Por César Zapata *
En este escrito reflexionaremos acerca de dos representaciones que han servido para expresar lo propio de la actividad que debería realizar un humano que aspire a filosofar: el tábano de Sócrates y el topo de Nietzsche.
Acerca del famoso búho de minerva, cuya imagen y sus respectivas variantes adornan el 99 % de las carreras y facultades de filosofía en el mundo, no nos referiremos, pues sobre eso ya se ha dicho demasiado.
Recalquemos que un símbolo o representación de la filosofía es la visibilización de una perspectiva acerca de cómo debe asumirse el ejercicio de la actividad filosofante. En este sentido, los símbolos que analizaremos, tienen en primera línea la intencionalidad de apuntar al terreno de lo ético, en cuanto que son un modelo de “lo que tiene que hacer” alguien que a sí mismo se considere filósofo.
Antes de entrar en materia, es necesario decir que proyectamos una segunda y tercera parte, en donde nos ocuparemos del colibrí como símbolo del filosofar en América Latina, del pitufo filósofo, creado en 1958 como parte de la serie infantil Los Pitufos, y por último especularemos acerca de una nueva representación animal de la filosofía, nos referimos a la cigarra.
1- El tábano de Atenas
Sócrates, el ateniense con una materia corporal abultada y poseedor de un rostro en cuyo centro reposaba una ancha nariz poco sofisticada, no podía ser demasiado agradable a los ojos helenos, no obstante, resultaba muy atractivo para la juventud de la polis dedicada a la diosa Atenea.
Poseía un punzante aguijón verbal, una lanceta disciplinada en la rigurosidad de una increíble gimnasia mental; la dialéctica, una manera de dialogar que a decir de sus detractores tenía el poder de convertir lo malo en bueno y viceversa.
La dialéctica socrática era una suerte de proyectil, que se escenificaba como una dualidad compuesta de la mayéutica y la ironía, la primera se encargaba de hacer parir en el otro la “verdad” a través de una flota implacable de preguntas que negaban lo afirmado y afirmaban lo negado en busca de la codiciada verdad.
Mientras que la segunda era una sinfonía elegante de solapadas (y a veces manifiestas) burlas, destinadas a socavar la confianza fácil y descuidada de sus interlocutores, acostumbrados a persuadir con engaños y argucias.
Sócrates tuvo discípulos notables, pero otros resultaron unos verdaderos cretinos, que no dudaron en sacar provecho de un entorno político complicado para una Atenas ebria de hegemonía, que en su borrachera acabó sucumbiendo frente a sus otrora compañeros de armas contra lo medos: los disciplinados espartanos y sus aliados, que vencieron en la guerra del Peloponeso e instauraron la tiranía de los 30.
Sin embargo antes y después del dominio espartano a Sócrates no le parecía esta democracia de la habas negras y blancas, del azar que no escogía a los más idóneos, de echo había dejado el pritaneo (el lugar donde decidían los senadores) por estimar injusta la condena a muerte dictada contra los 10 generales que ganaron el combate naval contra los lacedemonios en las Arginusas.
Pues bien, sobre Sócrates se pueden escribir libros y libros, de hecho eso ha sucedido, pero, vamos a lo que nos interesa. El primer filósofo ateniense compara la actividad propia de su filosofar con la de un insecto hematófago: el tábano, este fue el análogo animal que usó en su discurso de apología cuando fue acusado en los tribunales por sus conciudadanos Anitos, Melitos y Lacón.
El tábano, más específicamente la hembra de la especie se alimenta de sangre, pica al caballo y aunque eso parezca perverso para el caballo, tiene un buen resultado pues lo despereza y le ayuda a cumplir su trabajo. Tal y como el descalzo lo hace con lo políticos, los poetas y los sofistas que habitaban Atenas.
El trabajo de cada uno de estos personajes es realizar con virtud (areté) aquello a lo que se dedican.
Para ello, Sócrates, interroga a los atenienses que como jamelgos domesticados se vuelven perezosos en el acto de pensar y servir a la polis. Actividad que, según él, reposaba sobre el imperativo de los dioses helenos, pues en el fondo seguía el designio del oráculo de Delphos, que su buen amigo Querofonte consultó con la siguiente interrogante: ¿Quién es el humano más sabio de Atenas?, y que después de muerto, su hermano testificara en el juicio contra Sócrates, que la respuesta de la pitonisa fue «el hombre más sabio de Atenas es Sócrates».
Afirmación que el notable calvo duda, y que buscando su real sentido interroga, molestando, picando a sus conciudadanos, incapaces de dar respuesta a sus preguntas, sobre todo a los ojos del joven y genial Platón. El hijo de Atenea, llega a la conclusión de que es sabio, porque por lo menos sabe que no sabe, mientras que sus interlocutores creen saber lo que no saben.
Su solidez moral es tal que acepta su condena a muerte, pues “sabe” que es imposible sostener un juicio respecto de algo que no se conoce, justamente este es el error de los sofistas y los atenienses en general, edificar sobre algo que no conocen.
