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Por César Zapata Cerezo *

Un rasgo en común de los tres últimos artículos de filosofía publicados por Ciencia el Sur es proponer una línea divisoria en el filosofar contemporáneo, tema que me parece apasionante. El primer artículo y el que gatilla esta incursión pertenece a nuestro amigo, el licenciado Pomata.

Filosofía analítica y filosofía continental

En este escrito se expresan por lo menos tres ideas. La primera y más importante, en cuanto que es la viga rectora, es reflotar la distinción entre un filosofar continental y otro analítico. La segunda idea surge del posicionamiento a favor de la filosofía analítica y consiste en considerar al inglés como la lingua franca de la academia, encargada de unificar el conocimiento tal como lo hacía el latín en la Edad Media. Por último, Pomata critica el estado de la enseñanza y práctica de la filosofía en Paraguay.

Voy a comenzar refiriendo al último punto, en el cual estoy casi completamente de acuerdo. No obstante, me parece injusto señalar que los profesores están desactualizados; tal vez este juicio lo puedo aplicar a mi persona, pero en modo alguno a la mayoría de mis colegas, pues en sus respectivas áreas y preferencias están bastante informados de lo ocurre en el presente y no solo por tener un manejo instrumental del inglés, casi completamente innecesario en algunas parcelas de la filosofía, sino por una viva inquietud intelectual.

El punto central es la inexistencia de una política en el interior de las universidades e institutos dedicados a enseñar filosofía, pues no existe ninguna inversión, ni siquiera intención en algunos casos, de asignar unas pocas horas semanales a sus docentes para realizar producciones intelectuales.

Nuestros profesores tienen que peregrinar por un montón de instituciones para obtener un sueldo digno y el escaso tiempo libre lo ocupan en planificar y revisar pruebas. Un incentivo mínimo en términos de auspiciar algunas horas de su semana para investigar sería una señal clara de parte las instituciones, antes que esperar que la raquítica política cultural del Estado paraguayo sea más robusta.

Esta carencia directa e indirectamente desarticula iniciativas de publicaciones y congresos. Solo los más obstinados logran navegar; por suerte existen y su número sobrepasa los dedos de ambas manos. Respecto del escaso trabajo en la línea analítica es algo que hay que subsanar a la brevedad y en este sentido me siento muy contento que un joven licenciado con una capacidad excepcional para el estudio de la filosofía se dedique a trabajar en este tema.

Respecto del inglés, me inclino más a verlo como un idioma colonialista que como una lingua franca. No creo que sea indispensable, aunque entiendo perfectamente el punto al que quiere llegar Pomata, esto es buscar un mismo idioma para favorecer el trabajo en comunidad. Creo que esto sucede con la ciencia y la filosofía analítica, pero, por ejemplo para la línea que yo estudio es más útil el castellano, el alemán y el francés. Todo humano en lo posible debe tener una segunda lengua, por lo menos un manejo instrumental, pues agrega al conocimiento personal concepciones diversas de la realidad.

Filosofía centrada y filosofía exenta

Ahora bien, en relación a la idea central del texto, es decir la distinción entre filosofía analítica y continental, creo que en la réplica del doctor Rodriguez está sintetizado lo medular de mi objeción: la filosofía no es ciencia.

“La cuestión que Pomata no parece percibir es que la filosofía no es ella misma una ciencia, e incluso la filosofía analítica no llega a establecer un criterio de verdad científico, puesto que el criterio de verosimilitud de los autores más recientes, como Niiniluoto o Hilpinen lo único que consigue es poner en evidencia que las características citadas o incluso otras como el mayor «progreso» respecto a otros saberes, no sirven para caracterizar a la ciencia, salvo que establezcamos los parámetros de ese presunto progreso”.

Y a continuación agrega:

“¿Acaso no hay progreso también en la teología dogmática? ¿No ha progresado la hermenéutica, cuando menos si tomamos como parámetros su número de seguidores y publicaciones?”

Solo añadiría que siempre me ha producido ruido la palabra “progreso” y en este sentido prefiero arrimarme a la clave decolonial y sospechar respecto de la carga eurocéntrica que tiene esta palabra. La idea de que esto avanza hacia un horizonte “mejor”, montado sobre el carro de un tiempo rectilíneo y teleológico nunca me ha convencido.

La famosa superación (síntesis), perla de la dialéctica hegelina santificada por Karl Marx, ya fue ampliamente cuestionada en su tiempo por Schopenhauer, J.P. Proudhon y Sören Kierkegaard. Para ellos la superación y su discurso de avance no tienen un carácter de necesidad; el devenir visto como progreso corresponde más bien a una forma humana de ver la realidad y no a la realidad misma como creía el colosal idealista prusiano. Esto nos arroja a considerar el tiempo como un develador de escenarios distintos que van emergiendo.

