El mundo sigue pendiente del SARS-CoV-2 y de la COVID-19 este 2021. (Jessica Johnson - Icahn School of Medicine at Mount Sinai)
7 min. de lectura

 

Es un común error que siendo médico, uno pretenda ser  su propio médico. Ante la desventura de estar contagiado por la COVID-19, debemos saber elegir y seguir las instrucciones de nuestros médicos tratantes. Ellos son quienes eligen las mejores fuentes científicas para su accionar.

Haber estado enfermo e internado con COVID-19 representa una experiencia muy personal, donde se plantean grandes preguntas que contraponen el valor o la justificación de la existencia a la posibilidad o necesidad vocacional de seguir accionando en los campos de la práctica médica y la investigación científica.

Permítanme relatar un proceso, no solo de internación en un sanatorio de Asunción, sino también de exploración y reflexión.

La COVID-19, Manrique y las posibilidades reales de morir

No puede negarse que fue una experiencia interesante, nunca me había internado en un hospital como enfermo, y sobre todo existencial, al plantearme por primera vez la posibilidad y las implicancias reales de la muerte. Pero lo tomé con la serenidad del fatalismo que me acompaña en tiempos difíciles, como residuos evolutivos de la cultura ancestral.

Pensaba en la simplicidad y profundidad de los versos del poeta Jorge Manrique en Coplas por la muerte de su padre, que tanto me impactaron en la adolescencia: Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar.

Pensaba en esos primeros momentos, cuando la enfermedad  no definía su dirección, su destino, dependiente de la heterogeneidad evolutiva del sistema inmunológico de cada individuo, sobre el legado de quien se va. Una preocupación de joven -que se fue afortunadamente atenuando con los años-.

Porque, ¿de qué vale el esfuerzo si todo termina sin posibilidad de que podamos mirar para atrás y estimar su efecto? Como la imposibilidad de ser testigo del propio entierro. ¿Vale dejar algo a la esposa, a los hijos, a los nietos, al país, al mundo, cuando uno sabe que todo es perecedero, aún en vida y que las más grandes contribuciones acaban por  terminar en el olvido?

¿No es acaso presuntuoso ocupar nuestro tiempo en esa vana búsqueda que antecede al inevitable final?

Las fuentes científicas

Aun siendo un escéptico, no es recomendable ser médico de uno mismo. Como enfermo -o paciente- trato de elegir los mejores médicos posibles, y luego no opino, no cuestiono, no pregunto, solo sigo sus instrucciones. Entonces, ya no elijo fuentes científicas, mis médicos lo hacen.

Mis médicos tratantes fueron los doctores Carmelo González Doldán y Juan Machuca. Mientras que los consultores especializados fueron los doctores Miguel Calvo, Sergio Lowing, Gilberto Chaparro y Raquel Lemir. Todos ellos fueron formidables en su trato humano e impecables y rigurosos en el enfoque terapéutico basado en ciencia sólida demostrada.

Debe uno transmutarse, reconvertirse de médico a enfermo. Me trataron muy precozmente, con mínimos pero significativos signos y síntomas en progresión, con documentación radiológica y laboratorial temprana, y con mucha intensidad.

Fue interesante ver la relación del manejo terapéutico con la sintomatología clínica y los datos de laboratorio. «La clínica es soberana» decían nuestros profesores, y me di cuenta cuán cierto es este milenario aforismo. Esto se evidenció cuando discreparon los síntomas o signos médicos con los datos laboratoriales. Lo que no fue infrecuente.

Siempre mis médicos, con visión sistémica, priorizaron la clínica, de mayor generalidad, que el laboratorio, de menor nivel jerárquico en el razonamiento clínico. Necesario antirreduccionismo. No debe uno asustarse de los datos, son solo eso, ni los médicos tratar un dato laboratorial que tiene su margen de error y requiere contexto.

Durante mi internación en una clínica privada, el Sanatorio San Roque, de atención deferencial e impecable debo decir, he recibido numerosos medicamentos administrados en momentos diferentes de la enfermedad. Porque -como decía el profesor Rolón, igual que Alfred N. Whitehead, cuyo libro Proceso y Realidad estaba en su biblioteca del Hospital de Clínicas- la enfermedad es un proceso, tiene su inicio, su progresión y su final.