Efectivamente, nadie estando vivo conoce a la muerte, pero todos en su ignorancia creen que es el peor de los males, sin tener en cuenta que lo contrario. Es decir pensar que es el mejor de los bienes perfectamente puede ser la “verdadera” verdad.
Pues bien, la filosofía o más exactamente el filosofar queda representado por un insecto: el tábano, una molesta mosca o díptero que asedia a sus víctimas, preferentemente a los caballos, y que aprovechándose de sus habilidades aéreas, los circunda con un zumbido molesto y una dolorosa picadura.
El filosofar es una invitación obligada a salir de la comodidad. ¿Cuál comodidad? La de creer alcohólicamente que la verdad es un animal que hemos cazado y cocinado en nuestro presuroso pensamiento.
No es así queridos atenienses, la vanidad de vuestra comodidad es falsa como el azar de las habas negras y blancas. Existe una verdad y develarla no es cosa de ingenios verbales.
¡Oh! Magnifico humano, la filosofía nunca te dejará tranquilo, a cada verdad ganada le espera un aguijón envenenado de duda, si eres capaz de sacártelo con los dientes del cráneo, puedes estar tranquilo, pero, cuidado, el tábano siempre vigilará tu seguridad con su lanceta de dolorosa picada.
La seguridad del ignorante es la sangre con que se alimenta el filósofo, él, es un expurgador pica para purificar, para que los demás (con el filósofo incluido) alcancen la virtud.
A modo de conclusión, se puede ver claramente que para Sócrates, el filosofar es con y para los demás, lo social, lo comunitario, la polis, sus amigos, Xantipa, sus tres hijos, Critón, Apolodoro, su amigo Eurípides. Todas las relaciones que conformaban a la polis constituyen el tejido donde el furioso tábano pica al caballo.
De hecho el tábano no ejerce su virtud si no pica al caballo. La virtud es siempre en relación a los demás. Filosofar indica mejorar la comunidad, la ciudad donde nos domiciliamos.
Esta característica social, es al mismo tiempo moral, pues el objetivo de mejorar a los ciudadanos es la norma con la cual debe actuar un filósofo.
Por último, nos atreveremos a especular que en cierto sentido el demonio interior de Sócrates (recuérdese que para los griegos un demonio era un intermediario entre los humanos y los dioses) se manifestaba de manera análoga a un aguijón. En cuanto que le indicaba mediante una incomodad interna, que no debía aceptar como verdaderas ciertas opiniones, sino que, por el contrario, tenía que seguir barruntando en su interlocutor, o en el mismo -si fuese necesario- para continuar buscando la verdad.
Se debe agregar a lo anterior, que el supuesto primordial de Sócrates, es que la razón, vista desde su máxima virtud, es decir como conocimiento, es la que puede engendrar verdad y virtud en los ciudadanos. Esto lo observó y lo criticó fuertemente uno de sus detractores más agudos, Friedrich Nietzsche, poco más de 2000 años después.
2. El topo
Friedrich, el niño despierto, equipado con una inquietud cultural desbordada, a poco andar, exactamente en su adolescencia, hizo un acto de alquimia poco común, trasformó su vivencia, su percepción, su pensamiento en escritura. Y aunque se quejaba de haber quedado solo cuando rompió con Wagner, en realidad siempre estuvo acompañado de sí mismo en el desdoblamiento que significa escribir lo que se es.
A primera vista, Nietzsche tiene bastantes similitudes con Sócrates, y esto muy a pesar del primero. Ambos fueron absolutamente consecuentes con su filosofar, el ateniense nunca acató una orden que le pareciese injusta y siempre se alejó de la tentación de recibir dinero por ejercer su filosofar con sus discípulos.
Nietzsche, por su parte, guiado por una especie de exigencia o voluntad de desenmascaramiento, enfrentó radicalmente a la confianza moderna en la razón, aunque para eso tuviese que enemistarse con la mayoría de sus contemporáneos.
Pero hay una similitud más importante que hermana a ambos filósofos, es lo que podríamos calificar como una “intención moral”. Sócrates quería hacer de los atenienses ciudadanos virtuosos, porque estimaba que en ellos operaba un proceso de decadencia, que era imprescindible revertir.
Friedrich, por su parte, con un martillo y sin compasión intenta destruir el devenir de una forma de pensar que ha construido las fantasmagorías de los absolutos, en formatos racionales y religiosos, que han vuelto al humano una criatura débil y alejado la vida, un decadente, cuya salvación es aniquilarse para dar paso a un humano superado, a un Übermensch.
El ciudadano virtuoso y el superhombre son equivalentes, en el sentido que constituyen una apuesta por redefinir al ser humano, a la luz de una ética, esto es de una manera de actuar, valorar y pensar la realidad, desde la exigencia de mejorar al ser humano. El ateniense apostaba por el conocimiento y la verdad, el bigote prusiano, por la revolución axiológica, es decir por la creación de nuevos valores.
