Por Pelagio Pérez Notario *
Breve semblanza biográfica
El 4 de enero de 1960, a la edad de 47 años, en Villeblerin (Francia), Camus encontró la muerte en un accidente automovilístico. Ese fallecimiento prematuro y, a la vez, paradójico, podría calificarse como un cumplido, dado que magistralmente fue capaz de aprehender e integrar en sus obras la condición absurda de la vida humana.
Su nacimiento se dio un año antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, el 7 de noviembre de 1913, en Mondovi (actual Drean), Argelia. Su padre era un soldado alsaciano que, apenas iniciada la Primera Guerra Mundial, había fallecido; su madre, de origen español, era analfabeta, con serios problemas de sordera.
Creció en un barrio popular de Argelia, denominado Belcourt, como un pied–noir, calificativo que recibían los hijos de los inmigrantes franceses nacidos y educados en suelo argelino. De no ser por la insistencia de sus profesores, y en especial de su maestro Louis Germain, no continuaría sus estudios hasta llegar a la universidad. Su formación filosófica estuvo influenciada por Schopenhauer y Nietzsche, fundamentalmente; y el existencialismo alemán, en segundo lugar[1].
En el año 1957, tres años antes de su muerte, a la edad de 44 años, recibió el Premio Nobel de Literatura, momento en el cual hizo público su agradecimiento a su maestro Louis Germain, con un emotivo y elogioso mensaje.
Albert Camus se dedicó a la filosofía, al periodismo, a la literatura (novelas, especialmente), y a escribir ensayos. Fue un humanista al estilo francés, cercano a los problemas del humano, testigo directo de los conflictos desgarradores de su tiempo y conocido por su posicionamiento ante las injusticias y crímenes, antes, durante y posterior a la Segunda Guerra Mundial.
También, se destacó por su colaboración en la búsqueda de una salida a la lucha por la independencia de Argelia, hecho que se dio en 1962, acontecimiento que, desgraciadamente, ya no pudo vivir por su temprana muerte.
De entre los numerosos escritos, se destacan El extranjero, La peste, El primer hombre, de carácter más literario; El mito de Sísifo, El hombre rebelde, y La caída (ensayo) son los de carácter más filosófico.
Características de su pensamiento
Albert Camus empezó a ser conocido en 1942, cuando se publicaron su novela corta El extranjero, ambientada en Argelia, y el ensayo El mito de Sísifo, obras que se complementan y que reflejan la influencia que sobre él tuvo el existencialismo[2].
Tal influjo se materializa en una visión del destino humano como absurdo, y su mejor exponente quizá sea el “extranjero” de su novela, incapaz de participar en las pasiones de los hombres y que vive incluso su propia desgracia desde una indiferencia absoluta, la misma, según Camus, que marca la naturaleza y el mundo[3].
La particularidad de los personajes de Camus en sus obras se basa en la duda, la indagación; circunstancias que reclaman sentido al sinsentido y respuestas a los problemas. Tanto Meursault, de El extranjero y el Dr. Rieux, de La Peste, reclaman el sentido y el orden, oras con patetismo, oras con desesperación.
Por ello, Camus no se conforma como el simple nihilista que intuye los males, los destruye y se aleja. Siempre pide más y ahonda con profundidad los problemas del individuo, del hombre, de la persona, asumiendo que la vida es absurda.
Explora el mundo y su irracionalidad porque no cree que la misma sea fenómeno y espectáculo en el que el hombre deba rendir culto a un ser absoluto para expiar su culpa y asegurar la vida; tampoco la considera un halo de la absurdidad y la nada para demostrar que todo está justificado y permitido –como lo afirma Raskólnikov en Crimen y Castigo de Dostoievski–, legitimando el mal para dar pase a las atrocidades y las injusticias, lo que deriva en el abandono de valores.
Inocente y verdugo en la palestra para consumar el veredicto del juez; veredicto doctrinario e irracional, más no criminal: ante esa moral situacional es la que el hombre se rebela[4].
Justicia y Libertad en El hombre rebelde
El punto de partida en las obras de Camus no es la ausencia ni nostalgia de Dios, sino la conciencia de que este mundo es el único existente y, por tanto, inevitable y trágico, porque se debe vivir en él negando, pero no renunciado[5]. Entonces, quedan dos caminos: convivir con el nihilismo que conduce a la búsqueda del absoluto en las formas del totalitarismo político, o dejarse invitar a la creación moral.
Destruir sin crear instaura el estado de control y exterminio desde el poder totalitario, lo que justificó y legitimó la injusticia de las teocracias totalitarias del siglo XX, o el “Terrorismo de Estado”[6], como afirma Camus.
