Por Sascha Rosenberger*
En este artículo exploro muy brevemente las diferencias que existen pero que no suelen hacerse entre hacer ciencia, publicarla, entenderla y apropiarse de ella. Lo hago principalmente con base en políticas paraguayas de ciencia y tecnología y su relación con el sistema educativo.
Para publicar ciencia, primero hay que hacerla. Parte de empezar a hacer ciencia es revisar lo existente para validarlo o para dar el siguiente paso en una línea de conocimiento. Revisar la literatura sobre el tema suele ser el primer obstáculo que debe superar todo científico en ciernes y me incluyo. A este punto volveré más adelante, pasando ahora al acto de publicar.
Concuerdo hasta cierto punto con varios autores en este medio quienes han indicado que publicar es una parte importante de hacer ciencia (ver aquí y aquí). Si bien la ciencia y la comunidad científica no podrían avanzar sin publicaciones y revisiones de pares, el número de publicaciones y el factor de impacto de las revistas en las que aparecen no pueden considerarse como única medida de calificación científica. Digo esto considerando la división social, prácticamente universal, donde una parte entiende de ciencia y la otra no (ver aquí [en inglés], aquí, aquí, aquí [en inglés], aquí [en inglés] y aquí [en inglés]). Es en este punto donde se vuelven algo borrosas las líneas entre publicar, divulgar y entender.
Las personas que hacen ciencia revisan la literatura, luego hacen investigación y publican sus resultados. Publicar los resultados puede considerarse “divulgación” si se considera como audiencia solamente a los pares en ciencias.
Sin embargo, al hablar de divulgación lo que normalmente se entiende es que se transmite el conocimiento a un público no instruido en el tema. Los ejemplos más comunes son los artículos periodísticos que informan sobre hallazgos científicos sin entrar en detalles metodológicos. La gran diferencia entre estas actividades está en el nivel de comprensión de lo divulgado: los pares científicos entienden a cabalidad los trasfondos, las limitaciones y las implicancias de los estudios, mientras que los demás entendemos, a lo sumo, que alguien encontró algo nuevo.
Más allá de la divulgación
Es aquí donde vuelvo a la revisión de literatura para adherirla al problema de definir quién es y no es “científico”. Si consideramos la antedicha división social entre los que comprenden y no comprenden la ciencia, y qué y cuándo consideramos a un acto como de “divulgación”, nos encontramos frente a una brecha casi insalvable. ¿Por qué? Porque la diferencia en la capacidad de relacionamiento cognitivo entre expertos y no expertos no puede ser superada simplemente entregando material de lectura.
Las mismas palabras tienen significados totalmente diferentes para científicos y laicos; los matices del conocimiento científico se pierden sin la instrucción adecuada. Considerando un caso como el de Paraguay y la calidad de su sistema educativo, además de los ejemplos provistos más arriba, queda claro que la divulgación y el acceso a literatura no son suficientes para elevar el nivel general de comprensión de interés en la ciencia. Esto es casi igual a esperar que un analfabeto aprenda a leer encerrándolo en una biblioteca; podría suceder, pero es improbable. Salvar la brecha entre grupos requiere entendidos de dedicación completa.
Estas cuestiones ya han sido tratadas en la literatura sobre divulgación científica internacionalmente. En Latinoamérica se ha publicado material sobre las diferencias entre divulgación, vulgarización, popularización y apropiación que discute las falencias de los programas de divulgación e indican por qué no son conducentes a incrementar el interés por y el desarrollo de la ciencia. Es más, si bien con limitaciones, De Greiff y Maldonado proponen cinco pasos para ir de la divulgación a la apropiación social del conocimiento.
El quid de la cuestión, sin embargo, es que alguien debe entender el proceso científico a cabalidad y al mismo tiempo saber traducirlo y explicarlo de forma tal que la gente pase de entender que “se ha hecho un descubrimiento X” a entender los hallazgos de forma más similar a como lo entendería una persona que hace ciencia.
El problema es que no se puede esperar que las personas que hacen investigación sean las mismas que se encarguen de la divulgación y de asegurarse que hayan mecanismos de apropiación social. Esto se deduce de las publicaciones de la misma Nature. Es decir, hace falta tanto personas que hagan ciencia como gente que se encargue de explicarla.
Por otra parte, sin el apoyo de la sociedad general a la ciencia difícilmente puedan asegurarse fondos para ella. Además, la financiación de la ciencia requiere de personas que entiendan la necesidad de ciertas investigaciones o que puedan entender qué propuestas serían más interesantes o necesarias dependiendo de los contextos.