Pues bien, en Nietzsche, podemos encontrar por lo menos dos representaciones de la filosofía: el martillo y el topo. Del primero no hablaremos en este escrito, pero si nos haremos cargo del tálpido.
El topo es ante todo un animal subterráneo, con ojos pequeños, casi ciegos, de garras poderosas para escarbar. Bajo tierra el topo fabrica túneles y construye su madriguera. El tacto y el olfato son los sentidos que lo guían. Es un animal solitario, no vive en grandes comunidades, su dieta principal son los gusanos de tierra.
Lo que sin duda sedujo la imaginación de Nietzsche es lo subterráneo de este animal, pues él mismo, vivía contemplando el devenir de las ideas que poblaban la modernidad. Nietzsche no estaba mirando el presente, su lectura no se agotaba en la contingencia de los hechos, olfateaba su pasado, construía túneles, filosofaba a través de un método genealógico.
En pocas palabras su domicilio era bajo tierra, por debajo del presente.
El tacto y el olfato del topo son los sentidos privilegiados de una especie de pensar corporal, al que N. agregaría el oído. Pues bien, cómo debe actuar el filósofo, que por cierto es la aurora del Übermensch. Cuál es el camino del topo que deben seguir los aspirantes a filósofos.
Primero, como el topo, el filósofo debe ser solitario, la soledad es la voluntad de marginación del rebaño [1], entiéndase en términos simbólicos como físicos. En segundo lugar tiene que intentar pensar más allá de un formato racional, un pensar que piense como hemos venido pensando y asumiendo lo racional y lo real.
Nietzsche como todo filósofo siempre busca lo que está por debajo (lo subterráneo) de la pregunta, no exactamente la pregunta misma, en este sentido, el topo es un símbolo universal de la actividad filosofante.
Así es decadente animal humano, debes ser un topo, hacer túneles en la contingencia, guiándote por tu olfato, tu tacto y tu oído, pues tu camino es domiciliarte bajo el suelo de lo manifiesto, de lo evidente.
Es imposible no terminar estás breves palabras, sobre uno de los humanos que ha aportado tanto al filosofar occidental, sin citar el prólogo de su libro Aurora escrito por N. en 1886, pues es ahí donde queda magistralmente escriturado la actividad del filósofo topo.
“Este libro es obra de un hombre subterráneo, de un hombre que taladra, que socava y que roe. Quien tenga los ojos acostumbrados a estas actividades subterráneas podrá ver con qué delicada inflexibilidad va avanzando lentamente el autor, sin que parezca afectarle el inconveniente que supone estar largo tiempo privado de aire y de luz. Hasta se podría pensar que le satisface este oscuro trabajo suyo. Cualquiera diría que le guía una determinada fe, que un cierto consuelo le compensa de su dura labor. Pero ¿no será que quiere rodearse de una densa oscuridad que sea suya y nada más que suya, que trata de adueñarse de cosas incomprensibles, ocultas y enigmáticas, con la conciencia de que de ello surgirá su mañana, su propia redención, su propia aurora?”
El tábano y el topo, la lanceta y el domicilio subterráneo, son las representaciones de la actividad propia del filósofo. En ningún caso son excluyentes, marcan sólo distintos acentos, sobre la faena propia de un humano que se quiera considerar filósofo.
* César Zapata Cerezo es filósofo, magíster en filosofía y profesor del Instituto Superior de Estudios Humanísticos y Filosóficos (ISEHF). Además, es integrante de la comisión académica de la Sociedad Paraguaya de Filosofía. Su libro «El principio de irrealidad. La realidad existe pero no es» (Arandurá) se publicó en 2019.
Bibliografía de referencia
-Mondolfo Rodolfo, Sócrates. Eudeba. Buenos Aires, 1960.
-Platón. Apología de Sócrates. Eudeba. Buenos Aires, 1966.
-Platón. Critón. Eudeba. Buenos Aires, 1966.
-Platón. Obras Completas. Editorial Aguilar. Madrid, 1981.
-Nietzsche Friedrich. Aurora. Andrómeda. Buenos Aires, 2004.
-Nietzsche Friedrich. El crepúsculo de los ídolos o como se filosofa a martillazos. Edaf. Madrid, 1972.
-Zapata César: El principio de irrealidad. Lo real existe pero no es. Editorial Arandura. Asunción, 2019.
[1] Véase, Zapata César; El principio de irrealidad, La realidad existe pero no es. 4 ensayo. Editorial Arandura. Asunción 2019.
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Curiosa tu frase «Efectivamente, nadie estando vivo conoce a la muerte»
Según Platón, en Fedon o del alma, para filosofar tienes que estar muerto, con el alma separa del cuerpo. Y alma no era un concepto sino algo fenomenológico para los griegos de la época, pensar intelectualmente, cambiar de estante ideologemas, nunca fue filosofar, una herramienta del conocimiento. Los hoy llamados filósofos solo son intelectuales al servicio del cuerpo