Distintos medicamentos de acuerdo y coincidiendo con las  etapas de la enfermedad. Esta es una estrategia crucial. La incubación, los síntomas, los signos, la fase de compromiso pulmonar, la fase inflamatoria de liberación de citoquinas que puede ser tormentosa, la microtrombosis vascular, la diseminación a otros órganos, etc. No debe medicarse ni precozmente ni tardíamente a la COVID-19, sino en su momento.

Esta conducta debe estar dirigida por el conocimiento íntimo científico de lo que ocurre molecularmente en esta enfermedad. No caben aquí el empirismo, el tanteo sin conocer los mecanismos o probar si funciona porque escuchamos anecdóticamente que a algunos pacientes les hizo bien o por las modas pseudocientíficas que hasta algunos colegas profesan con pasión.

No, debe existir un precedente de indagación científica rigurosa más que de la droga que se utiliza, del proceso interno de la enfermedad.

Con la racionalidad de estimar correctamente las etapas de la clínica y la patogénesis, es decir los mecanismos de la enfermedad, fue que recibí durante 8 días oxígeno, corticoides, insulina, antivirales, antígenos monoclonales, anticoagulantes y brevemente antibióticos. Ninguno ataca directamente al virus, sino a sus efectos que pueden darse en cadena o cascada lo que induce a otras complicaciones y estas a su vez a otras, ad infinitum.

Algo que valoro -y felicito al virus y a su filogenia de evolución milenaria- es la transparencia en cuanto a la mecánica de su relación con el cuerpo humano. Existe como cierta predictibilidad de lo que va a hacer, y el tiempo en que realiza su vil y meticuloso trabajo. Aunque no sepamos con qué fuerza responderá  el cuerpo, esto último no  predecible aunque definitorio para el pronóstico final.

Porque más que el virus, inductor fáustico, el actor letal es el propio cuerpo reaccionando por su ignorancia y el haber sido engañado, con desproporción. No sabemos quién vivirá y quién no en idénticas condiciones de edad, corporales y de acceso a los tratamientos. El conocimiento de los mecanismos de acción permite diseñar estrategias terapéuticas bien científicas y acordes con los momentos de lo  que ocurre en el cuerpo.

Como paciente asumí cierta serenidad por la confianza en mis médicos y su conocimiento, pero también como resignación al impredecible destino decretado por el azar evolutivo de la naturaleza al construir nuestro complejo y único aparato inmunológico. Esto último, además del manejo clínico y el acceso a las medicaciones, explica la heterogeneidad pronostica.

Estructura en 3D de un coronavirus. (Wikimedia)

Acceso a los medicamentos en el Paraguay

Tuve acceso a los medicamentos, creo que sí, con pocas excepciones de drogas experimentales de base molecular aún no disponibles en el país, en consultas con especialistas experimentados en la COVID-19 en los Estados Unidos, las medicaciones fueron muy similares.

Tuve ese privilegio de ser atendido por buenos médicos, consultar a tiempo y de disponer de las medicaciones necesarias, lo que triste e injustamente le está vedado a la mayor parte de nuestra población de condiciones más vulnerables.

¿Cuántas vidas pudieron haberse salvado si todos los paraguayos pudieran haber recibido el mismo trato que yo recibí? En esta enfermedad, donde no existen tratamientos específicos, como los antibióticos para la infección bacteriana, es más importante el diagnóstico precoz y combatir también precozmente las complicaciones causadas por el virus que son genéricas y de manejo clínico conocido y frenar así la extensión de la enfermedad.

Cuantificación de las lesiones

Mis lesiones fueron exclusivamente pulmonares. Al inicio de la enfermedad comencé con una afectación pulmonar de más o menos 5 a 10 % de la superficie respiratoria con una oxigenación de 93 % cuando se decidió mi internación.

Rápidamente, el proceso se extendió a más o menos el 20 % del pulmón con lesiones que para la radiografía o tomografía computarizada son muy características de la COVID-19, de acuerdo a la opinión de radiólogos experimentados.

El monitoreo, es decir el seguimiento de las imágenes, se realizó diariamente de acuerdo al protocolo así como los complejos análisis laboratoriales. La intensidad, precocidad y seguimiento del tratamiento en los primeros días permitieron que hacia el quinto día de internación pueda notarse un frenado en el desarrollo de las lesiones pulmonares, lo que evitó probablemente su expansión clínica a otros órganos.

