rato, en cualquier lado y haciendo lo que sea, por ejemplo, mientras plancho. Por suerte, tengo amigos del exterior que me tiran toneladas de poesías muy buenas.

Al lado de mi cama tengo un mueble donde pongo muchos libros, especialmente poesía. Mi disciplina está en releer. Últimamente releo a Fernando del Paso y a Svetlana Aleksiévich, porque me gusta su libro Voces de Chernóbil. Me impactó, aunque sea semiperiodístico. También leo a Sergio Ramírez y releo a Rubén Darío.

-¿Cuál es su rutina?

Luego de levantarme, tomo un vaso de yogurt con un tecito. Preparo un poco de mate. No soy negada al tereré, pero prefiero el mate. Sí o sí llego desayunada a la oficina. Todo el tiempo que me toma estar aquí tengo mucho trabajo, y si no lo hay me lo invento.

Escribo a cualquier hora, pero últimamente me hago una cierta pausa, en la siesta. Doy de comer a mis perros y me tomo el tiempo para leer una o dos horas por la tarde.

-¿Para usted qué son el amor y la libertad?

Vivo sola, pero desde hace un par de meses mi hijo Fabián (32) volvió a casa, con todo su arsenal de cosas. Él es chef, es muy creativo en la cocina, porque todos los días inventa algo.

Para mí, el amor está en todo lo que hacemos. Mi concepto del amor es muy amplio. Tiene aspectos diferentes. Antes, cuando era más loca me animaba a decir ciertas cosas.

Alguna vez mencioné, por ejemplo, que el amor de pareja entre dos personas no se agota en una sola relación. Casi me quemaron en la plaza pública aquella vez. Con los años aprendí a callarme. Sigo creyendo en muchas cosas desde la juventud.

El afecto es una cosa muy amplia que si vamos a mirar profundamente al ser humano es difícilmente etiquetable, clasificable. No creo en las fronteras, porque no responden a la naturaleza humana. Fuimos poniendo fronteras y clasificaciones a todo y muchas de ellas son artificiales. “Yo no creo en la fidelidad”, había dicho hace algunos años.

Fotografía: Desirée Esquivel.

-¿Y ahora?

Creo en una fidelidad diferente. Creo en una fidelidad a uno mismo y con uno mismo. Eso no se agota en una persona. Puede ser a través del tiempo o no, en un lapso de vida. Las fronteras estrictas que la gente quiere ver entre amistad, pareja y matrimonio son artificiales.

-¿Es un concepto de amor libre?

Sí, llamémosle así, pero ojo, no somos libres totalmente, ésa la denominación que se usa. Tenemos libertades pequeñitas, totalmente encorsetadas por prejuicios sociales y parámetros artificiales.

En el matrimonio siempre he descreído, por eso nunca me casé. Soy reacia a las etiquetas fijas, a los partidos políticos; soy atea y quiero defender esa pequeña libertad de pensar sobre todo. Pequeñita, hasta donde pueda. El amor está en todo. Sin el amor no se hace absolutamente nada.

El amor está en la crianza de un hijo. Me costó muchísimo educarle. Sufrí, siendo mamá soltera, pero fue una experiencia de amor e inversión. El amor está en el trabajo. Está en todas partes.

-¿Pero necesita Susy de la compañía de una persona?

Sí, ¿por qué no? Algunas veces la he necesitado.

-¿Tuvo muchos novios?

Sí, tuve varios. Me porté bien y mal. Me arrepiento de algunas cositas, pero de la mayoría no.

-Es raro escuchar que una escritora paraguaya se declare atea. ¿A qué se debe eso?

Durante mi infancia rezábamos todos los viernes frente al Cristo Rey consagrado. En los años de mi adolescencia me gustaba mucho leer sobre filosofía y cuestionar lo religioso. Discutía mucho a mi profesor de filosofía.

En esa etapa de la adolescencia y juventud, cuando también probé marihuana, pero no me gustó, me parecía que era un gran montaje el ser religioso y me pareció incluso que la gente fingía creer porque necesitaba de un sostén ante sus angustias. Me fascina paralelamente todo eso, las religiones en sí, como una expresión cultural.

Me dicen que soy loca, porque durante la Semana Santa me empacho de ceremonias religiosas. Sigo por la televisión, con el mate a cuestas, las misas del Vaticano y los coros. Me encanta.

-¿Qué perspectivas visiona para la cultura paraguaya?

Tenemos que meterle pata. Quienes intentamos hacer algo por este país destartalado, creemos que la educación es terreno clave. Las personas que trabajamos con las lenguas tenemos mucho que hacer, aliarnos con el sector de la educación.

Los escritores también tenemos mucho que hacer y salir de la cerca. Debemos dejar el ghetto, porque hay gente que todavía cree en estupideces en nuestro país.

Por ejemplo, la gente cree en las vacas sagradas. ¿No vieron cómo murió Ramiro Domínguez? Esa persona era una vaca sagrada, según los parámetros que se usan. Así mueren muchos escritores y artistas en nuestro país. Aquí no hay vacas sagradas, ni terneritos siquiera. Hacemos camino con mucho sudor. Tal vez ha de haber otros métodos para alcanzar la gloria, pero a algunos nos gusta trabajar.

Yo soy antisocial. No voy a los eventos de embajadas y nunca he querido alcanzar un mérito por otro lado, sino que quiero algo auténtico, algo genuino.

¿Qué es lo alcanzamos los escritores en nuestro país luego de tanto esfuerzo? Nambréna! Migajas. Se nos lee poco, se nos conoce menos y se reconoce mucho menos.

Tenemos que trabajar muchísimo para cambiar eso. Y los escritores debemos arremangarnos y tratar de romper eso, tratar de salir del cerco. De no mirarnos más el ombligo. Quienes escribimos en guaraní mucho más trabajo tenemos.

-¿Tiene mucho para escribir y publicar?

Sí, mucho que espera. Miren mi escritorio…

Libros de Susy Delgado

-Tesarái mboyvé (Antes del olvido)

-Tataypýpe (Junto al fuego)

-Ayvu membyre (Hijo de aquel verbo)

-Jevy ko’e (Día del regreso)

-Tyre’y rape (Camino del huérfano)

-Ogue jave takuapu (Cuando se apaga el takuá)

-Algún extraviado temblor

-El patio de los duendes

-Sobre el beso del viento

-La rebelión de papel

-Las últimas hogueras

-Yvytu yma (Viento viejo)

 

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Equipo periodístico y científico de Ciencia del Sur

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