

Cerca de Johannesburgo, en un entramado de cuevas subterráneas, apareció uno de los conjuntos fósiles más numerosos asignados a una sola especie de homínido: al menos 15 individuos de distintas edades y sexos del Homo naledi. A pocos kilómetros, Australopithecus sediba sumó piezas inesperadas para entender el origen del género Homo. Son hallazgos del siglo XXI que reescribieron capítulos enteros de la evolución humana y convirtieron a Sudáfrica en un punto de referencia ineludible para la paleoantropología. Estamos en la Cuna de la Humanidad.
Durante décadas, los orígenes de la evolución humana se explicaron a partir de modelos dominantes y evidencias parciales. Los hallazgos bajo el suelo sudafricano no cerraron ese debate, sino que lo intensificaron y obligaron a revisar cómo, dónde y cuán compleja fue la aparición del género Homo. Fue en este sitio Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, a unos 50 km de Johannesburgo y 60 km de Pretoria.
Del 1 al 5 de diciembre, la Conferencia Mundial de Periodistas Científicos (WCSJ) tuvo como sede la capital administrativa del país. Desde allí, una veintena de comunicadores de cuatro continentes viajó a la Cuna de la Humanidad para recorrer el sitio y conversar con investigadores. Ciencia del Sur fue parte de esa experiencia.
Al esperar los buses para el traslado, Anthony Paton, subdirector de la Cuna de la Humanidad y experto en turismo, nos compartió su entusiasmo:
«Este es uno de los fósiles más importantes jamás encontrados en cualquier lugar del mundo. Coincidió con un aniversario muy especial: el del Niño de Taung. Al observarlo, armamos un rompecabezas en nuestra cabeza y nos preguntamos: ¿podemos encajar todas las piezas? La visita de hoy, espero, les ofrecerá un poco de explicación, un contacto directo con la historia y, sobre todo, un motivo para la reflexión”, nos asegura y muestra varios fósiles para que podamos ver y tocar.

Según Paton, el antropólogo Raymond Dart conocía la anatomía lo suficiente como para reconocer que aquello era extraordinario: una forma intermedia entre los seres humanos modernos y nuestros ancestros, con rasgos que se remontan muy atrás en el tiempo. Y con su pasión característica, nos resalta: “Al final, se demostró que tenía razón, y los científicos más destacados del mundo tuvieron que admitirlo, disculpándose por haber dudado de él. Aquí es donde comenzó todo”.
Pese a desafíos económicos y sociales, Sudáfrica se destaca en la ciencia mundial por su tradición de descubrimientos y su inversión sostenida en investigación. En 2023/24, destinó ZAR 43.413 millones (≈USD 2,6 mil millones) a I+D, liderados por educación superior y sostenidos por gobierno, empresas y financiamiento extranjero. Las investigaciones se enfocan en medicina, ingeniería, biotecnología y ciencias sociales, con creciente participación femenina, que alcanza casi el 48 %.
Estos datos consolidan al país como un actor clave en el avance científico global. Invierte el 0,62 % del PIB en ciencia. Es el segundo país que más invierte en ciencia en África, luego de Egipto.
Malapa, laboratorio natural

Llegando a Malapa, uno de los sitios más emblemáticos de la Cuna de la Humanidad, nos recibe Howard Geach, guía sudafricano y especialista en patrimonio natural y paleoantropología. Antes de adentrarnos en el museo que custodia las historias de millones de años, nos invita a compartir un desayuno sudafricano completo, con sabores que anticipan la riqueza de la región: desde huevos y pan recién horneado, pasando por embutidos hasta frutas locales, café y té africano.
Mientras degustamos, Howard nos introduce al valor excepcional del lugar:
«Malapa fue inscrito como sitio de patrimonio en 1999 y forma parte de la Reserva de la Biosfera de Magaliesberg, reconocida en 2015. Es un área de un valor natural increíble, no solo por sus fósiles, sino también por su entorno relativamente salvaje e intacto, en medio de los 16 millones de habitantes de toda la provincia de Gauteng. Es un lugar verdaderamente significativo».
El recorrido no es solo arqueológico. Howard, quien al inicio de su carrera fue un ingeniero de minas, combina la geología antigua, la botánica local, la observación de fauna y flora y, por supuesto, la paleoantropología. Cada paso revela la complejidad de un territorio que fue testigo de millones de años de historia natural y humana.
Ya en el museo, el guía nos explica que nos encontramos sobre un antiguo asentamiento de la Edad del Hierro tardía, con restos que datan de aproximadamente 200 a 900 años atrás, correspondientes a comunidades que produjeron herramientas de hierro y cerámica local.
Por debajo de estos niveles, se encuentran estratos de la Edad de Piedra, que incluyen vestigios del Paleolítico y Mesolítico de la región, mientras que niveles aún más profundos contienen restos de eras prehistóricas remotas.

