La calla Palma de Asunción es protagonista durante un carnaval en la novela de José Rodríguez Alcalá. (Edgardo Olivera / Flickr)
5 min. de lectura

Por Gabriel Villalba *

En una de las tantas tertulias llevadas a cabo en la Universidad Nacional de Itapúa (UNI), una lectora mencionó su interés de leer la novela “Ignacia, la hija del suburbio”, cuyo autor fue un argentino apellidado Rodríguez Alcalá.

La dificultad que le impedía hacerlo era la indisponibilidad del libro en formato digital y que las librerías encarnacenas no hablaban de ella en sus escaparates. De la tertuliana me enteré que la obra databa de 1905 y la sociedad asuncena de principios del siglo XX gozaba de presencia en sus páginas.

Grande e inextinguible fue mi deseo de asomar la nariz en la novela desde aquella tarde. Sabía que algo de historia, alguna porción del ayer paraguayo estaría depositado en sus líneas.

Tuvieron que trascurrir casi cinco años y arrinconarnos la cuarentena en la soledad de nuestros hogares para finalmente dar con la obra en la biblioteca municipal de Santa Rosa, departamento de Misiones, al sur del país.

Para juzgar la valía de Ignacia dentro de la literatura nacional es preciso destacar algunos hitos:

*Al publicar la novela, el autor cuenta con veinte años.

*Con Ignacia se inaugura el género novelesco del país, esto debido a que los intelectuales de casa se encontraban abocados a estudios historiográficos y artículos nacionalistas de posguerra.

* A lo largo de sus páginas, se visibilizan facetas sociales de la cultura paraguaya con un realismo sobrio.

* Primera novela de ambiente e inspiración paraguaya.

* La obra eleva una voz de denuncia social y la posición tomada por el autor es a favor del oprimido.

Resumen de la trama

La novela de José Rodríguez Alcalá cuenta con poco más de cien páginas distribuidas en catorce capítulos. De trama prolija y concisa sostenida por apenas dos personajes principales y algunos secundarios, el narrador omnisciente enfoca la atención en Ignacia, protagonista principal de la obra.

Si en las primeras líneas el autor nos ofrece una descripción con riqueza de detalles sobre los rasgos físicos de Ignacia, así como del suburbio mísero donde arrastra su existir, simplemente es con la intención de pasar a descubrirnos su mundo interno.

Los pensamientos, sentimientos, penas y pasado tortuoso de “la cortesana” nos son relatados con maestría y ayudado por las reflexiones del narrador vencemos la superficialidad vacua para adentrarnos en lo profundo del universo de Ignacia.

El libro de José Rodríguez Alcalá se publicó en 1905. Aquí una edición de Criterio de hace algunos años. (Ediciones Técnicas Paraguayas)

Una prostituta del suburbio asunceno, quien desde los diez y ocho años se ve lanzada a la calle y obligada a tejerse alas para permanecer a flote en un medio erigido sobre desigualdades y barnizado de hipocresías.

Es Ignacia hija de un italiano ya entrado en años con una asuncena. El honesto y trabajador padre permanecía largos días fuera de casa por motivos laborales, días en que la madre solía llenar la ausencia del marido con un amante.

Un día, cuando Ignacia contaba con trece años, el padre llega inesperadamente a su hogar y encuentra a su mujer en brazos de su amante. Inmediatamente la mujer es echada de la casa y el padre viaja a su país de origen dejando a su hija en un colegio de hermanas religiosas.

Al cabo de dos años, Ignacia recibe la noticia del fallecimiento del padre y la madre la saca de la institución para llevarla en el nuevo hogar que formará con su amante. Aquel nuevo hogar tan solo sería la prosecución del infierno para la adolescente.

La madre y el amante se entregaban al desenfreno y a los vicios, y al ser Ignacia una jovencita hermosa no tardó en levantar suspiros de los amigos de dudosa moralidad que frecuentaban la casa.

Un día, el amante desaparece de la casa robando lo poco que sobraba de la herencia del italiano. Para sobrevivir, Ignacia permanece horas y horas frente a la máquina de coser y la poca entrada que conseguía era dilapidada por la madre, quien no contenta con tal actitud invitaba a sus amigos para cortejar a su joven hija y así ganar algún dinero.

Al oponerse Ignacia a la madre, esta la echa a la calle y tras unos intentos de ganarse la vida honestamente, a pesar de su soledad e inexperiencia ante la vida, Ignacia es absorbida por el bajo mundo de la prostitución. Su morada, rancho miserable de una sola pieza, estaba en el suburbio que servía de hábitat a oscura gente que no aparecía en las revistas ni en las secciones sociales de los diarios.

Sin embargo, amparados por la oscuridad de las noches sin luz eléctrica, los pasillos llenos de barro y desechos putrefactos recibían la presencia de altaneros caballeros, mozos con finos trajes y señores respetados de la sociedad burguesa que iban en busca de placeres que en el suburbio se comercializaba.