La tesis de El hombre rebelde (1951) se basa en la búsqueda de la justicia, precedida por la denuncia de todo régimen totalitario. Dicha tesis es coherente, considerando que los regímenes totalitarios acababan de hacer estragos en la Europa deificada en la razón (Hegel y sus múltiples interpretaciones en el ojo de la sospecha) y que rendía culto de salvación a la política como nueva religión.
Cristianos y marxistas abrazados en un mismo ideal: creación ficticia de una esperanza utópica.
Entonces, ¿qué es el hombre rebelde? ¿A qué responde su rebeldía? ¿Contra qué o quién se rebela? Como el mundo es el único existente del cual no puede eludir, a no ser que lo renuncie con el suicidio, el hombre dice no a dicha existencia.
No tolera soportar que su existencia sea marcada por un mundo predestinado. “El hombre rebelde” se rebela contra la creación y las imposiciones irracionales que le oprimen; eleva su protesta para comprender y aceptar lo único existente.
A través de los rebeldes míticos, ejemplifica cómo afirmarse en la Tierra, y solo se alza contra aquello que pretende aminorar su rol o menoscabar su situación: los imposibles, el Todo, lo eterno. Por tanto, su rebeldía significa conocimiento de los límites, sentido de la mesura y rechazo de cualquier intento que trate de superarlos.
Es decir, lo contrario a la negación del nihilismo pasivo que Nietzsche ya había entrevisto en La voluntad de poder, que no significa otra cosa sino la resignación hacia la vida, incapaz de disfrutar y amar, anulando cualquier deseo humano[7].
La creencia en que todo es absurdo y nada tiene sentido es renuncia absoluta a la vida, esencia de la decadencia, que el cristianismo aprovecha para proyectar la idea de una vida mejor en el más allá[8]. En contrapartida, “…la rebeldía es propia del hombre informado, que posee la conciencia de sus derechos”[9].
Entonces, el hombre rebelde se sitúa más allá de los límites establecidos por la metafísica, el mito o la moral sacralizada porque busca “un orden humano en el que todas las respuestas sean humanas, es decir, razonablemente formuladas”[10].
El hombre que se sitúa más allá de éstas limitaciones intuye que puede establecer orden razonable y solidario, es decir, que sea para todos, cuyo propósito lo empuja a la interrogación, a la negación, donde la palabra se vuelve rebelde, puesto que en el mundo de lo sagrado toda palabra es acción de gracia.
En otro sentido, hallar una regla de conducta humana fuera de lo sagrado[11].
“En la experiencia del absurdo, el sufrimiento es individual. A partir del movimiento de la rebeldía cobra conciencia de ser colectivo, es la aventura de todos. El primer progreso de un espíritu imbuido de rareza consiste, pues, en reconocer que comparte esta rareza con todos los hombres y que la realidad humana, en su totalidad, sufre de este distanciamiento respecto a sí y al mundo. El mal que sufría un solo hombre se hace peste colectiva”[12].
La rebelión debe ser entendida como práctica constante que descubre una nueva ontología. Pues, el hombre que se percata de la condición social del absurdo, pero que en el fondo guarda un sentido colectivo, revela la doble naturaleza del acto de resistencia: frente al absurdo y la afirmación de un valor universal, se encuentra el sentido de la humanidad.
El sentido de este valor universal explica que la rebelión no nace solamente del padecimiento por una ofensa sufrida del individuo como primera persona, sino de los agravios espoleados hacia los demás. Entonces, la nueva ontología propiamente de lo humano significa el restablecimiento de la esfera común de los hombres: conocimiento de los límites, cuyo sentido apunta a que la sobriedad de la existencia debe preservar la vida y luchar contra el mal.
En El hombre rebelde de Camus, como síntomas y efectos de los problemas acuciantes del siglo XX, se halla la renuncia al individualismo, la lucha contra la existencia despersonalizada y objetivada, la negación de todo tipo de opresión, el no rotundo a seguir realizando lo mismo como autómata inconsciente y con sentido de culpabilidad por los actos prohibidos de una moral con doblez.
La existencia del hombre no se basa en “negar y desesperarse”, tampoco en la “superación de los límites”, sino la plena aceptación de los límites, frente a los conceptos absolutizantes (como Verdad, Razón, Virtud, etc.) y desmedidos. De esta manera, el hombre rebelde recobra la unidad, que no es sino la armonía de los distintos, e identidad con el mundo para volver a ser lo que es.
