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Cuando era estudiante en la Universidad Nacional de Asunción, tomé contacto con varios mitos universitarios paraguayos, algunos de los cuales eran tenidos como verdades totalmente evidentes por docentes, estudiantes y también por personas no ligadas directamente a la universidad.

Uno de los más memorables era el mito de que en la universidad debíamos de tener como profesores a los graduados de la misma casa de estudios que ahora trabajan en las empresas más destacadas del país. Sonaba sensato, inicialmente, pero como muchos mitos no resistía un análisis crítico más profundo.

Apenas uno salía del país y notaba que ese no era el caso en universidades mucho mejor ranqueadas ni en los más prestigiosos institutos. En estos lugares, los docentes eran académicos de profesión, verdaderos profesionales del conocimiento, como mínimo con doctorado en su área de desempeño y con amplia experiencia en la investigación.

Son personas cuyo saber está adelantado incluso al de la industria y cuyo saber alimenta a la industria por medio de distintas cooperaciones con ella. De pronto caía la ficha. Por mucho tiempo nos comimos un cuento totalmente absurdo. ¿Qué industria va a venir a regalar los conocimientos que con mucho esfuerzo extrajo y que le proveen de ventaja ante sus competidores en el mercado?

¿Qué industrial va a permitir que sus empleados vayan alegremente a regalar sus preciados secretos a sus potenciales competidores, o a los futuros empleados de sus potenciales competidores? Es todo lo contrario. Lo que les conviene es limitar ese conocimiento a su empresa y aquellos docentes más cínicos tal vez hasta se hayan sentido tentados a limitar de propósito la calidad de la futura competencia.

Mucho daño se le hizo a la universidad con este mito. Activamente se cerraron puertas a profesionales del conocimiento que reclamaban su lugar natural de trabajo. De hecho, algunas instituciones se blindaron con todo tipo de chicanas para que los académicos no puedan sacar a los industriales y empleados de industriales de las cátedras, manteniendo así un esquema condenado al fracaso.

La terna de candidatos a presidir el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología incluye a personas sin formación en I+D ni experiencia científica. (Conacyt)

El resultado es la desastrosa situación en la que se encuentra el grueso de nuestra educación superior. Una vez que se desvanece la ilusión del mito, pronto uno percibe similares autoengaños. Resulta que lo que arriba describí es solo una manifestación más de una creencia muy prevalente. La idea de que la capacidad se mide por el éxito económico.

El razonamiento parece ser el siguiente: como a nadie le viene mal más dinero, debe ser que todos lo quieren, y entonces aquellos que tienen más dinero deben ser los más hábiles humanos. Ese caricaturesco razonamiento termina en una simple apología de la plutocracia. Al final terminamos en que los que tienen más plata deben mandar porque ellos son mejores.

Hay mucho que desglosar en esa argumentación hipersimplista; pero, para no desviarnos del punto, solo voy a afirmar que esa no es una buena descripción de cómo la mayor parte de los científicos planea su vida, y que pensar de esa manera nos llevará al tipo de catástrofe que tenemos en la educación superior, copada por cualquier cosa menos por profesionales del conocimiento.

El problema de la terna del CONACYT es apenas lo que aflora a la superficie. En realidad, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología no puede sino estar compuesto en su abrumadora mayoría por profesionales del conocimiento. Gremios que interactúan con la ciencia pueden tener participación, idealmente sin voto en este tipo de consejos, y mismo así minoritaria.

En cualquier disciplina técnica se necesita una amplia familiaridad con las cuestiones a determinar. Del mismo modo en que para construir un edificio no se determina el tamaño de la fundación por consulta popular a un equipo de 20 economistas y 2 profesionales de la ingeniería. Los economistas serán muy capaces en otros aspectos, pero no en determinar cuestiones mecánicas de la construcción.

El escenario análogo es todavía más ridículo cuando se trata de la ciencia, ya que es difícil pensar en cuestiones más técnicas y especializadas que las que atienden los científicos. Lo de la terna es apenas un síntoma del absurdo en el que estamos. Pero por lo menos dentro de este absurdo démosle el mando a los especialistas del grupo.

Si vamos a decidir cómo hacer los cimientos de un edificio con 20 economistas y 2 especialistas en cimientos, pues al menos démosle mayor preponderancia a los especialistas dentro de ese consejo.

Los investigadores paraguayos exigen que el próximo presidente del Conacyt, para el periodo 2019-2021, provenga del mundo de la ciencia. (Ciencia del Sur)

 

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Carlos Galeano Ríos es matemático e investigador. Es ingeniero electromecánico por la Universidad Nacional de Asunción y tiene un PhD en matemática y un MSc en matemática computacional y modelado matemático por el IMPA de Brasil. Fue research associate en la Universidad de Bath, Inglaterra, y research fellow de dinámica de fluidos en la Universidad de Birmingham del Reino Unido. Actualmente trabaja en consultoría científica para la innovación.

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3 COMENTARIOS

  1. Muy acertado artículo. Muy poca gente en Paraguay se da cuenta que la materia prima de la universidad (y del Hombre en sentido filosófico) es el conocimiento. Tal vez eso explique en parte el grado de desarrollo (o debiera decir subdesarrollo?) que tenemos. Mucha fuerza para todos los investigadores.

  2. Excelente artículo – Como dice Galeano, «La idea de que la capacidad se mide por el éxito económico» es totalemnte falso. Con ese argumento Paraguay sufrió la presidencia de Horacio Cartes.

  3. Síntoma del absurdo en el que estamos: seguimos en grandes crisis y cuestionamientos de lo que por definición se debe hacer…un manto de humildad necesitan las personas que llegan a escalar en la sociedad y que se deje a cada uno cumplir su papel…seguimos en gran medida disfuncionales socialmente no se respeta el rol de cada integrante…soberbia por todos lados

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