Ignacia, joven y hermosa, era muy solicitada y entre sus amantes frecuentes se encontraba Juan Cabral, quien en una noche de pasión propone a Ignacia dejar el suburbio y la prostitución para ir a vivir en una casa que él alquilaría. Fue inmensa la dicha y las ilusiones de Ignacia que prometió fidelidad y amor incondicional a su amante.

Y así fue, ella misma consiguió una casita sobre la calle Antequera. Cuatro años duró el romance, periodo en el cual, la mujer de los suburbios llenó la casa de orden y redoblaba su amor y cariño por su amante con quien tuvo dos bellos hijos.

Sin embargo, y según pensamientos del autor, la redención es difícil de conseguir para mujeres como Ignacia, a quien la buena sociedad no permite un completo acceso en sus esferas y tarde o temprano vuelven al submundo del cual procuraron salir.

Cabral -joven apuesto y galanteador por naturaleza durante los cuatro años con Ignacia- mantenía innumerables relaciones con diversas jovencitas de acomodadas familias. Entre estas relaciones se encontraba Laura, esposa de su primo, una dama de buen apellido.

Al empezar a correr los rumores que dejaba mal parada la reputación de la dama, esta estimula a Cabral a casarse con su prima Victorina, joven huérfana y heredera de trescientos mil pesos. Cabral, fuertemente tentado por la herencia acepta el matrimonio para salvar la reputación de la dama de sociedad y así proseguir sus amoríos.

Ignacia se siente destrozada en cuerpo y alma con el abandono de su amante y la misma noche del matrimonio su hijo mayor, Cachito, muere a consecuencia de una fiebre extraña. En esos desoladores días, Ignacia vuelve a reencontrarse con la madre e impulsada por la tristeza y soledad le perdona todos sus agravios y vuelven a vivir juntas.

La madre, indignada por el actuar de Cabral y Laura, convence a su hija a vengarse y desenmascarar el falso rostro de buenos modales que proyectan en la sociedad. La venganza llega una noche pomposa y florida de carnaval sobre la calle Palma.

Ignacia es presentada por la madre al esposo de Laura como clienta sexual, sin embargo, en vez de ofrecerle placer corporal esta lo conduce en el coche donde Cabral y Laura salvaguardados por máscaras carnavalescas participaban en el desfile y les arranca sus caretas desbaratando la pretendida honorabilidad de los amantes.

El esposo de Laura acomete un escándalo en plena noche de carnaval y toda la colorida multitud fue partícipe de ello.

Mensaje de denuncia social

Siendo la prostitución el tema principal de la novela, José Rodríguez Alcalá encuentra vía para denunciar el machismo preponderante en una sociedad que hipócritamente simula piedad hacia esas mujeres caídas, pero es la misma sociedad injusta la que posibilita esa realidad.

Las condiciones en que muere Cachito sirvieron para denunciar cuan desamparados están los paraguayos frente a un sistema de salud extremadamente precario, y al reflexionar sobre la novela encontramos tantos otros males que aquejaban a la sociedad paraguaya de comienzos del siglo pasado.

No solo la plebe sostenía con desdicha ese mundo paraguayo del ayer. De la boca de Cabral nos enteramos de la vaciedad y superficialidad que corroía el día a día de la clase privilegiada. Como si la absurdidad y la decadencia ya hubiese mostrado indicios de pretender arrinconarse en el Paraguay que seguía conmocionada por una guerra sanguinaria y en los umbrales de otro conflicto bélico, esta vez con Bolivia.

A más de cien años del nacimiento de esta obra, esta nos empuja a reflexionar sobre las realidades de nuestro tiempo. ¿Alguna vez nos hemos puesto a pensar en las necesidades y penurias que subyacen la vida de las trabajadoras sexuales que pueblan las noches de la avenida Caballero o en las inmediaciones del campo santo encarnaceno?

¿Seguiremos alimentando y/o ignorando los males sociales que acarrea la cultura machista en el país? ¿Aún existen niños como Cachito que mueren ignorados en el abandono y la miseria? ¿Acaso no siguen sufriendo los adolescentes y jóvenes abusos, maltratos y falta de espacios apropiados para desarrollarse humana e integralmente?

La literatura ha tenido siempre el deber de acercar al humano a la reflexión, al cuestionamiento de su mundo y las obras mejor logradas se eternizan en la lista de los clásicos. Dentro de las fronteras de nuestra literatura, Ignacia es una de estas novelas, aún vive y espera ser descubierta por los lectores que buscan comprender su tiempo y son conscientes de que el presente se enraíza en el ayer.

 

* Gabriel Villalba Cabrera es de la ciudad de Santa Rosa, Misiones. Es licenciado en bilingüismo, guaraní-castellano, por la Universidad Nacional de Itapúa.

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