“A medida que se exploran las capas, se observa algo extraordinario: la posibilidad de atravesar, literalmente, la secuencia completa de la prehistoria africana hasta la historia reciente. Cada estrato documenta antiguos conflictos humanos, adaptaciones culturales, estrategias de supervivencia y la evolución de nuestra especie«, nos comenta Howard.
Malapa se revela así como un laboratorio natural de la historia de la vida y la humanidad, donde cada fósil, cada roca y cada planta tiene algo que enseñar. No es solo un sitio arqueológico, en realidad es un viaje en el tiempo, una experiencia sensorial y científica que conecta al visitante con millones de años de evolución y cultura.

En el vientre de los descubrimientos
Del Museo de Malapa nos dirigimos a la Cueva Rising Star. En el camino, pasamos por algunas reservas y observamos, a poca distancia, algunos rinocerontes.
Este sistema de cuevas saltó a la fama en octubre de 2013, cuando en la galería Dinaledi, a unos 30 metros de profundidad, se encontraron los primeros fósiles de lo que hoy se conoce como Homo naledi. El nombre, naledi, significa “estrella” en sesotho, en honor a la cueva, llamada “Star”. Este hallazgo constituye la mayor colección de fósiles de una sola especie de homínidos jamás descubierta en África.

Junto con Australopithecus sediba, Homo naledi es uno de los descubrimientos más influyentes de la Cuna de la Humanidad, generando centenares de citas científicas que replantearon debates sobre la evolución humana y la filogenia.
Otro fósil emblemático, Little Foot (StW 573), dio lugar a numerosos estudios sobre su datación, anatomía y clasificación, y su influencia en la paleoantropología fue notable, con especial impacto en revistas como Journal of Human Evolution.
“Pie Pequeño” es el sobrenombre de este homínido, catalogado como StW 573, cuyos restos fueron hallados entre 1994 y 1998 en el sistema de cuevas de Sterkfontein, y que constituye uno de los esqueletos más completos de los primeros australopitecos.
La investigación reciente sobre la fauna asociada (PeerJ, 2025) muestra un enfoque interdisciplinario creciente, que no se limita a los homínidos, sino que reconstruye también los paleoambientes en los que vivieron, ofreciendo una visión más completa de la vida en la Cuna de la Humanidad.
Nos recibe Lee Rogers Berger, el renombrado paleoantropólogo sudafricano-estadounidense y explorador residente de National Geographic. Lee Berger es reconocido mundialmente por sus contribuciones clave a la paleoantropología.
Es especialmente famoso por el descubrimiento del yacimiento Malapa, donde se halló Australopithecus sediba; por liderar la Expedición Rising Star, que excavó los fósiles de Homo naledi en la cueva del mismo nombre; y por proponer la controvertida Hipótesis del Ave Rapaz de Taung, que ofrece nuevas interpretaciones sobre la muerte de los primeros homínidos.