El poco complaciente y oscuro efesio, Heráclito, jamás pensó, hasta donde sabemos, que la ekpyrosis, el fuego que destruyendo propiciaba la creación, nos instalara en otro escenario mejor.

El filósofo Friedrich Nietzsche critica la idea de progreso. (WikiCommons)

La Überwindung (superación) y su nombre inglés de evolution es una idea persistente, que goza de prestigio en Occidente y que la ciencia borracha de positivismo la levanta como axioma. Pero no por eso es intocable; recordemos el drama de Nietzsche, el martillo alemán, que por un lado crítica la idea de progreso y después implanta en su bien amado hijo Zaratustra la proclama de superación del humano, un superhombre cada vez más lejano del mono de Darwin.

En resumen, adhiero a la puntualización de Rodriguez; la filosofía no es ciencia y agrego —evitando profundizar en el tema pues dada su complejidad exige otro escrito—, que la noción misma de progreso es completamente cuestionable.

Continuando con la réplica del doctor Rodriguez, no me parece que sea más afortunada la división, amparada en el pensamiento de Gustavo Bueno, entre una filosofía “centrada” en la ciencia y una filosofía “exenta”, en la cual se da a entender que el filosofante no toma en cuenta “los saberes del presente” sino que más bien se dedicada “al análisis e interpretación de textos de la tradición”, es decir, “una filosofía escrita por profesores y pensada solo para profesores”.

No es recomendable hacer de un defecto de la academia un criterio de distinción en el filosofar contemporáneo[1]. La academia inevitablemente a veces hace del filosofar un burdo juego teórico, y esto en alguna medida es culpa de la educación que recibimos en los posgrados, en los cuales se nos exige ser originales sin tomar en cuenta que dicha originalidad en un importante número de casos se vuelve mero artificio y no auténtico filosofar. Usar dicho criterio equivale a decir que la literatura actual se debe dividir en best seller y literatura de baja venta, es decir, un criterio exógeno a la literatura misma.

El giro decolonial

Para terminar este estimulante diálogo me queda referirme al texto de mi amigo Cristian Andino. No puedo mentir que si tuviera que elegir un criterio para delimitar el territorio del filosofar contemporáneo preferiría el de eurocéntrico y el giro decolonial, pero me cabe agregar lo siguiente:

Si bien es cierto que ya en 1968 —aunque publicado en 1971— el ego filosófico de Enrique Dussel alude al concepto de posmodernidad, antes de Lyotard, hecho que lo llena de vanidad, el desarme o el filosofar con un martillo es puesto en el escenario filosófico por Nietzsche, de manera, entre comillas, sistemática, porque es algo propio de la filosofía mismo.

El perro cínico no sólo se burló del bípedo implume en el liceo de Aristóteles, sino que le dio un martillazo a una manera de filosofar que se enclaustraba en lo que hoy en día llamamos academia. Lo que quiero señalar es que el giro decolonial es una clave hermenéutica  —una interpretación— inmersa en el filosofar colonial mismo, un mecanismo que ha venido usando la filosofía desde sus orígenes.

Y esto me arroja a pensar o restituir a la filosofía en tanto saber universal y observar al giro decolonial como otro pliegue del mismo mecanismo, por lo demás un importante aporte de Latinoamérica y el mundo colonizado a la humanidad, pues si eres europeo y no conoces la Filosofía de la Liberación y el filosofar latinoamericano estás abortado, pues no conoces cómo se construyó el proyecto más importante de Occidente: exportar su cultura montado sobre la ceguera del absoluto.

Por último, quiero comentar sobre el siguiente pasaje del licenciado Andino:

“Pero esta tarea exige sobrepasar una serie de obstáculos epistémicos para el acceso a lo real, en la pretensión de un ejercicio descolonizado del filosofar. Es que, definitivamente, la radicalidad de discurso filosófico se fundamenta hoy en América Latina, en la exigencia de pensar la realidad de un modo crítico y en el planteamiento de  soluciones que garanticen la permanencia en la vida de millones de excluidos, hoy condenados a la miseria y la indefensión.”

Esta cita remite a una suerte de imperativo ético del filosofar latinoamericano, y basta salir a las calles de cualquier capital o ciudad latinoamericana para entender que no puede ser de otro modo, pero ojo, esta radicalidad falla justamente cuando se proclama como “radicalidad”.