“El conflicto profundo de este siglo –dice Camus– puede que no se establezca tanto entre las ideologías alemandas de la historia y de la política cristiana, que de cierta manera son cómplices, cuanto entre los sueños alemanes y la tradición mediterránea, la violencia de la eterna adolescencia y la fuerza viril, la nostalgia, exasperada por el conocimiento y los libros, y el valor endurecido y clarificado en el transcurso de la vida; la historia en fin es la naturaleza”[13].
Camus aboga, en este sentido, a que la existencia colectiva conduzca al hombre hacia la justicia y la libertad, de modo a que nadie perezca ni se desplome en una gracia divina. Es decir, el No del hombre rebelde es un Sí que busca orden, restauración, contenido racional a la existencia humana, considerando que el nihilismo absoluto solo puede conducir al suicidio (todo es absurdo para el individuo y la vida deja de tener sentido) y al asesinato (si Dios no existe, todo está permitido: Raskólnikov de Crimen y castigo).
De allí que la tesis de Camus –argumento que oscila entre el relativismo y el perspectivismo– responde a la idea de que la libertad y la justicia para todos implican “límite”. Pues, la justicia y la libertad propuestas y hechas a la medida de las ideologías, son “rebeldías serviles”, cuando que la verdadera rebeldía se encuentra en los valores vitales.
Ni Estado, ni ideologías, ni religión y mucho menos superhombre sirven de modelo, puesto que todos ellos perecieron con el siglo de guerras y muertes. La verdadera razón de la existencia humana está en conquistar, en solidaridad, la justicia y la libertad para todos en la armonía de los distintos.
Actualidad de Camus
Camus es uno de los autores más polifacéticos, pero no por ello fácil de entenderlo. Implica mucho presupuesto histórico, teórico, filosófico y situacional para que sus escritos sean comprendidos a cabalidad. Sus análisis fueron respuestas sobrias ante los desgarros personales, y frente a un presente y futuro incierto dejado por la Segunda Guerra Mundial, la opresión de Francia sobre Argelia y las disputas ideológicas en auge en toda Europa.
Las ideologías políticas revolucionarias de finales del siglo XIX y siglo XX, de las cuales Camus fue un testigo ocular, enredan un extraño juego de cumplido–incumplido en el hombre: el sujeto “es” pero, sin embargo, le ha sido vedado su ser verdadero (por el Estado, el Capital, la Religión, etc.), vituperándolo y ofendiéndolo en su esencia, lo cual le obliga a volver a “ser” continuamente.
En cambio, la historia todavía no es, pero un día llegará a ser, quedando a merced de la acción revolucionaria.
La rebeldía del hombre es un método auténtico y se afirma como la contracara a la promesa de la revolución para la transformación del mundo, porque ésta –la revolución– exige ser realizada en nombre de una idea totalitaria, e implica renunciar a la creación en el único mundo posible, que sólo ofrece como consuelo lo eterno como posibilidad escatológica y utópica.
Como todo intelectual comprometido, ha estado en el ojo de la crítica por sus contemporáneos. Especialmente, la ácida crítica de Sartre a Camus a partir de la publicación de El hombre rebelde, supuso la ruptura entre ambos pensadores.
En su análisis sobre la mesura y desmesura, Sartre le reprocha a Camus la inviabilidad de conjugar rebelión del esclavo con respeto de la dignidad humana, que es también, al mismo tiempo, el respeto del amo que lo oprime.
En este sentido, cuando estalló el conflicto entre los rebeldes argelinos y el ejército francés, Camus optó por la mesura para ambas facciones; pues, nunca fue de su agrado el uso de la violencia legítima por una de las dos partes. Sino, más bien, recreaba idealmente la posibilidad de la violencia organizada que se empleaba sistemáticamente en la represión de París, como por los independentistas argelinos.
La actualidad de Camus estriba en la meritoria y coherente respuesta al contrasentido situacional de la existencia humana, haciendo énfasis en la reivindicación de los valores humanos a partir de una relectura desde nosotros mismos.
Por lo tanto, la defensa de la humanidad se convierte en un pilar sobre el que apoya su pensamiento en búsqueda de una resolución ante la tensión y las incongruencias del mundo (absurdo) como forma de encontrar la felicidad o sentimientos similares desde la propia existencia.
Por último, su apuesta por la libertad y la justicia humana es una propuesta política, cuyo sentido gravita en ofrecer una perspectiva ante el conflicto en que la creatividad suplante a la destrucción, cuyo poder emancipador del rebelde de crearse y recrearse constantemente desde sí mismo, convierta la tensión en algo bello.
Y la realización de esta propuesta política de liberación se da en cada paso, porque la rebeldía es un presente continuo.
Bibliografía y referencias
-CAMUS, A. El hombre rebelde. 3ra. Ed. Alianza: Madrid, 2015.