Con rigor y paciencia, responde a la batería de preguntas que le lanzamos los periodistas.
Berger explica que, al revisar material recién descubierto, llegaron a un área donde aparecen numerosos individuos jóvenes: «Nunca habíamos encontrado bebés en Malapa. Siempre fue un gran misterio por qué estaban allí. De repente, empezaron a aparecer en gran número. ¿Es un “gen de bebé”? No exactamente. Pero sí, tiene un fragmento de pelvis adherido. Tendremos que escanearlo con micro-CT y digitalizarlo».
El paleoantropólogo está más interesado en que vayamos a la cueva. Caminamos unos 300 metros más y la entrada a la cueva estaba ante nosotros. Nos acompaña la Dra. Keneiloe Molopyane, una destacada arqueóloga biológica y paleoantropóloga. Es investigadora en el Centre for Exploration of the Deep Human Journey de la Universidad de Witwatersrand (Wits University).
Nos ponemos los cascos y escuchamos atentamente todas las indicaciones. Abrimos dos portones, uno de ellos muy pesado, y entramos a Rising Star. Ante nosotros, millones de años de historia geológica pero también antropológica.
La paleoantropóloga nos presenta el contexto. En 2013, el profesor Berger estaba explorando nuevas cuevas en la Cuna de la Humanidad, acompañado de un equipo de espeleólogos. Una de estas cavidades, que en ese momento se conocía como Westminster Cave —hoy Rising Star—, era un lugar popular para quienes practicaban espeleología recreativa.

Una tarde, dos de los espeleólogos, Rick y Steve, decidieron aventurarse más allá de lo que indicaba el mapa del sistema. Pese a la oscuridad y la incertidumbre, continuaron explorando, confiando plenamente en sus habilidades y en el apoyo mutuo. Rick fue quien se adentró primero, y pronto notó que sus pies ya no tocaban el suelo: había más espacio por debajo, un pasaje desconocido que conducía a una cámara inaccesible hasta ese momento.
Esta nueva cámara, que hoy llamamos Cámara Dinaledi, reveló algo extraordinario. Al iluminar el suelo con su linterna, Rick se encontró rodeado de huesos: era el primer avistamiento de los fósiles que luego se conocerían como Homo naledi.
Impulsados por la magnitud del hallazgo, los espeleólogos contactaron de inmediato al profesor Berger, corriendo hasta su casa en Johannesburgo a altas horas de la noche. Nadie toca la puerta a altas horas en esta ciudad. Pero aquí había que hacer una excepción.
“Con una mezcla de urgencia y misterio, lograron convencerlo para que los acompañara y viera las fotos que habían capturado del sitio. Lo que Berger descubrió fue un conjunto fósil sin precedentes: a diferencia de otros yacimientos de la Cuna de la Humanidad, donde los fósiles suelen encontrarse incrustados en roca dura, los restos de Rising Star estaban depositados en sedimentos blandos, a simple vista sobre el suelo, lo que hacía el hallazgo aún más excepcional”, señaló Molopyane.
“Desde ese momento, la cueva Rising Star pasó a ser uno de los sitios paleontológicos más importantes del mundo, revelando secretos sobre nuestros antepasados que desafían la comprensión tradicional de la evolución humana”, agregó la arqueóloga y paleoantropóloga.

De la cueva nos trasladamos al laboratorio de curado, también llamado laboratorio de conservación y preparación de fósiles. Allí, los técnicos nos mostraron cómo se procesa el material que llega desde los distintos sitios arqueológicos. Cada fósil se registra en una base de datos y se digitaliza, de modo que los investigadores puedan acceder a la información en línea sin necesidad de venir físicamente al laboratorio.
Posteriormente, tanto los registros como los fósiles se trasladan a la universidad, donde se almacenan y se estudian, garantizando que el material esté disponible para la investigación de manera organizada y segura. Además, en esta oficina se identifican y confirman los huesos, y cada pieza se escanea para que los científicos en cualquier parte del mundo puedan examinarla mediante modelos digitales de alta precisión.
Para quienes necesitan interactuar físicamente con los fósiles, el laboratorio dispone de impresoras 3D. Normalmente, los investigadores reciben los archivos digitales y pueden imprimirlos por sí mismos, pero cuando requieren que la reproducción sea casi idéntica al original, el laboratorio utiliza impresoras avanzadas con láser.
Según el tipo de estudio que realicen, ya sea analizando la textura o solo la forma, se elige la tecnología adecuada: láser para una réplica precisa en detalle o filamento para estudios de forma general. De esta manera, el laboratorio combina técnicas digitales y físicas para facilitar el trabajo científico, optimizando el acceso a fósiles que de otro modo serían difíciles de estudiar.