Pues serían filosofía latinoamericana los innumerables trabajos que eventualmente se hacen en América Latina y que se constituyen como un legítimo diálogo frente a la filosofía colonial, y me refiero a las innumerables contribuciones de los latinoamericanos a las lecturas de la tradición filosófica sobre Hegel, Nietzsche, Santo Tomás, Heidegger, Platón y todos los integrantes de la llamada tradición. ¿Este filosofar por no ser decolonial no es filosofía?

O sea, ¿todo aquello que no se encuentre en clave decolonial no es filosofía latinoamericana, pero sí otro tipo de filosofía? ¿Es filosofía colonial o es filosofía de la tradición? ¿No es necesario conocer la tradición para ser decolonial?

Otra cosa que no sé, es si una filosofía latinoamericana que no incluye a los excluidos entonces no filosofa propiamente en América Latina.

Estas preguntas me conducen a entender lo decolonial como otro instrumento para filosofar, pero que no abarca la totalidad de la filosofía latinoamericana, el cuerpo es más ancho. O más terrible, todavía, que la filosofía colonial y la decolonial son en el fondo una misma, una sola, un cuerpo, solo que con distinta especificación, por tanto no hay en realidad línea divisoria.

Hay que señalar que lo decolonial es una clave hermenéutica, o sea una forma de interpretar, que como tal es flexible. Una clave es algo así como un receptáculo que se adapta al observador que la practica como método.

Por otra parte, un filosofar que trabaje un área distinta a la social es tan legítima como la filosofía comprometida, y de hecho es muy posible que a partir, por ejemplo, de una teoría del conocimiento se puedan crear categorías y conceptos que luego puede tomar la sociología, la política y la ética.

Por último, es imposible salir de un esquema colonial colonizando, radicalizando posiciones tal y como lo hizo la colonización. Cuidado con eso, mucho cuidado con eso. Aunque sé que el autor del texto está lejos de ese espíritu, hay que cuidar el verbo que es el instrumento.

En mi opinión —y llevo un tiempo trabajando en este tema, y con suerte algún día cercano podré escribirlo in extenso— la filosofía es fruto de un acto filosofante único y unificante, madre de toda sorpresa, cuyo fundamento último es el diálogo primordial entre el viviente y el conjunto de posibilidades que van generando la autopoesis de la realidad. Por supuesto esto es demasiado oscuro, solo es un alarido introductorio que con algo de paciencia espera dibujarse.

* César Zapata es profesor y magíster en Filosofía

[1] He de reconocer que esta es una apreciación endeble, pues a pesar de conozco algo del filosofar de Gustavo Bueno, no he estudiado a profundidad su pensamiento, por lo tanto puedo estar realizando un juicio apresurado.

 

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1 COMENTARIO

  1. Concuerdo con esta columnaa la vez que con Pomata, tiene sentido eso? No sé, pero es mi parecer.

    Solo un par de cuestiones:

    Progreso: es indiscutible que en Paraguay debemos progresar en cuanto a desarrollo humano, creación y distribución de riqueza, y protección ambiental . Creo que desde un punto de vista utilitarista, necesitamos del relato del Progreso pero reelaborado para el siglo 21 como Desarrollo Sustentable.

    Linealidad del tiempo: aquí me pongo del lado de Bunge. El tiempo es un concepto físico, y como tal sabemos que es lineal. Aunque bien existen fenómenos cíclicos en el tiempo, igual se retroalimentan del estado inmediatamente anterior y se ven afectados por la entropía siempre creciente en el tiempo.

    Latinoamericidad de la filosofía made in Latinoamérica: acá voy a usar un concepto Social Justice Warrior. Cuando alguien dice «filosofía» lo primero que piensa es en la cadena de filósofos antiguo-griegos, los helenistas, los cristianos, los franceses, los ingleses, los alemanes… hasta la actualidad. Así, me cuestiono si la Filosofía como constructo no es más que un patrimonio cultural exclusivamente europeo, así, carece de significado sacándolo de ese contexto. Por ejemplo, la historia del pensamiento en China está plagada de ismos difíciles de categorizar específicamente como religión o filosofía, pues responden orgánicamente a las necesidades culturales de China.

    Por lo tanto, una filosofía latinoamericana orgánica necesariamente se destronca del edificio de la Filosofía, que es eurocéntrica por construcción.

    Por eso me gusta más la Ciencia, pues al basarse en el mundo físico, es más factible de ser una empresa de toda la Humanidad a pesar de las diferencias culturales que el pensamiento filosófico, que es casi totalmente inmerso en la cultura del sujeto.

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