La oxigenación mejoró a 95 o 96 % y de acuerdo a ellos se disminuyeron la cantidad de oxígeno y los medicamentos, hasta que hacia el séptimo día la oxigenación se recuperó a su valor normal de no fumador de 97 a 98 %. En ese momento se decidió mi alta del hospital.

Quedan secuelas cicatriciales afectando aproximadamente un 10 % de la superficie pulmonar, sin traducción en síntomas clínicos como insuficiencia respiratoria. Luego de más de 3 meses del diagnóstico inicial puedo decir que la recuperación es semi completa, manteniéndose cierta debilidad corporal no inhabilitante que aparece cada tanto, para durar uno o dos días y luego mejorar de nuevo.

He recibido unos días previos a mi internación la primera dosis de la vacuna AstraZeneca. Debido a que se me administró anticuerpos monoclonales como parte del tratamiento, que debilita el efecto de la vacuna, debo recibir la segunda dosis a los 3 meses luego del diagnóstico de la COVID-19.

En el último año, el Dr. Antonio Cubilla, médico, patólogo e investigador, siguió trabajando en el cáncer peneal y en otras líneas de investigación. (Foto de Ciencia del Sur)

Entre el dolor y el aprendizaje

Hay un dolor espiritual casi diario ante la pérdida de numerosos compatriotas, amigos, parientes, colegas médicos, gente de valor nacional en distintas disciplinas, pérdidas irreparables. Hemos aprendido un poco más a ser humildes ante el inexorable destino.

A vivir en soledad física, apreciar más la familia inmediata, esposa, hijos y nietos, que ahora son casi la única compañía. A pensar en la muerte. A diseñar el futuro residual. Propicia el silencio de la soledad  la búsqueda de nuevos caminos.

A leer menos libros generales y reflexionar más, para generar ideas disociadas de las lecturas. También aprendí a leer más libros especiales (de la especialidad médica) para no perder actualidad y así  cuidar el trabajo ante la incertidumbre económica de la pandemia. A escuchar o mirar y haraganear disfrutando historias de antes y de mañana. A pensar, prever y esperar en paz la inevitable reaparición de otros jinetes terribles del Apocalipsis.

La investigación y el trabajo actual

Ante la consulta de los editores de Ciencia del Sur sobre cómo afectó a la práctica de la ciencia esta temible enfermedad puedo decir que el aislamiento, el invalorable silencio, la disminución de lecturas vanas, la focalización y la reflexión inevitables han producido una interesante catarsis de ideas en mi humilde y pequeña área de investigación científica.

Hemos publicado -junto a mis colaboradores, hoy virtuales- varios estudios anteriores y pensado y diseñado varios proyectos de investigación. Que lo hemos compartido con la comunidad internacional de colegas interesados.

Hemos sido parte y unido a un grupo global de investigadores y difusores de nuevo conocimiento de tumores raros, con asiento en Estados Unidos e Italia. Somos parte de un grupo enorme latinoamericano que diseña proyectos de investigación en cáncer urológico.

Todo de manera virtual. Terminó la era de los congresos, presentaciones y viajes. También, hemos participado en webinarios internacionales sobre temas de interés y presentado nuestras ideas y trabajos recientes al mundo global. Seguimos trabajando en el primer modelo experimental en ratones genéticamente modificados para cáncer peneal previamente publicado con un grupo de investigadores europeos y brasileños.

Diría que hubo en estos 2 años un mantenimiento o leve incremento de la actividad investigativa, que hoy nos parece más liviana, más lúdica, con una capacidad mayor de ir prescindiendo de altos objetivos ante serios cuestionamientos existenciales sobre el verdadero valor de nuestra obra científica.  

 

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Directivo y columnista de Ciencia del Sur. Es un destacado médico patólogo, investigador y comunicador científico. Es Premio Nacional de Ciencia de Paraguay 2002 por sus trabajos sobre cáncer de pene y actualmente es uno de los científicos paraguayos más productivos, según el Conacyt.
Recibió la prestigiosa Medalla Koss, que otorga la Sociedad Internacional de Patología Urológica. Es director del Instituto de Patología e Investigación, IPI. Como comunicador científico se inició en el diario ABC Color hacia finales de los '60. Tiene decenas de publicaciones científicas y capítulos en libros que van desde la medicina a la educación superior.
En Ciencia del Sur escribe columnas y editoriales sobre medicina, patología, epistemología, filosofía de la ciencia y educación universitaria.

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