El caso paraguayo
Paraguay tiene actualmente dos grandes planes: el Plan Nacional de Desarrollo Paraguay 2030 y el Libro Blanco del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Ambos hablan de financiar el desarrollo científico y tecnológico y de querer lograr la “apropiación social del conocimiento”.
Si bien es loable la intención de promover la carrera científica en Paraguay al tiempo que se mejora el sistema educativo, ninguno de estos documentos realmente explica cómo relacionar a ambos. Esto es, una vez más, porque no se ha hecho el trabajo de revisar la literatura latinoamericana sobre desarrollo científico y apropiación.
Lo mismo puede verse en la Política Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Paraguay 2017 – 2030. Este documento menciona como quinto objetivo estratégico “fomentar la apropiación social del conocimiento técnico y científico como factor de desarrollo sostenible”. Dentro de esto, el segundo objetivo específico es “promover en la sociedad paraguaya la alfabetización científica y tecnológica”. En esta nueva afirmación de sus políticas de desarrollo científico no solo se ha omitido nuevamente una definición explícita de apropiación, sino que siguen ausentes por lo menos explicaciones breves de cómo se espera que el sistema educativo apoye la apropiación y creación de conocimiento.
Asimismo, una vez más se ha obviado la literatura en este campo, fácilmente accesible y en español. Una muestra de ello es que la última nota al pie de la página 26 ofrece como fuente de mayor información sobre el tema un enlace al sitio de apuntes estudiantiles Monografias.com.
División del trabajo en la comunidad del conocimiento
Todo esto lleva a concluir lo siguiente: las personas que entienden el proceso científico a cabalidad pueden abocarse a varias tareas: a hacer ciencia, a divulgarla y a contribuir con el proceso de su apropiación social. Sin embargo, considerando las limitaciones circunstanciales y personales como las publicadas por Nature y la fuerte división entre grupos con variados niveles de comprensión de la ciencia, no puede esperarse que una sola persona lleve a cabo estas tres tareas.
Como todas estas tareas contribuyen al avance de la ciencia, no se debería juzgar a personas con calificación y capacidad científica según una sola métrica. Poder hacer ciencia depende de muchos factores y de muchas personas.
Idealmente, todos deberíamos entender y aplicar los varios métodos científicos, todavía más aquéllos que pasan sus días desarrollando políticas para que otros puedan hacer ciencia.
Sascha Rosenberger posee un doctorado en International Development Studies por la Universidad Ruhr de Bochum, Alemania, cuya tesis versó sobre los modelos de introducción de TIC y uso de conocimiento en el sistema educativo en Paraguay. También realizó una maestría en Estudios Interculturales de Comunicación y Administración en la Universidad de Vaasa, Finlandia.
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Desde mi punto de vista la frase “hacer ciencia” está mal empleada, en todo caso se podría decir: trabajar en ciencias o científico. Hacer ciencia suena más a que inventamos parte de la ciencia, cuando en realidad los científicos son meros descriptores de la naturaleza. Sin embargo, esto último no es importante.
Estamos totalmente de acuerdo en que “el que se dedica a la ciencia” no debería hacer divulgación, y el que se dedica a divulgar la ciencia no debería ser llamado científico, pero por qué?. La respuesta a esto es simple, cuando se publica un artículo, en general, se lo publica en inglés, que es el idioma de la ciencia, nos guste o no, es así. De esta manera, los artículos publicados pasan a ser de dominio de la humanidad en general, allí no hay nacionalidades, el conocimiento es compartido aunque el autor se lleve los créditos, deja a disposición de la comunidad internacional sus hallazgos. Las personas que se dedican a divulgar, en general, tienen otro tipo de disposición y predisposición hacia la ciencia. Son gente que tiene la facilidad de transmitir el hallazgo de otros, desde un punto de vista pedagógico, cosa que rara vez podemos encontrar en un científico.
Una manera de divulgar los avances científicos o hechos básicos como la manguerita transparente que sirve para medir niveles de alturas iguales, usada por los albañiles, es mediante los programas de TV. Unos puede fácilmente notar que los programas de chimentos en la TV venden, pero venderían mucho más aquellos de divulgación de la ciencia que nadie se anima a plantear. Si realmente el CONACyT o cualquier institución está interesado en divulgar la ciencia, perfectamente lo podría hacer mediante programas de TV “made in Paraguay”, invitando a expertos a hablar y describiendo fenómenos fáciles de explicar.
En resumen, los científicos no deben divulgar la ciencia, deben trabajar en ella, y los divulgadores y/o docentes deben y están obligados a divulgarla.