-CAMUS, A. El mito de Sísifo. Madrid: Alianza, 1995.
-FEUERBACH, L. La esencia del cristianismo. Salamanca: Sígueme, 1975.
-GUTIÉRREZ Sánchez, F. Camus y el existencialismo. pp. 121–136. En Espiga: Aportes, N° 4 (Jul.–Dic., 2001).
-NIETZSCHE, F. El Anticristo. Buenos Aires: Biblos, 2008.
-NIETZSCHE, F. La voluntad de poder. 17ma. Ed. Madrid: EDAF, 2009.
-RUIZ A, M., FERNÁNDEZ, T. y TAMARO, E. Biografía de Albert Camus. En Biografías y Vidas: La enciclopedia biográfica. Barcelona, 2004.
-SOLOMÓN, RC. Del racionalismo al existencialismo: los existencialistas y sus antecedentes del siglo XIX. Washington DC: Rowman and Littlefield, 2001.
[1] Cfr. Solomon, Robert C. Del racionalismo al existencialismo: los existencialistas y sus antecedentes del siglo XIX. Washington DC: Rowman and Littlefield, 2001, p. 245.
[2] Cfr. Gutiérrez Sánchez, Francisco. Camus y el existencialismo. pp. 121–136. En Espiga: Aportes, N° 4 (Jul.–Dic., 2001).
[3] Cfr. Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. Biografía de Albert Camus. En Biografías y Vidas: La enciclopedia biográfica. Barcelona, 2004.
[4] Cfr. Camus, Albert. El hombre rebelde. 3ra. Ed. Alianza: Madrid, 2015, pág. 13 ss.
[5] Cfr. Ídem, 27.
[6] Cfr. Ídem, 248 ss.
[7] Cfr. Nietzsche, Friedrich. La voluntad de poder. 17ma. Ed. Madrid: EDAF, 2009.
[8] Los dos autores que han tratado este tema con bastante profundidad, dedicando su pensamiento en derribar el andamiaje metafísico de la teología cristiana en sus diversas vertientes, fueron Feuerbach y Nietzsche. Ambos supieron ver las contradicciones del cristianismo, las justificaciones ideales de la teología y la agonía a la que induce al ser humano dichos contrasentidos, dado que implica la hipoteca del presente y del futuro en un mundo trasmundano (en el topus uranus, diría Platón). Fue el periodo más convulso de posicionamiento y teorías filosóficas, sociales y científicas, dado que, en el siglo XIX, heredero de la Ilustración como idea prometeica, la lucha por configurar las ideas según la realidad, o viceversa, estaban a la orden del día.
Por un lado, Nietzsche fue implacable en su crítica al cristianismo, al que de “el platonismo del pueblo”; mientras que, para Feuerbach, la afirmación teológica se trataba de argumentos encubridores que pretendía justificar la idea de un mundo trascendental, cuando que, “todas las proyecciones en el más allá son objetivaciones de la esencia del hombre”.
Véase, Nietzsche, Friedrich. El Anticristo. Feuerbach, Ludwig. La esencia del cristianismo.
[9] Camus. El hombre… Óp. Cit. pág. 37.
[10] Ibíd.
[11] Desde la perspectiva de Nietzsche, el consentimiento entusiasta a la tierra es también un sí a los padecimientos y al dolor, el precio que el superhombre paga para reinar sin Dios, y que debe ser, de un momento para delante, el sentido de la regla humana para su existencia colectiva.
[12] Camus. El hombre… Óp. Cit. pág. 39.
[13] Ídem, 412.
*Pelagio Pérez Notario (1985) es profesor de ciencias sociales. Tiene una licenciatura en antropología cultural por el Ateneo de Lengua y Cultura Guaraní y una licenciatura en filosofía por el Instituto Superior de Estudios Humanísticos y Filosóficos. Es maestrando en ciencias de la educación y docente de tiempo completo de historia y teoría del conocimiento para el Programa de Diploma del Bachillerato Internacional en el Centro Educativo Arambé.
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Buenísimo artículo. Disfruté profundamente la lectura del, muy certero, análisis.
Excelente el artículo!
El artículo, muy interesante!!! Inspirador para la reflexión y el análisis de lo qué estamos pasando a la luz de la libertad, justicia y la rebeldía
Qué hoy, antes y en futuro
Existe en la humanidad…
¡Excelente! Interesante artículo… Una breve pero concisa presentación de Camus y su pensamiento… Una llamada a la reflexión y la rebeldía crítica
Excelente Información, muy interesante para retomar la idea de reformar las ideas, tenemos mucho que aportar en las ideas y formas de pensar contemporáneas, gracias Pelagio.