Regresar al lugar de origen
Después de visitar la cueva Rising Star, nos dirigimos unos kilómetros más allá hasta el Centro de Visitantes de Maropeng (que significa «regresar al lugar de origen» en el idioma setswana). La arquitectura del museo impresiona a primera vista y nos interpela desde el ingreso: cada espacio está diseñado para despertar la curiosidad y acercar al público al pasado remoto de la humanidad.
Allí, nuestra guía nos explicó uno de los hallazgos más significativos de Sudáfrica, lo que ya anunciamos: la colección de fósiles de Homo naledi, descubierta entre 2013 y 2015, que reúne alrededor de 1.500 fragmentos individuales.
El recorrido también revela un detalle fascinante sobre el trabajo de campo: para acceder al lugar donde se encontraron los fósiles, las investigadoras debían atravesar un espacio de apenas 18 centímetros de ancho por el hombro, lo que hizo que fueran mujeres quienes lideraran este descubrimiento.

Estos fósiles, que datan de aproximadamente 3,67 millones de años, incluyen piezas excepcionales como el cráneo más completo de un Australopithecus hallado en la región, conocido como la señora Fless, y un niño Australopithecus sediba del sitio de Malapa. Incluso se han identificado hallazgos tan específicos como un caso de cáncer venéreo en una columna vertebral de sediba, que evidencia la profundidad de los estudios paleopatológicos en curso.
Pero Maropeng no solo impresiona por sus fósiles. La exposición está pensada para despertar la imaginación de los niños, los visitantes más importantes del centro. Los esqueletos pintados con colores distintos y las instalaciones interactivas invitan a los más jóvenes a ponerse en el lugar de un paleoantropólogo, explorar, imaginar y comprender cómo se construye el conocimiento sobre nuestros antepasados.
Cada detalle busca estimular la curiosidad y transmitir la importancia de la ciencia de manera cercana y accesible. En una de sus paredes, un grafiti cuestiona: ¿La humanidad se autodestruirá?

La evidencia en un capítulo de la evolución humana
Cuando terminamos la visita, el cielo sudafricano se desata en una tormenta típica de esta época. Esperamos un rato, charlamos sobre nuestra visita, maravillados por la ciencia que vimos y por la manera en que se comparte. Sudáfrica, con sus once lenguas oficiales, se siente en cada gesto, en cada explicación.
Pero más allá de la diversidad y el espectáculo, lo que queda es la evidencia: las pistas que nos conectan con nuestros antepasados halladas en lugares que uno jamás imaginaría. Eso es lo que recuerda el valor del trabajo paciente, de la rigurosidad innegociable y del esfuerzo silencioso de los investigadores.
La lluvia no cede, pero es hora de volver a Pretoria. La jornada fue intensa, llena de preguntas y descubrimientos, y lo más emocionante: aún queda mucho por encontrar. La historia de la humanidad sigue esperando ser contada, y nosotros tuvimos la suerte de escuchar un capítulo más.

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Director ejecutivo de Ciencia del Sur y presidente de Ciencia del Sur EAS. Estudió filosofía en la Universidad Nacional de Asunción (UNA) y pasó por el programa de Jóvenes Investigadores de la UNA. Tiene diplomados en filosofía medieval (Universidad Iberoamericana) y en relaciones internacionales (Universidad Interamericana). Se especializó en filosofía científica (Universidad Nacional de la Plata) y en museología (Universidad Autónoma de Asunción).
Condujo los programas de radio El Laboratorio, con temática científica (Ñandutí) y ÁgoraRadio, de filosofía (Ondas Ayvu).
Fue periodista, columnista y editor de Ciencia y Tecnología en el diario ABC Color y colaboró con publicaciones internacionales. Fue presidente de la Asociación Paraguaya Racionalista, secretario del Centro de Difusión e Investigación Astronómica y encargado de cultura científica de la Universidad Iberoamericana.
Periodista de Ciencia del Año por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (2017). Tiene cinco libros publicados. También es director de MUPA: Voces de Museos y Patrimonios.






















